
Rodrigo Lara Bonilla fue un hombre que dejó su nombre marcado en la historia de Colombia por su lucha incansable contra el narcotráfico y la corrupción en el país, una que defendió hasta la muerte. Desafortunadamente, cuando de memoria e historia se trata, algunos recuerdan con muchos más detalles la vida del que ordenó su asesinato: Pablo Escobar. Ambos son figuras reconocidas en la historia de la violencia nacional, el primero como víctima y el segundo como victimario.
Lo que une a Lara Bonilla con Escobar es una historia de violencia e injusticias que dejó muchas más víctimas a su paso, no solo la familia del ministro asesinado. Injusticias que todavía se ven hoy en pequeños detalles como que el monumento en honor a Rodrigo Lara Bonilla en Bogotá no tenga placas y se haya convertido en una especie de basurero, mientras en Medellín hay un barrio llamado Pablo Escobar en el que viven miles de personas y hasta tienen un museo con la historia del narcotraficante.
Fue precisamente por eso que Jorge Lara Restrepo, el hijo mayor del asesinado ministro de Justicia, hace algunos años regresó a Colombia con la intención de hacerle justicia al legado de su padre. Emprendió el camino con dos sueños principales: hacer un documental sobre el asesinato de Rodrigo Lara y crear una casa de la cultura con su nombre en la cima de la montaña del barrio Pablo Escobar, en Medellín. Sin embargo, murió antes de lograrlo. Actualmente, sus sueños están a punto de hacerse realidad gracias a sus mejores amigas, quienes tras su fallecimiento, tomaron las banderas de su causa.
Sobre el magnicidio de Rodrigo Lara Bonilla
En 1982, Rodrigo Lara Bonilla, un hombre al que muchos describirían como brillante, incorruptible y profundamente humano, asumió el Ministerio de Justicia bajo el gobierno de Belisario Betancur. Desde su cargo impulsó la extradición de narcotraficantes y denunció la infiltración del cartel de Medellín, liderado por Pablo Escobar, en la política colombiana. Para ese entonces, Escobar era un político en ascenso en el Congreso de la República, pero las denuncias de Lara lograron quitarle su curul, su visa americana y exponerlo como narcotraficante en el país.

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Las acciones de Lara Bonilla desataron la ira de Pablo Escobar, la cual llevó al país a un punto de quiebre el 30 de abril de 1984, cuando Lara murió asesinado por dos jóvenes sicarios que se movilizaban en una moto, un crimen ordenado por Escobar. Su muerte no solo causó un profundo dolor a su familia -esposa y cuatro hijos-, quienes tuvieron que radicarse fuera del país, sino también a Colombia porque después de este magnicidio la ola de violencia aumentó considerablemente.
Un viaje en búsqueda de justicia y perdón
Jorge Lara Restrepo, uno de los cuatro hijos de Rodrigo, tenía apenas 7 años cuando su padre fue asesinado y tuvo que abandonar el país. Años después de vivir el exilio y el dolor, regresó a Colombia con una misión: reconstruir la memoria de su padre y enfrentarse a su violencia heredada. Estudió producción audiovisual y empezó a trabajar en un documental titulado 'Lara: el hombre que intentó salvar a Colombia'. Jorge viajó por el país con su cámara, organizó e introdujo material que había presentado a la Fiscalía y así llegó a Pablo Escobar, el barrio en Medellín.
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Allí se dio cuenta que el perdón y la paz no era algo que solo él quería para el país, sino todos los colombianos. En ese barrio, por ejemplo, se encontró con 17 mil habitantes entre los que hay víctimas de violencia y desplazados, y planteó otro objetivo: crear una casa de la cultura con el nombre de su padre en la cima más alta del barrio Pablo Escobar, una acción simbólica que pondría el legado de Rodrigo Lara Bonilla por encima del de aquel que ordenó su asesinato.
Para el documental Jorge recorrió el país con su cámara y recopiló algunos testimonios, pero pretendía entrevistar a los actores del crimen, entre ellos a Byron 'Quesito', uno de los jóvenes sicarios -quien ahora es un hombre de 52 años que cumplió condena- y al mismísimo Carlos Lehder, extraditado, quien habría sido parte de la estructura criminal cercana a Escobar. Además, Jorge creó puentes inesperados: visitó el barrio Pablo Escobar en Medellín y buscó a Juan Pablo Escobar (hoy Sebastián Marroquín), hijo de Pablo Escobar, para fomentar una reconciliación a través del relato compartido. Su intención era desmontar el pensamiento de que las identidades criminales son transmitidas por herencia.

A Byron le envió mensajes de los que nunca recibió respuesta, entonces emprendió un viaje camino a Alemania, en busca de Lehder. Primero llegó a París, Francia, pero allí cayó gravemente enfermo. Lara Restrepo fue diagnosticado con una bacteria resistente y falleció en París a los 43 años, sin alcanzar su objetivo. Pero dejó los guiones, las libretas de su padre, planos de la futura sede cultural y gran parte del material filmado. Fue entonces cuando sus amigas Lina y Carolina, quienes le habían ayudado con este proyecto, decidieron que su sueño no debería morir con él.
Las gemelas decidieron asumir el reto de concluir y enriquecer el documental. Ellas también crecieron cargando un legado silente. Nacidas en 1982, apenas tenían dos años cuando ocurrió el magnicidio. Desde los 10 años su salud se deterioró por una distrofia muscular rara y progresiva; aún hoy dependen de silla de ruedas y tienen cuerpos frágiles, aunque su mente conserva lucidez. Al asumir el reto de culminar el sueño de Jorge Lara, las gemelas incluso lograron algo que él no había podido: hablar con Byron.
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La culminación del sueño de Jorge Lara
El documental 'Lara: el hombre que intentó salvar a Colombia' ya está listo y tiene las reveladoras declaraciones del sicario que sobrevivió al ataque. Byron, el único que pagó una condena por este magnicidio que todavía tiene muchas preguntas por resolver, confesó sentirse “arrepentido”. A través de su trabajo, Lina y Carolina no solo cumplieron el sueño de su amigo, sino que también continuaron con el legado del mismo, enfocado en promover la cultura y el perdón en el país.
Aunque por su condición física no pueden visitar mucho el barrio Pablo Escobar, los habitantes de ese lugar saber del trabajo que realizan. Continúan desarrollando la Casa Cultural Rodrigo Lara Bonilla, un proyecto de esperanza que pretende instalarse en la cima del barrio. Allí no solo trabajan con ello, también han realizado muralismo participativo, una cancha deportiva y una biblioteca pública para los niños; además, organizan un equipo de fútbol infantil, todo para ofrecer alternativas reales a los jóvenes víctimas de la violencia. Un legado de padre e hijo.