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Mujeres vencen tabú machista y brillan en minas de esmeraldas de Colombia

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Una superstición las marginó y, por largo tiempo, tuvieron que buscar las piedras preciosas entre los desechos. Pero esta historia comenzó a ser enterrada. 

Rosalba Cañón tiene 63 años, y la cara curtida por el sol. A finales de los setenta viajó a la localidad de Muzo, conocida como la capital mundial de las esmeraldas por la calidad de las gemas.

"Llegué por la ambición a la esmeralda, y me quedé con la ilusión de que el Niño Jesús pusiera en la pala una esmeralda", dice.

En esa época las mujeres no podían trabajar en los túneles por el prejuicio de que traían mala suerte.

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Además, una normativa les restringía el acceso formal a esta actividad en Colombia, uno de los mayores productores mundiales de esmeraldas con más de dos millones de quilates en 2016. 

"Siempre se ha dicho que las esmeraldas se escondían cuando ellas entraban", sostiene María Luisa Durance, de 39 años y trabajadora social de Minería Texas Colombia (MTC), una de las principales empresas del sector con 800 empleados.

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Para Rosalba el mito no fue un obstáculo. Por eso, desde hace hace 30 años se calza a diario sus botas de caucho y se une a decenas de guaqueros (cazadores de fortuna) que buscan piedras preciosas en la correntosa quebrada de Las Ánimas.

"Esto es una fiebre", dice Rosalba, quien levantó a sus tres hijos con este oficio que le dejó al país 148 millones de dólares en exportaciones en 2016, según la Agencia Nacional de Minería. 

Fiebre verde 

 

La fascinación por las esmeraldas se remonta a las civilizaciones precolombinas. Los españoles que conquistaron estas tierras vendieron las piedras hasta en Persia, y en el siglo XX la montaña quedó prácticamente desfigurada por los explosivos. 

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Con la modernización de la actividad, las minas expulsan menos residuos. Pero aun así hombres y mujeres todavía buscan fortuna entre las toneladas de desechos vomitados al río.

Los guaqueros pescan algunas "chispas" verdes de vez en cuando, y viven endeudados con los comerciantes. 

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"Nos prestan dinero y cuando encontramos (alguna piedra), la toman. Pero hace tiempo que no encuentro nada y lo que se encuentra solo da para ganar entre 200.000 y 500.000 pesos" (entre 66 y 167 dólares), relata Blanca Buitrago.

Esta mujer de 52 años y madre de cinco hijos sufrió en carne propia el conflicto armado y se vio forzada a huir de Guayabal (Tolima) por presión de grupos armados.

Pero al igual que Rosalba, Blanca no pudo aprovechar una ley que en 2015 enterró la superstición y permitió a las mujeres meterse en las entrañas de la montaña. Ambas ya no tienen edad para buscar un trabajo formal.

En cambio Saida Cañizales, de 40 años, sí pudo aprovechar el fin del veto y es la única mujer entre 18 supervisores de seguridad de MTC.

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"La incursión de las mujeres ha sido un reto (...), pero creo que ya lo he sacado adelante", se regocija esta experta en vigilancia electrónica, que triplicó el salario de 1,8 millones de pesos (600 dólares) que recibía en Bogotá. 

 El ejemplo 

 

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Saida lleva un casco negro que apenas le cubre una larga trenza rubia. Desciende hasta 140 metros para vigilar la extracción de esmeraldas. Aquí adentro la temperatura alcanza los 35 grados con 90% de humedad. 

Ágil, baja por las escaleras de hierro que serpentean por las paredes del socavón. Los mineros están rompiendo la roca con sus martillos neumáticos. De pronto, brota el blanco de una veta de calcita y, si hay suerte, el polvillo verde que anuncia las gemas.

Saida acerca su lámpara frontal hacia el geólogo que con delicadeza martilla y cincela hasta dejar caer las esmeraldas en la mano. Bajo el ojo de una cámara, las mete en un pequeño saco que la mujer sella antes de llevarlo a la superficie.

Luis Miguel Ayala no se siente incómodo porque una mujer desempeñe su mismo puesto, o que incluso lo supervise. "Cualquiera que tenga la habilidad del manejo de las herramientas, puede hacer este trabajo", declara este geólogo de 23 años, mientras seca el sudor de sus ojos claros.

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Emplear a mujeres ha sido una "política muy exitosa", destaca el presidente de MTC, Charles Burgess, de 62 años. Su empresa adquirió y modernizó las minas del polémico Víctor Carranza, el "zar de las esmeraldas", que manejó buena parte del negocio hasta su muerte en 2013.

Las mujeres son "muy trabajadoras, honestas y orgullosas de su trabajo", aunque "hay puestos que no son aptos" para ellas porque el trabajo "a veces es físicamente muy duro", agrega este exdiplomático estadounidense.

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Pero imponer la presencia femenina no fue fácil: cuando por primera vez una mujer operó el enorme elevador que desciende a los socavones, ningún minero quiso arriesgarse. Un ingeniero dio un paso al frente para dar ejemplo.

Dos años más tarde, unas 15 "malacateras" dominan estas máquinas, la mayoría madres solteras o viudas que dejó la violencia en esta zona minera.

Así, Adriana Pérez escapó del infierno de la quebrada tras batallar desde los nueve años junto con parientes. "¡Mi vida cambió!", exclama. Hoy su sueldo de 1,8 millones de pesos (más del doble del salario mínimo) le permite soñar con un mejor porvenir para sus dos hijos.

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