Campesinos recuerdan los horrores que vivieron por cuenta de estos grupos que lanzaban cuerpos a caimanes, entrenaban kamikazes y descuartizaban.
“Aquí era el botadero de la gente”, dice Víctor Alfonso Vásquez, desmovilizado de las autodefensas, con la mirada puesta en el río Ermitaño. Y agrega, con algo de crudeza: “Aquí les botaban la gente a los caimanes; un animal con hambre come lo que le tiren”.
De este talante son las historias que rodean a los paramilitares que, aliados con el narcotráfico, sembraron un terror, a veces indescriptible, en Colombia.
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Puerto Boyacá, en el Magdalena Medio, es una de las regiones con más cicatrices. Campesinos de la región reconocen haberse armado para defenderse de la guerrilla, pero asimismo afirman que lo de los paramilitares era otra cosa.
“Ya era gente pagada, gente que esperaba plata, gente que no tenía una ideología como la que teníamos los campesinos, que era defender nuestros derechos, nuestras finquitas, lo que habíamos trabajado”, sostiene Rosa Amelia Torres, ganadera de la región.
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Y es que la barbarie paramilitar no tenía límites: fosas comunes fueron apareciendo en varias partes tras los procesos de sometimiento de esos grupos armados.
Igualmente, periodistas como Ignacio Gómez recuerdan que mercenarios llegaron a Colombia a enseñarles a paramilitares las peores técnicas de tortura.
Ahora, treinta años después, algunos sobrevivientes de esta tragedia, entre víctimas y victimarios, finalmente vencieron sus fantasmas y piensan en la reconciliación.
Por ejemplo, Yenni Castañeda, hija de la líder social Damaris Mejía -que asesinaron en 2001 por orden de Ramón Isaza-, perdonó a sus victimarios.
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“No ha sido fácil construir confianza, construir memoria, construir reconciliación, tratar de construir paz”, reconoce.
Y Ramón Isaza también tiene qué decir: “De todo corazón, le quiero pedir perdón a todas las víctimas, fue gente que sufrió demasiado”.
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En la plaza principal de Puerto Triunfo se levantó un monumento en memoria a los muertos y a los desaparecidos. Otro igual se construyó en Puerto Boyacá: en la valla de la entrada al pueblo, que antes anunciaba a la capital antisubversiva de Colombia, hoy reza el perdón de los violentos.