Los 35 hombres que conviven en este pabellón siguen un programa estricto que incluye ejercicio, talleres lúdicos, capacitaciones y asesoría psicológica.
El proceso comienza en un cuarto donde los sindicados o condenados entregan voluntariamente armas e instrumentos utilizados para consumir sustancias.
En el país, hay 16 cárceles que cuentan con estas comunidades terapéuticas que transformaron los sitios de reclusión en una segunda oportunidad para personas privadas de la libertad.