
La historia de Gustavo León Yepes es profundamente inspiradora. Pasó tres décadas en las calles de Medellín, siendo habitante de calle y luchando contra la drogadicción. Con enorme esfuerzo y determinación, no solo logró rehabilitarse, sino que decidió retomar un sueño que muchos habrían dado por perdido: terminar su carrera universitaria, aun siendo ya un hombre de 71 años.
Hoy es abogado egresado de la Universidad de Antioquia y, con su tarjeta profesional en mano, relata su historia de vida. Una infancia marcada por el dolor, una familia disfuncional, el miedo constante a un padre violento y un camino atravesado por la soledad.
Una dura infancia marcada por la violencia
Gustavo creció en el barrio Boston, en la capital antioqueña. Tiene dos hermanos y una hermana, y es el menor de todos. Además, de ser también el más temeroso de su padre, un hombre violento que marcó su infancia.
“Mi infancia fue muy tormentosa porque mi padre era un hombre adicto al alcohol... Siempre hacía escándalo, quebraba todo y envenenaba la comida. Viví con mucho miedo y temor de él”, relató Gustavo a Los Informantes, sobre la dura infancia que enfrentó junto a su familia, en un hogar marcado por la violencia.

Contó que cuando su padre entraba en crisis, llegaba al punto de sacarlo a él y a sus hermanos de la casa: “Sacaba un revólver y nos sacaba a punta de plomo”, recordó.
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No solo creció en una familia disfuncional, además de sufrir las agresiones de su padre, sus dos hermanos lo rechazaban, su hermana lo menospreciaba y su madre era completamente distante, incapaz de brindarle afecto.
Víctima de abuso
Gustavo no tenía hogar, su casa solo era un techo y lo que encontró afuera en las calles fue peor. Reveló que cuando era niño vivió un momento tormentoso tras pertenecer como acólito en la parroquia del sector.
“Tuve experiencias muy pesadas con esos curas. ‘¿Fue víctima de abuso?’ Sí, pero el día que yo le puse la cara a mi mamá para contarle lo que me había pasado con un cura, me pegaron una pela por mentiroso. Me dijeron que no podía decir eso de los curas que eran los representantes de Dios”, mencionó.
¿Cómo terminó en las calles?
Debido a las difíciles condiciones en las que creció tras la violencia en su hogar, la falta de afecto y el rechazo por parte de su familia, Gustavo terminó refugiándose en las drogas desde muy joven. Buscaba una forma de escapar del dolor y la soledad que lo acompañaban desde la infancia, sin imaginar que ese camino lo llevaría a perderse durante años en las calles de Medellín.
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Empezó probando marihuana y, poco a poco, fue cayendo en el consumo del bazuco y otras drogas que lo fueron destruyendo. La adicción lo llevó a abandonar su casa y a vivir en las calles. Incluso, confesó que llegó a sacarle dinero a su propia familia para poder seguir consumiendo.
Fue expulsado del colegio, pero logró terminar el bachillerato en el anexo de la Universidad de Antioquia. A los 23 años se inscribió en la carrera de Derecho, aunque su proceso académico fue lento, ya que solo pudo cursar cuatro semestres en cuatro años, en parte por los constantes paros en la universidad pública.
Cuando vivía en la indigencia, su familia lo buscó para comentarle que su hermana, madre de mellizos, necesitaba un trasplante de riñón para sobrevivir. Gustavo no lo dudó y decidió ser su donante. Logró mantenerse sin consumir drogas durante varios días, se realizó los exámenes médicos y finalmente donó su órgano para salvarle la vida.
“Al otro día me levanté, me bañé, me vestí y me fui caminando y seguía consumiendo... A los seis meses, mi hermana murió”, recordó Gustavo, quien aseguró que ese episodio terminó de romper el vínculo con su familia, que lo culpó por lo ocurrido.
Una oportunidad y un nuevo comienzo
Desde entonces, Gustavo no volvió a tener una familia. Vive solo en un pequeño cuarto que apenas contiene una cama, un tocador, algunos libros, algo de ropa, un computador prestado y dos sobres llenos de fotos y documentos. “La calle es muy dolorosa, uno estar tirado ahí, sin ofender al animalito, pero como un perro”.
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Siendo un habitante de calle se hizo amigo de una niña que le habló del programa ‘Centro Día’ y lo animó a acercarse. Así comenzó la primera etapa de su rehabilitación y proceso de resocialización. Liberarse de la adicción le tomó años; fue un camino largo, lleno de cuestas empinadas y duras recaídas.

Sin embargo, en ese momento su salud se deterioró gravemente. Gustavo fue diagnosticado con hepatitis y cirrosis, y permaneció hospitalizado durante un mes y quince días. Al salir del hospital, tomó una decisión trascendental: reconstruir su vida y retomar sus estudios universitarios.
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Escribió una carta a la Universidad de Antioquia en la que explicó su historia y solicitó ser admitido para terminar la carrera. Hizo todos los trámites necesarios y, en 2016, empezó sus estudios nuevamente. Tenía 63 años y era aún habitante de calle.
En la facultad, Gustavo se reencontró con antiguos compañeros que ahora eran sus profesores. Varios de ellos le tendieron la mano, ayudándolo con alimentación, transporte y otras necesidades básicas. Tras un cáncer de hígado tuvo que cancelar un semestre.
Finalmente, Gustavo logró graduarse y recibió una ovación de todo el auditorio. Ese mismo día, presentó su diploma y el acta de grado ante la judicatura para obtener su tarjeta profesional.
Ahora lo que necesita es trabajo de tiempo completo en su profesión para atender los problemas de salud y dejar atrás definitivamente su tormentoso pasado. “Si yo fui capaz con la edad que tengo ser abogado de la Universidad de Antioquia, soy capaz de lo que sea y lo digo con orgullo”, concluyó.
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Según cifras del DANE, el número de habitantes de calle ha aumentado de manera alarmante. En 2021 se registraban cerca de 3.600, y hoy se estima que son más de 8.000. En medio de ese panorama, la historia de Gustavo se levanta como un poderoso ejemplo de superación y resiliencia. A sus más de 70 años, sigue luchando por construir un futuro digno, demostrando que nunca es tarde para empezar de nuevo.