En templos doctrineros como este se inició el proceso de evangelización de los nativos y se gestó la mezcla cultural que nos define como una Colombia mestiza.
Apoyado en su bastón, don José de los Santos Acevedo recorre la que fuera su capilla cuando era niño. Hoy, a sus 78 años, recuerda con nostalgia las fiestas de San Judas que se celebraban en su pueblo, Tópaga, Boyacá.
Así como él, cuando se mira en los espejos de un gigantesco retablo colonial, lo hicieron sus antepasados indígenas, cuando hace más de cuatro siglos entraron a templos doctrineros como este y su historia se partió en dos para siempre, cuenta Henry Neiza, historiador que ha dedicado parte de su vida al estudio de estos templos.
“Se ha dicho que la utilización de los espejos en los templos era un poco para atraer más a los naturales hacia la evangelización y que eso trajera un resultado óptimo y más rápido”, explica Neiza.
Evangelización, arte e imposición cultural
El sol fue otro elemento clave, los misioneros incorporaron la imagen del astro, considerado un dios para los indígenas y llevaron su imagen a los templos doctrineros, como se observa en el techo de la iglesia de Oicata.
“Al ver que nuestros ancestros le rendían el culto al sol, entonces nuestros evangelizadores Franciscanos, y Agustinos muchos de ellos, se dan cuenta de eso y empiezan a tomar la imagen del sol para colocarla en la custodia. En Colombia y nuestra América muchas de las custodias son en forma de sol”, expone Diego Andrés Avellaneda, vicario de la iglesia de Tibasosa.
El sol también aparece con fuerza en la iglesia de Chivatá, una forma de permitirle a los indígenas tener una representación en el templo, cuenta el historiador Neiza:
“Era un poco darle gusto a los indígenas de hacer esa representación gráfica del sol como un elemento masculino y pues en algunas ocasiones también se representa la luna como un elemento femenino”.
La imagen del diablo incrustado en el arco toral de la iglesia, mirando amenazante a las almas recién convertidas, es un nuevo detalle en la conversión de nuestros indígenas al catolicismo.
“La presencia del diablo en la clave de arco toral, de alguna manera, muchos lo han interpretado para que los feligreses mantuvieron una genuflexión permanente al altar mayor”, señala Neiza.
Todas las imágenes tenían una poderosa carga de adoctrinamiento, pero también de una belleza artística hasta el punto se ser consideradas joyas del arte colonial. La capilla Doctrinera de Tópaga presenta una de las mayores expresiones del esplendor del arte de los Jesuitas en Boyacá, su construcción data de 1602.
Otro detalle que llama la atención es que los misioneros también notaron que, así como el sol, los ángeles y querubines, concebidos a imagen y semejanza de los niños europeos, también podían ser representados con la piel morena de nuestros indígenas.
Las primeras expresiones artísticas fueron frescos pintados en los muros de las iglesias, el templo doctrinero de Turmequé fue uno los primeros restaurados. Luego, poco a poco, se dieron cuenta de que tras los muros existían grandes joyas, en la iglesia de Chivatá. La iglesia fue restaurada, luego de cuatro siglos, las pinturas estaban allí intactas, como desafiando el tiempo.
“Fue una restauración integral que hizo el Ministerio de Cultura, importante también decir que esta iglesia fue declarada bien cultural de carácter nacional en diciembre del 2004”, comenta el historiador.
El doloroso parto de la Colombia mestiza
Pero han pasado 413años desde esa explosión de arte colonial, esa mezcla de culturas que dio lugar a nuevas expresiones artísticas, esa visión amerindia, mitad europea - mitad aborigen, la que esculpió a los artistas contemporáneos.
Uno de ellos fue el maestro Gonzalo Acero, uno de los hombres más importantes de la plástica boyacense, en sus obras el tema religioso también está presente.
“Eso nos dio bastante duro, pero también nos dio herramientas, tanto para la parte espiritual como para la parte material”, destaca el pintor.
Sus obras son críticas con el adoctrinamiento de la iglesia y la forma como cambió el rumbo de la historia en este continente.
“Yo tengo sangre indígena y nuestros antepasados adoraban el sol, la luna y el agua; eran dioses para ellos. Ahora una reflexión: ¿Qué hiciéramos un solo día si nos hiciera falta el sol?, ¿si desapareciera la luna? o ¿que nos puede pasar si nos hace falta el dios que nos trajeron los españoles del otro lado del océano? Nada…”, reflexiona Gonzalo Acero.
Dice el historiador, Henry Neiza, que José de los Santos es el mejor ejemplo de esa mixtura de culturas que resultó de la llegada de los conquistadores europeos a nuestras tierras y que significó el doloroso parto de la Colombia mestiza de hoy.