
En la era digital, los dispositivos móviles se han convertido en un peligro silencioso, la historia de Juan Felipe García, un adolescente de 14 años es un llamado urgente a los padres de familia. Su testimonio, autorizado por él, su madre y su psicólogo, fue compartido en Séptimo Día y expone con crudeza los riesgos que enfrentan los menores en redes sociales cuando no hay supervisión ni límites claros.
“Miadicción a las pantallas empezó a los 8 años”, confesó Juan Felipe. En ese entonces, su madre, Aura García, le regaló un celular como obsequio especial. Criando sola a sus dos hijos en Villavicencio, Meta, y enfrentando las exigencias laborales, Aura optó por una solución aparentemente inofensiva: “Por falta de tiempo uno de padre lo más fácil, entreténgase con el celular”.
Sin saberlo, esa decisión marcaría el inicio de un camino oscuro. “Casi no hubo supervisión, se le dio la confianza y él como que abusó de ella”, reconoció Aura. La pandemia por COVID-19, que obligó al confinamiento en 2020, intensificó la dependencia de Juan Felipe al mundo digital.
Peligro en el uso excesivo de redes sociales
A los 9 años, Juan Felipe ya tenía una cuenta en Facebook. “Mi primo me ayudó, yo le decía que me la creara porque yo quería una”, recordó. Su motivación era clara: “Por ver a influencers, yo me metía mucho en el cuento, yo decía que quería ser así”.
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Lo que comenzó como una simple curiosidad se transformó en una obsesión. “Yo no me podía despegar ni un segundo, yo duraba 11, 12 horas”, relató. Su madre notó los cambios: “Yo lo veía muy jugando ese juego. Yo le decía ‘Juan, ese juego lo está volviendo más agresivo’, entonces él me decía ‘no mamá, usted es muy cansona’”.
Se volvió dependiente del celular. No dormía, no comía bien. “Estaba comiendo y era ahí con el celular, no tenía paz ni para comer”, lamentó Aura. La situación llegó al punto de tener que cortar el internet por las noches para que pudiera descansar.

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De Facebook a Instagram
A los 12 años, Juan Felipe migró a Instagram. Allí, el panorama fue aún más alarmante. “Nos reuníamos en un grupo en WhatsApp, el grupo se mandaban links donde estaban los perfiles de las mujeres, que en ese grupo las mujeres les mandaban fotos íntimas así a los hombres, las manipulaban, les decían que enviaran más o si no publicaban las fotos”, relató.
Fue testigo de prácticas como el grooming y el sexting, fenómenos que afectan a miles de menores en el país. Pero el daño no se detuvo ahí.
Empezó en el consumo de drogas
“Por las pantallas yo veía gente que subía historias consumiendo, con un tabaco de marihuana, yo empecé a experimentar lo mismo”, confesó. A través de las redes sociales conoció a otros jóvenes en Villavicencio con quienes se citaba para consumir drogas.
Primero fue la marihuana, luego las drogas sintéticas. Una de las más peligrosas: el 2CB. “Yo la fabricaba, yo la vendía, dañé mucha gente por lo mismo”, dijo con crudeza. Las redes no solo fueron el canal para conseguir sustancias, también el manual para realizarlas. “En tutoriales aprendí a elaborarlas”, añadió.
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De víctima a proveedor
Instrumentalizado por otros jóvenes y adultos, Juan Felipe pasó de ser un consumidor para convertirse en proveedor. Su madre, devastada, descubrió la magnitud del problema demasiado tarde: “Como a los 13 años, ya me di cuenta de que no estaba en el celular solamente sino también consumiendo cosas”.
Aura, como muchas madres cabeza de hogar en Colombia, priorizó el trabajo para sostener a su familia. El precio fue alto: la soledad de sus hijos y la exposición a un mundo digital sin filtros.

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Las graves consecuencias
El terapeuta Andrés Gutiérrez, quien hoy acompaña a Juan Felipe en su proceso de recuperación, advierte: “¿Cuáles son los efectos negativos de la alta exposición a las redes sociales a muy temprana edad? Los daños son letales, casi que acabar con su proyecto de vida y su propia vida”.
La historia de Juan Felipe no es un caso aislado. Es un reflejo de una problemática creciente que afecta a miles de menores en Colombia y el mundo.
Desde hace cinco meses, Juan Felipe está internado en la Fundación Semillas de Vida en Bogotá. Allí recibe tratamiento por su adicción al celular y a las drogas. “Yo llevo en este proceso cuatro meses”, contó.
Gracias a su avance, pudo reencontrarse con su madre tras cinco meses de aislamiento y Séptimo Día fue testigo del conmovedor momento. Aún le quedan seis meses más de tratamiento, pero su objetivo sigue firme: “Para mí significa mucho tener un cambio para demostrarles que yo sí puedo”.
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