
La historia de Yasha: Legends of the Demon Blade arranca con el clásico desequilibrio entre reinos. El zorro demoníaco de nueve colas ha cruzado al mundo humano, desatando el caos. En respuesta, tres personajes únicos —un ninja inmortal, un samurái demonio y un emisario Oni— se embarcan en una misión para devolver el orden enfrentando hordas demoníacas. Aunque suena como el inicio de una épica inolvidable, la narrativa no termina de cuajar del todo. El tono intenta ser reflexivo y hasta humorístico por momentos, pero se queda corto por una escritura floja y personajes poco memorables.
La idea de presentar la historia desde tres perspectivas es atractiva: cada protagonista vive una versión distinta del conflicto con variaciones en los personajes secundarios. Sin embargo, esta narrativa tipo “teatro de repertorio” no alcanza el impacto deseado. Las repeticiones y los clichés minan lo que podría haber sido una estructura innovadora. Terminas sintiendo que estás viendo la misma obra con vestuario distinto.
Espada, daga o arco
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La jugabilidad es el verdadero núcleo del título. Desde el menú principal, escoges entre los tres protagonistas, cada uno con estilo y arsenal propios: Shigure con su katana balanceada, Sara con dagas para ataques rápidos, y Taketora que alterna entre arco y golpes cuerpo a cuerpo. Cada elección crea una partida individual sin progresión compartida, lo que obliga a empezar desde cero cada vez, incluso si las mejoras desbloqueadas son similares entre ellos. Esto puede resultar frustrante, sobre todo cuando se invierte tiempo farmeando materiales.

En cada partida, la progresión sigue una estructura roguelite típica: combates, botines, mejoras y un jefe cada tres niveles. Derrotarlo te lleva a una especie de festival donde gastas tu oro acumulado. El sistema de combate combina ataques débiles y fuertes, con la posibilidad de hacer combos, usar dash, y ejecutar parries con buen timing. Es sencillo de aprender, pero tiene cierta profundidad gracias a las decisiones de build a mitad de la run: habilidades especiales, mejoras a las armas y amuletos que aumentan tus stats. Eso sí, la curva de dificultad es baja, al menos hasta los jefes finales, que sí exigen más estrategia.
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Golpes que se sienten… hasta cierto punto
En términos de sensación, los combates son satisfactorios. Hay buena respuesta al control y las mecánicas básicas están bien diseñadas. El feedback visual y sonoro acompaña bien cada golpe, y las diferencias entre personajes sí se sienten. Sara, por ejemplo, es perfecta para quienes quieren velocidad y agresividad; mientras que Taketora ofrece una experiencia más táctica desde la distancia. Sin embargo, la fluidez general del combate puede llegar a sentirse torpe por momentos, especialmente cuando las animaciones no responden con la rapidez que uno espera en un juego de este tipo.

Las armas, que son muchas (alrededor de siete por personaje), añaden algo de variedad, pero muchas comparten efectos similares. Que todos tengan una versión del arma de fuego o la que se potencia con ataques específicos, por ejemplo, le resta emoción al desbloquear una nueva. El incentivo para experimentar también es bajo, ya que el nivel de dificultad no exige demasiado hasta muy avanzado el juego.
Visualmente tradicional, jugablemente monótono
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Uno de los puntos más destacados de Yasha es su estilo artístico. Inspirado en el Japón del periodo Edo, el diseño de personajes, escenarios y enemigos es llamativo. Las locaciones —una playa infestada de cangrejos, un bosque sobrenatural y un castillo helado— están bien logradas a nivel visual, pero son poco dinámicas. La variedad de enemigos también se agota rápido, y los cambios entre capítulos son más estéticos que funcionales.

Aunque hay elementos como trampas y paredes destructibles en el último escenario, la mayoría de los niveles son estáticos y repetitivos. El diseño de niveles no favorece la rejugabilidad, y a la larga cada run termina sintiéndose igual. A esto se suma la progresión lenta y las mejoras que, aunque aportan algo de poder adicional, no transforman la forma de jugar. Uno termina repitiendo los mismos patrones para superar los mismos desafíos con pequeñas variaciones.
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Historia de fondo, no de frente
La narrativa en Yasha está ahí… pero apenas. El juego intenta emular el estilo de títulos como Hades, ofreciendo conversaciones después de cada jefe que expanden el lore. No obstante, estas interacciones no logran conectar ni aportar motivaciones claras. El pueblo, que debería ser el centro emocional del juego, está lleno de NPCs sin mucho que decir. Y cuando los protagonistas reflexionan sobre su viaje, los diálogos son tan insípidos que terminan siendo un obstáculo para la inmersión en lugar de un apoyo.
Conclusión
Yasha: Legends of the Demon Blade tiene su encanto, pero también arrastra varios problemas. Es un roguelite visualmente atractivo con un combate funcional y tres protagonistas que sí aportan estilos distintos. Sin embargo, su progresión lenta, narrativa floja y diseño repetitivo le restan impacto. Si lo tuyo son los roguelites y te gusta exprimir cada rincón del género, podrías encontrar aquí un buen pasatiempo. Pero si estás buscando una experiencia profunda, con historia atrapante y mecánicas que evolucionen con el tiempo, es probable que Yasha se quede corto.
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Es un juego para los que valoran más el combate que la narrativa. Para quienes disfrutan mejorar poco a poco sus habilidades y armas, incluso si eso significa recorrer los mismos pasillos una y otra vez. Y aunque no compite en ligas mayores con propuestas como Hades, Returnal o Dead Cells, al menos ofrece una alternativa con sabor japonés.

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