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Cabezote sección BOGOTÁ Noticias Caracol 2025 DK

Así son los cafés de la muerte en Bogotá, donde se habla de morir sin tabúes mientras se toma tinto

Estos espacios, liderados por la doula Ivonne Tashko, buscan hablar sobre la muerte, aquel tema que muchos callan en la mesa familiar pero que es tan natural como la vida misma.

Cafés de la muerte
Cafés de la muerte en Bogotá. -
Foto: Noticias Caracol

Tras luchar durante varios años contra un agresivo cáncer de colon, Mario decidió esperar la llegada de su muerte con los brazos abiertos. Quiso hacer una reunión en el hospital en el que se encontraba, llamar a sus amigos más cercanos y, en una tarde de risas, decirles a sus seres queridos que había decidido someterse a una sedación paliativa mientras su corazón dejaba de latir. Quería esperar el final de su vida de manera tranquila, sin los dolores que lo acompañaron durante tanto tiempo y con el sonido de aquella música que escuchó en su paso por el mundo. La sedación, explicaba Mario a sus cercanos, no se trataba de un procedimiento para morir, como lo es la eutanasia, sino que lo mantenía dormido -o al menos inconsciente- para no sentir dolor ni angustia en momentos en los que, por su enfermedad terminal, los padecimientos se hacían insoportables.

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El encuentro fue más tranquilo que triste: acudieron compañeros de toda su vida, tomaron algunas bebidas y el equipo de sonido de la fría sala del centro médico reprodujo las melodías que Mario escuchó durante gran parte de su existencia. “Oiga, yo no sabía que usted era tan apasionado por el rock“, le dijo uno de los amigos que lo acompañaba y quien al día de hoy recuerda, con una viveza tan nítida como la que mantuvo el paciente hasta sus últimos días, el encuentro de aquella inolvidable tarde de 2018 en la que su camarada le dijo “me voy a sedar”.

A Mario, hombre de cabello negro, con clásicos lentes cuadrados y a quien lo admiraron por el amor que irradiaba a todos sus cercanos, lo sedaron un viernes. Minutos antes de dicho procedimiento, estuvo acompañado por los mismos amigos y familiares que disfrutaron junto a él durante sus 62 febreros. Pero hubo una sola persona que no pudo acudir al momento en el que él, ya desde el hospital, entraba en aquel estado de leve inconsciencia que le impedía sentir dolor mientras su enfermedad avanzaba y la muerte se acordaba de él. Por cosas de la vida, o quizá de la muerte, Ivonne Tashko, otra de sus grandes amigas, no pudo llegar aquel viernes al lugar en el que su gran amistad fue sedada; llegó al día siguiente a visitarlo mientras él ya dormía.

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Cafés de la muerte
Quería esperar el final de su vida de manera tranquila, sin los dolores que lo acompañaron durante tanto tiempo y con el sonido de aquella música que escuchó en su paso por el mundo. (imagen de referencia). -
Foto: Getty Images

Ivonne ingresó el sábado a la clínica Fundación Santa Fe. Se acercó a la recepción, preguntó por Mario y logró llegar a aquella habitación en la que él reposaba, aún con su corazón palpitante y con algunas miradas, en medio de su sedación, que hacían creer a la nueva visitante que en algunos cortos lapsos de tiempo regresaba a la realidad. En el lugar seguía sonando su música favorita: clásicos del folk rock como California dreamin, de The Mamas & The Papas, o The house of the rising sun, de The Animals. junto a él estaban su esposa y aquellos fármacos con los que él podía alejarse un poco de los insoportables dolores de su enfermedad. La gran amiga de Mario, quien no había logrado despedirse de él durante el día anterior, aprovechó que la esposa de quien yacía en la camilla iba a bajar a comer algo y pudo quedarse junto a él por más de una hora, viviendo una experiencia que marcó un nuevo rumbo en su vida.

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En ese tiempo, recuerda Ivonne, Mario abrió sus ojos y pudo verla a ella y a su esposo, quien también la acompañó. Entre los leves despertares de aquel estado de inconsciencia en el que se encontraba su amigo, la mujer siguió viendo en sus ojos aquella mirada amorosa que lo caracterizó desde que lo conoció, como si, mediante esa delgada línea que aún se divisaba entre su vida y su deceso, él siguiera allí, alegre de su presencia y de poderla ver antes de partir. El espacio se mantuvo en silencio, pero el alma de la visitante era testigo de un sentimiento inefable producto de aquel encuentro con aquel amigo que, sin decirle una sola palabra, le transmitió aquel amor que ella siempre recibió de él. “I could live today, California dreamin'”, seguía sonando.

Pasaron los minutos, Ivonne se despidió de su amigo, a quien no iba a volver a ver con vida, y salió del lugar. Se sentó en la silla de un parque cercano y, pese a que ya se había retirado de la habitación en la que se encontraba Mario, siguió sintiendo aquello que nunca había experimentado: “Fue un regalo para mí. Él me había dado tanto en una hora de algo inefable, inexplicable y yo no le había podido dar nada”, recuerda. Había vivido una íntima cercanía con la muerte a través de un ser cercano que danzaba entre los espacios liminales de vivir y morir, pero que, entre aquel mismo limbo, le transmitió ese sentimiento que Ivonne nunca había sentido. Al día siguiente de su visita, Mario falleció.

Fue un regalo para mí. Él me había dado tanto en una hora de algo inefable, inexplicable y yo no le había podido dar nada
Ivonne Tashko

La experiencia que vivió con su amigo quedó tatuada en el alma de Ivonne y la hizo interesarse por el tema de la muerte y de acompañar a los seres humanos en sus últimos instantes de vida; en aceptar que el fallecimiento es tan natural como la existencia misma. “La muerte lo que nos dice es que somos como las plantas, los animales, los planetas y las estrellas. Somos impermanentes: nacemos y morimos”, asegura.

Transcurrieron algunos años e Ivonne se fue interesando cada vez más en este tema; se preguntó por qué existía tanto tabú respecto al deceso: un proceso tan natural como nacer, como reproducirse o como existir. Buscó cursos en Colombia que le permitieran formarse como una acompañante de aquellas personas que estuvieran a poco de morir, pero no encontró disciplinas que fueran más allá de la tanatología. Aunque sabía que esta labor debía existir, se dio cuenta de que un país como el suyo no contaba con avances significativos en el trabajo de sentir compasión por quienes están por fallecer.

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Se encontró finalmente con la fundación Elisabeth Kübler-Ross de México Centro, en la que pudo formarse como una dula de vida, muerte y transición. Allí empezó a conocer sobre la labor de las personas que buscan transformar la manera en la que la sociedad vive y experimenta el morir, la partida y el duelo acompañando a quienes pasan los últimos momentos de sus ciclos vitales en total soledad. Aunque el final de la existencia sigue siendo un misterio para todos los seres humanos, “esta es parte de la experiencia vital y debe abordarse como tal”, asegura Ivonne.

Su trabajo de acompañar a quienes están por morir, aunque se ha hecho muy conocido en países del norte como Estados Unidos, sigue teniendo poco reconocimiento en Colombia, más aún cuando las personas del hoy suelen ver la muerte como algo rechazable, como aquel fracaso a la felicidad que la gente debe estar acostumbrada a mostrar ante los demás. “Vivimos en una cultura de la felicidad, entonces tenemos que estar felices siempre. Morirse es como una especie de fracaso ante esa felicidad, ¿no?, porque tenemos que lucir bien, nos tiene que estar yendo bien, tenemos que estar saludables, tener dinero, tener familia y tener experiencias chéveres. Eso está muy bueno, pero es solo un aspecto de la vida. Lo otro también es la vida”, diceTashko.

La muerte lo que nos dice es que somos como las plantas, los animales, los planetas y las estrellas. Somos impermanentes: nacemos y morimos
Ivonne Tashko

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Pero además de acompañar a personas moribundas y estar presente en duelos de quienes más lo necesitan, Ivonne es una de las pocas personas que, en plena capital de Colombia, organiza cafés de la muerte con el fin de desestigmatizar este proceso natural, un tema del que nunca se habla en la mesa del hogar. Estos espacios, llamados por su traducción al inglés “Death Coffees”, son reuniones en las que un grupo de personas conversan sobre este proceso natural de todos los seres vivos mientras beben un té, un café y hasta comen algún postre. Ivonne los suele hacer en cafeterías de la ciudad, entre decenas de asistentes, y de manera gratuita.

Death coffee en Colombia: la experiencia de hablar sobre la muerte mientras se comen galletas

Aunque tiene algunos antecedentes históricos, este concepto, recuerda Ivonne, nació en Reino Unido en 2011 gracias a Jon Underwood, un hombre que, junto a su madre, decidió organizar este encuentro en su propia casa. En estos espacios no hay miedo a hablar de este tema: las personas, contrario a esconder esta parte de la vida debajo de la alfombra, relatan sus experiencias con la muerte, sus perspectivas sobre la misma y hasta exteriorizan sus duelos o experiencias en torno al fallecimiento.

Estos espacios con Ivonne suelen hacerse en una gran mesa redonda, a la que sus asistentes pueden llegar con algún pasabocas o pedir una bebida y un postre mientras se habla del tema. Tashko es quien da la palabra, pero establece ciertas condiciones para quienes deciden hablar: nadie puede atacar ni controvertir la postura de alguno de los participantes que se encuentren en el espacio; las intervenciones no pueden extenderse por muchos minutos y quien tome la palabra durante mucho tiempo recibirá un llamado de atención de Ivonne, pues la idea es que todos los que lo deseen puedan participar.

Todos pueden presentarse, dar su nombre y narrar la experiencia que les hizo interesarse en este espacio. Algunos hablan de sus dolores, otros de su vida actual, y unos pocos tímidos solo escuchan a quienes intervienen con la sorpresa de que existan espacios en Colombia donde se pueda hablar del morir sin que alguien se persigne por miedo a presagiar desgracias, como muchos lo creen.

Cafés de la muerte.jpg
Estos espacios fueron creados para que sus asistentes puedan hablar libremente de la muerte, exteriorizando temores o duelos de los que pocas veces se habla en el mundo actual. -
Foto: Getty Images

El tema central de estos espacios es la muerte, pero los enfoques alrededor de la misma surgen con espontaneidad entre quienes acuden al espacio. Algunos hablan sobre sus experiencias con la muerte o critican la manera en la que se le abarca en la actualidad, otros dan detalles sobre los duelos que afrontan y unos más guardan silencio, o comen algún bocadillo, durante toda la reunión. Los espacios duran cerca de dos horas, tiempo suficiente para que surjan preguntas, inquietudes y posturas alrededor de este proceso natural en medio del respeto y la libertad de hablar del tema sin ser atacado.

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Una tarde de sábado, en medio de la tradicional presentación de quienes se congregan para hablar del morir, Estefanía Méndez, una psicóloga egresada de la Universidad Nacional conocida de Ivonne, llegó a este espacio con más dudas que certezas.

Estefanía llegó a estos espacios luego de perder a su abuelo en 2023. Habían pasado varios meses desde la partida de quien ella consideraba su padre y la persona que más amor le dio cuando era pequeña. Recuerda que días antes de que su pariente muriera ella se encontraba fuera del país, pero una noche tuvo un extraño sueño que la dejó en vela y que la hizo pensar, casi de forma inmediata, en su “papi”, como solía llamar a su abuelo. Esa misma mañana, la mujer llamó a su hermana en Colombia y se enteró que aquel hombre que la había visto crecer estaba a poco tiempo de morir.

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Ella llegó a Colombia, estuvo algunos días y tuvo que afrontar aquella muerte que ya presentía. —¿Ya vio al papi? –, le dijo a Estefanía una de las sobrinas de su abuela en la sala de velación en la que se reunía toda su familia. — No, pero no quiero verlo — respondió Estefanía. — Ven, vamos y yo te acompaño — le respondió.

Con la respiración agitada y acercándose paulatinamente al lugar en el que se encontraba el cofre de su abuelo, Estefanía sintió cómo el mundo se derrumbaba mientras ella miraba, por última vez, el rostro ya inanimado de la persona que la acompañó durante toda su vida, y con quien vivió los más alegres recuerdos de su niñez. Sacó todo aquel dolor que guardaba en un solo suspiro, y de lo más profundo de su alma emanó aquel agudo llanto con el que el ser humano afronta la ausencia irreversible de lo que tanto se amó.

Uno de sus parientes muy queridos intentó calmarla, y al hablar con ella le dijo una frase que Estefanía nunca olvidó. “Tranquilízate, porque me siento mal cuando tú lloras”.

Desde aquel momento, Estefanía vivió en carne propia lo que significaba vivir en un mundo en el que la muerte y el duelo eran abarcadas con la distancia suficiente como para que la ausencia de un ser querido pasara de la manera más rápida posible, como metiendo debajo del tapete aquel dolor que produce una pérdida sin vivirlo como corresponde. “En nuestra cultura las personas sienten mucha incomodidad ante el dolor del otro”, dice la psicóloga.

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Si alguien murió, lo deseable es dedicarle algunos días de luto, faltar al trabajo tres o cuatro días y volver a la realidad; seguir trabajando y hacer de cuenta que el dolor ya pasó. ¿Pero cómo se trabaja y se aparenta tranquilidad a los pocos días de haber vivido la pérdida más impactante de tu vida? Esa fue una de las preguntas que se planteó Estefanía y que la motivaron a asistir a aquellos cafés de la muerte en donde las conversaciones que suelen incomodar a algunos surgen una y otra vez.

Ivonne Tashko
Ivonne Tashko dirigiendo un café de la muerte, en Bogotá. -
Foto: Noticias Caracol

Pero los duelos no validados, los dolores internos y las frustraciones de no poder hablar sobre un tema como la muerte no sólo están presentes entre las personas adultas, también llegan a quienes hasta ahora empiezan a vivir. Estefanía, quien luego de regresar a Colombia empezó a trabajar en un colegio de Bogotá, conversó con Ivonne al salir de uno de aquellos cafés y le propuso la idea de ir a la institución educativa para tocar estos temas tan importantes con adolescentes.

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De estos encuentros con estudiantes de alrededor de 15 años salieron muchos frutos. Aquellos y aquellas jóvenes que a tal edad ya suprimían duelos invalidados por las partidas de seres queridos o incluso mascotas, pudieron contar con aquel espacio seguro y contenido para llorar, para sentir y para comprender qué era lo que estaban sintiendo sin sufrir miedo o vergüenza de aquel luto que nunca les enseñaron a tramitar. Con acciones como estas, Ivonne sigue trabajando para eliminar la noción de ver la muerte y el dolor que produce una pérdida como algo ajeno a la naturaleza humana, y apostarle a una sociedad compasiva en la que la sociedad pueda, como ella lo dice, “traer la muerte a la vida”.

Son las 4:15 de la tarde de un sábado cualquiera y, entre aromas a café y panadería, cerca de 20 personas se reúnen alrededor de una mesa esperando el inicio de un nuevo Death Coffee. Un hombre, afanado por el tráfico de Bogotá y con notable preocupación, ingresa al establecimiento y, al ver todas las sillas llenas, interviene en el lugar. — ¿Puedo pasar o ya no hay espacio? – pregunta el sujeto. — ¡Tranquilo! pase y acomódese que todavía queda espacio para quienes algún día vamos a morir — responde Ivonne entre risas.

JULIÁN CAMILO SANDOVAL
NOTICIAS CARACOL DIGITAL
JSANDOVAL@CARACOLTV.COM.CO

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