No olvidan las escenas de angustia, así como tampoco sacan de su mente que el periódico siguió adelante y al día siguiente cumplió con su labor de informar.
El grupo de terroristas llegó a una estación de gasolina, ubicada a metros de las instalaciones del diario, en un camión cargado con 60 kilos de dinamita y simularon toda la noche que el vehículo estaba varado.
A las 6:45 de la mañana siguiente, el 2 de septiembre de 1989, lo detonaron. Esto dio origen a la onda expansiva que acabo con la sede del medio, pero sin ninguna víctima fatal.
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Juan Bejarano, jefe de sección de despachos, considera a El Espectador su segundo hogar, donde trabajó, jugó fútbol y tomó ‘polita’ con sus compañeros. Sobre el lugar de la tragedia, lloró como un niño recordando: “no quisiera acordarme de ver cómo quedaron destruidas las instalaciones del periódico... Aquí quedaba la DIAN, quedó desentejado, los Bomberos… Todo quedo destruido”.
Esa noche del viernes, la más movida en cualquier diario, estaban terminando la edición nacional y eran las últimas horas del cierre. Al rato, cuenta Bejarano, dos celadores se acercaron, “me dijeron que si les dejaba guardar el camión acá. Yo les dije: ‘qué pena hermano, pero ustedes saben que a las 2:30 a.m. me llegan los camiones de carga’, querían dejarlo y les dije que no”.
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Juan Bejarano y su compañero de turno salieron a las 6:30 a.m., a esa ahora ya había llegado Margarita Clopatoski, recepcionista que trabajó por 20 años en el diario y que, así como conoció a todos los miembros de la familia Cano, vio morir a sus queridos jefes.
Margarita se salvó de milagro: “Yo no pensé que fuera una bomba, yo pensé: ‘está temblando’ y me hice a un rinconcito. Me hice a un lado del conmutador y me agaché diciendo: ‘Virgen Santísima, favorézcame’”, narró.
Bejarano también recodó el momento de la explosión: “fue impresionante ver cómo volaron tejas, vidrios, todo. Hubo carros que iban por el carril del centro y resultaron por el otro carril por la onda explosiva. Vimos cuando el bombero fue impulsado contra la columna, él estaba cerca al camión, prácticamente. La verdad no sé si lo mato o no, yo creo que sí”.
Pablo Escobar había cumplido la sentencia de hacer explotar a El Espectador. No le había bastado con, tres años atrás, haber ordenado el asesinato de su director Guillermo Cano, al que nunca le perdonó haber divulgado su fotografía, reseñado como delincuente, que dio la vuelta al mundo.
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Ana María Busquets De Cano había enviudado de la peor manera: viendo cómo un sicario acribillaba a su esposo al frente del diario. Ahora temía por la vida de sus dos hijos, los nuevos directores del periódico.
El menor de sus hijos, Fernando, ya había regresado al país y pensaba reintegrarse al medio el lunes siguiente. “Cuando supimos lo que había sucedido le dije: ‘yo creo que tú serías un buen motivo para que la gente viera que no están solos y que tú viniste a dar la cara nuevamente por el país y por el periódico”, relató.
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Dos horas después de la explosión, se vio al joven director, a los periodistas y a todo el personal administrativo interpretando una escena surreal. En un acto de dignidad profesional surgió la ‘Operación escobas’.
“No sé de dónde salieron tantas escobas, cada uno tenía una y todos barríamos para el mismo lado. Era como si uno quisiera borrar los malos pensamientos y acciones y todo el mundo trabajaba para dejar el periódico como era”, recordó Busquets de Cano.
El inventario de la destrucción dejó un saldo de 70% en pérdidas físicas. No se registraron víctimas mortales, 73 personas quedaron heridas y Margarita apenas sufrió un rasguño.
La prensa internacional fue de gran apoyo para levantar al periódico. La voz de Alfonso Cano fue contundente en su respuesta al enemigo: “lo más importante es que el periodismo colombiano no baje la cabeza, no agache la cerviz. Yo creo que los periódicos y los periodistas tiene un deber y es el de denunciar y publicar las cosas”.
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El Espectador salió al otro día a circulación. Era la respuesta que estaba dando el periodismo a su enemigo Pablo Escobar.
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