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“Cuando uno perdona descansa el alma”, dice víctima de las FARC en Bojayá

Las aguas del río Atrato no han podido llevarse el dolor y los recuerdos del padre Antún Ramos.  
“Recuerdo la mañana del 2 de mayo de 2002 como un día para no volver a recordar, por la dureza, por la crudeza por la barbarie”, dice.
Lo que no quiere recordar el sacerdote son las 28 horas de enfrentamientos entre las FARC y los paramilitares que obligaron a más de 600 habitantes de Bojayá a buscar refugio en la Iglesia san Pablo Apóstol.
“Una imagen que aún no se me borra. Nosotros no teníamos capacidad para tanta gente que llegó”, afirma.
Cuando no cabía un alma más en el templo, un cilindro cargado con dinamita lanzado por las FARC, entró por el techo y terminó con el llanto y los rezos.
Todo quedó en silencio
En ese lugar, sagrado para el pueblo, murieron 79 personas, entre ellas 47 niños. Otras 117 personas quedaron heridas.
Las autoridades y los medios de comunicación solo pudieron llegar 6 días después de la masacre, cuando los que quedaron vivos ya habían sepultado a sus muertos. Allí, solo quedaban ruinas y desolación.
Más de 3.000 personas se vieron obligadas a abandonar sus tierras. La mayoría buscó refugio en Quibdó.
Leiner Palacios, quien perdió a 32 familiares ese día, dice: “a uno se le remueven las tripas, el corazón, los sentimientos a veces le da a uno ganas de llorar. Aflora la rabia de importancia”.
Frente al tema del perdón, Carmelín Hinestrosa, testigo de la masacre, dice: “hay que esperar. Eso es paso a paso. Cuando uno perdona descansa el alma, descansa el corazón y eso es lo que yo siento en este momento”.
El padre Antún dice por su parte: “tenía muchas razones para odiar y de llenarme de venganza. razones para odiar tenía, pero es mejor perdonar”.
La masacre de Bojayá es considerada el acto de mayor violencia durante los años de conflicto armado en Colombia, tanto por el número de víctimas como por las condiciones en las que se presentó la masacre.
 
 

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