Jorge Salazar pasó de atender pacientes a ser uno que, teniendo todos los conocimientos, navegó en un mar de dudas para luchar contra un virus impredecible.
Dice que se contagió por un error humano, pese a que tenía todos elementos de protección, lo que demuestra que el virus siempre nos está acechando y que no da tregua.
Hoy, desde la comodidad de su casa y a un día de retomar sus labores en la Clínica Colombia de Cali, compartió su experiencia.
¿Cómo es para un médico tan preparado y experimentado pasar de curar y sanar a padecer la enfermedad, teniendo todos los conocimientos?
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Lo primero que uno hace es preguntarse: ¿realmente todo lo que yo he aprendido es lo que estoy viviendo?, ¿Será que la enfermedad tiene varias presentaciones?, ¿Será que yo estoy en una y aparece otra o después se juntan y se forman una sola?, no lo sabemos.
Nadie estaba preparado para la pandemia (…) Entonces, de las primeras informaciones que a uno le den, desde el punto de vista confiable, uno cree que esos son los delineamientos que tienes que marcar. El problema es que empiezan a haber situaciones difíciles, cuando lo que usted sabe está en contra de lo que le recomiendan (…) Nosotros constantemente entramos en dualidades, a debatir qué debemos hacer y qué no, empezamos a manejar el paciente de la mejor manera, pero el fenómeno de la duda siempre está.
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Consciente de eso, cuando uno se enfrenta a esto dice: ‘Bueno, ahora ya yo no soy el que manda, ya no soy el que da las órdenes, ahora soy quien las tiene que cumplir’, y así le dije de manera muy humilde a los colegas que me trataron.
Sus síntomas no eran los que comúnmente se conocen.
A nosotros nos han dicho que el paciente de COVID-19 debe presentarse con cefalea, dificultad respiratoria, aumento de la frecuencia respiratoria, dolor de garganta y un deterioro clínico importante, pero mis síntomas empezaron con un pródromo grande (señal o malestar que precede a una enfermedad), de unos 45 días, y un miércoles sentí un escalofrío y una descomposición, dolores musculares y articulares.
Allí fue que decidí irme para mi casa y aislarme. Al otro día dije: ‘Esto debe ser un COVID-19, a pesar de que yo no tenga síntomas respiratorios, ni me duela la cabeza, ni me duela la garganta, simplemente me siento muy mal’.
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Yo me fui para la ARL y me hicieron la prueba. Mientras salían los resultados estuve 5 días incapacitado en mi casa aislado con medicamentos regulares. Pero fue un deterioro continuo y cada vez me sentía más mal, empecé a perder olfato a perder el gusto, a dejar de dormir. Entonces regresé y me dijeron que mi prueba había salido positiva.
Ahí mismo me dijeron que me iban a trasladar a una clínica para ser atendido. Esa es una de las cosas más terribles que le pueden pasar a un ser humano, cuando a usted prácticamente lo meten a un ataúd de plástico, queda completamente sellado, lo suben en una ambulancia y lo trasladan. Ahí empieza la lucha por la vida, empieza la pelea. Allí empecé a decirme a mí mismo que tenía que vencer. Uno se concientiza de que tiene que ser superior a la enfermedad o la enfermedad lo destruye, porque después viene lo más tétrico: el aislamiento.
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¿Cómo cree que se contagió?
Hasta ese momento no teníamos un diagnóstico de un COVID-19 definido, simplemente teníamos sospechas y yo estaba trabajando con esos pacientes. Habíamos tratado uno que había mostrado que tenía alta probabilidad de tener COVID-19.
Yo estoy supremamente agradecido con la Clínica Colombia, donde yo trabajo como médico intensivista, porque nos prestaron todas las ayudas al personal médico para que podamos trabajar con absoluta seguridad. ¿En qué momento me contaminé?: en algún momento de descuido, el ser humano tiene fallas, se me corrió la máscara, me la quité muy rápido, no tenía un aditamento bien puesto, no tengo a quien culpar de eso, son las cosas de la vida, los gajes del oficio.
¿Y cómo fue esa lucha contra la enfermedad?
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Los síntomas son terribles, una cosa es contar y otra es vivirlo, cuando usted siente la muerte cerca.
El gran problema es que muchos de los medicamentos que te dan para que tú te mejores, te empeoran o te dan iguales síntomas (…) entonces uno se pregunta: ‘¿es mejor la enfermedad o es mejor la cura?’.
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Te tienes que hacer a la idea de que tienes que salir adelante, con miedo y todo (…) entonces yo dije, vamos para adelante. Y cuando me atendían, yo decía: ‘estoy mejor, estoy bien’. Y las enfermeras me decía: ‘pero, doctor, sigue con mucha diarrea, sigue con mucho vómito’, ‘mire que la presión se le ha caído un poquito’, pero no, yo decía que teníamos que seguir adelante.
¿Cómo interpreta esto que le pasó?
Son las cosas que pasan en la vida. Uno como médico tiene que prepararse para luchar todo el tiempo contra todas las adversidades (…) Lo normal de nosotros en la Unidad de Cuidados Intensivos, UCI, es manejar pacientes críticamente enfermos, muy delicados.
En ese momento no solamente hay que pensar en el cuerpo, sino en el alma. Hay que pensar que es gente que siente, que tienen problemas, que cuando usted entra a una UCI no sabe si va a salir, entonces necesita que el galeno que esté con usted tenga humanización para que el manejo que le dé no sea solamente sobre su enfermedad, sino a usted, a su familia y al problema.
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Yo sabía que me estaba enfrentando a lo más difícil, pero yo soy la cabeza de mi UCI y tengo que afrontar mis problemas. Llevo 35 años en esto y no me arrepiento ni un segundo de haber trabajado con los pacientes.
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