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Enemigo cercano: así fue el atroz crimen de Nicolás Ayala en el municipio de Lebrija

La desaparición de Nicolás Ayala, de 20 años, puso en alerta a las autoridades de Lebrija. Al dar con el paradero de sus secuestradores, familiares de la víctima reconocieron que eran unos conocidos. ¿Por qué cometieron el crimen?

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El 18 de agosto de 2020, la familia de Nicolás Ayala, de 20 años, lo estaba buscando desesperadamente después de que su padre, Carlos, recibiera una llamada telefónica en la que mencionaban el secuestro de su hijo. Los secuestradores pidieron unos 120 millones de pesos por su rescate, pero para este padre humilde era una cantidad que no tenía en sus manos, pese a que quería evitar el crimen atroz.

“Yo no entiendo porque usted secuestra a un hijo de un camionero, por qué eligió a mi hijo si yo no tengo dinero”, relató Carlos en El Rastro. Los hechos ocurrieron en Lebrija, Santander, mientras Carlos manejaba su vehículo a la ciudad de Bogotá. Él guardaba la esperanza de que aquella llamada fuera una falsa alarma. De inmediato, secomunicó con la línea #165 del Gaula de la Policía de Santander para denunciar el secuestro.

Sus familiares y amigos afirmaron que Nicolás Ayala era un joven muy juicioso, responsable y que nunca estuvo en malos pasos. De hecho, él trabajaba como conductor de un motocarro en una empresa que conocía su padre. Juan Manuel Morales, administrador de la empresa, recibió una llamada de un desconocido en la que le mencionaron que el vehículo se encontraba solo en una calle cerca de un colegio.

Las autoridades rastrearon la llamada que le hicieron a Carlos e identificaron que la ubicación de ese celular era cerca del peaje de Lebrija. En ese momento, y por la cuantía de dinero que le pedían, los agentes descartaron que se tratara de algún grupo armado, pues alguien más pretendía sacar algún provecho de la víctima. ¿Se trataba de alguien cercano a la familia?

A través de una búsqueda selectiva en base de datos, el Gaula pudo detectar las SIM cards en la que mostraba los dispositivos telefónicos que habían sido utilizados, por lo que reconocieron que solo un celular había tenido permanente uso de una línea que estaba al nombre de Ricardo Jaimes Garavito.

Carlos hizo todo su esfuerzo por vender todo lo que tenía a su alcance, pero alcanzó a reunir apenas 25 millones de pesos de la suma que había exigido el secuestrador. El 22 de agosto, recibió una nueva llamada en donde le dijeron que “de aquí en adelante lo que le pase a su hijo, sí él muere es por culpa suya, por su negligencia y por no cumplir con la palabra”. En el intento de negociar bajaron la suma a 80 millones de pesos.

Dos detalles fueron claves para encontrar a la persona que tenía secuestrado a Nicolás Ayala: una moto color verde y las cámaras de seguridad de la casa del principal sospechoso. Así se logró determinar que quien conducía esa llamativa motocicleta era Ricardo Jaimes, pero, mientras él realizaba esas llamadas en diferentes sectores, alguien más tendría que estar vigilando a Ayala. ¿Quién más estaría detrás del secuestro?

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La Policía decidió acudir a la familia Ayala para presentar al posible secuestrador y ellos identificaron el rostro de Jaimes, era un conocido de la familia, pues Carlos tenía una casa en el municipio que rentaba. En una de las plantas vivía Yaneth Jaimes, hermana de Ricardo Jaimes, con su hijo, Yesid, un joven de la misma edad que Nicolás y que fue su amigo de infancia.

El 15 de octubre de 2020 se realizó la captura de Ricardo Jaimes y su sobrino, Yesid, por los delitos de secuestro extorsivo. Además, se halló evidencia que comprobaba el crimen como varios celulares y las llaves del motocarro de la empresa donde trabajaba Nicolás. Los agentes se dirigieron al paradero de la víctima que había sido dado por sus secuestradores, sin embargo, se encontraron con el atroz asesinato de Nicolás, su cuerpo fue encontrado sin vida.

Tras su captura, se les imputó también el delito por homicidio. El juez dio una sentencia de 28 años y seis meses de prisión para Ricardo Jaimes y su sobrino, Yesid Sanabria Jaimes. Hoy Carlos aún recuerda lo sucedido como un calvario.

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