
Desde los 13 años, Laurene Agnew, directora de proyectos en Bangor, Irlanda del Norte, padeció dolores intensos en su período, pero los médicos pensaban que era sobreactuación adolescente. Sin embargo, los episodios no cedieron, empeoraron con los años, y siguieron siendo desestimados con excusas injustas: “tienes un umbral de dolor bajo”, “eres demasiado corpulenta” o “no comes saludable”. Durante más de 20 años, Laurene soportó un calvario físico y emocional sin diagnóstico ni alivio médico.
A los 16 años, ante sus constantes quejas, le realizaron su primera laparoscopia exploratoria, pero los médicos no detectaron nada anormal. Aquel fallo inicial no solo prolongó su enfermedad, sino que generó un daño psicológico profundo: “Creía que algo andaba mal conmigo, que sentía un dolor que otras personas no sentían […] tenía una autoestima terriblemente baja. Y odiaba ser mujer”, confesó ella.
¿Qué enfermedad le diagnosticaron luego de 20 años?
A sus 22 año, la mujer seguía experimentando períodos dolorosos y, son ayuda de su esposo, insistió nuevamente con los médicos. Nuevamente registraron sus síntomas, pero los médicos continuaron culpándola por su peso o sugiriendo que exageraba. No fue sino hasta que tuvo un sangrado durante las relaciones sexuales que los galenos decidieron realizarle una cirugía más profunda.
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La esperada operación reveló una verdad aterradora: Laurene tenía endometriosis en estadio IV, con sus órganos pélvicos completamente invadidos por tejido endometrial. Aquel diagnóstico tardío desencadenó un ciclo de cirugías —una cada dos años— desde los 23 hasta los 35 años, con la esperanza de remover tejido y aliviar el dolor. Pero la situación siguió igual.
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Las imágenes médicas confirmaron lo que Laurene sentía y venía reportando durante varios años. Tenía nervios muertos que comprimían órganos vitales relacionados con la vejiga, intestinos, función sexual y movimiento de la pierna. A lo largo de estos años la mujer quedó sin sus trompas de Falopio, apéndice, útero y cuello uterino para hacerle frente a la endometriosis, algo que se habría podido evitar si el diagnóstico hubiera llegado a tiempo.
Laurene recuerda una frase de uno de sus ginecólogos: “Si digo que estás bien, estás bien”. Esa arrogancia médica contribuyó a que ella siguiera en agonía sin pruebas clínicas que alguien validara su sufrimiento. “En retrospectiva, creo que fue simplemente un cirujano inexperto que no sabía qué hacer con la endometriosis”, reflexiona.
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Tras dar a luz a dos hijos, la decisión más difícil llegó en 2020: una histerectomía. Aunque sabía que no sería la panacea, clamaba por un alivio del dolor. Pero los cambios hormonales y la persistencia de síntomas sorprendieron a todos: seguía menstruando y tenía una masa de endometriosis que la salud pública no abordó.
La extirpación del tumor no frenó sus molestias y seguía con hinchazón abdominal severa, náuseas y vómito. En pocos meses, perdió 10 kg, fue hospitalizada y requirió alimentación por sonda. Quedó atrapada en un sistema que tenía un historial de no escuchar a mujeres con dolencias aparentemente inexplicables.
Un largo camino para buscar un tratamiento
En su búsqueda por respuestas, Laurene investigó por su cuenta y halló al Dr. Gabriel Mitroi en Rumania. Él identificó la causa real de su padecimiento, que es un daño nervioso severo causado por una complicación de las cirugías previas. Le ofreció un tratamiento, pero que es bastante costoso. Entonces la familia y la comunidad se movilizaron mediante una campaña de GoFundMe recaudaron 24.000 libras para cubrir el tratamiento.
Afortunadamente, la intervención fue un éxito. A seis meses de la cirugía, Laurene declaró: “No siento agonía desde la mañana siguiente de la cirugía. Todo era muy pesado. Ahora siento que puedo mantenerme en pie”. Aunque sigue en recuperación, asegura que ahora tiene el control de su vida diaria.
Ahora Laurene comparte su viaje en Instagram y aboga por una medicina que sea más sensible a las mujeres. Su experiencia le llevó a preguntarse cómo tantos casos como el suyo siguen siendo ridiculizados o ignorados. “Mi historia no es ajena a lo que muchas mujeres con endometriosis viven. Es necesario reconocer que nuestro dolor importa”, dijo. Insiste en que el sistema de salud debe cambiar su paradigma, aprender a poner fin a la frase “estar exagerando” y asumir que el dolor crónico merece investigación, diagnóstico temprano y tratamiento integral.
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MARÍA PAULA GONZÁLEZ
PERIODISTA DIGITAL DE NOTICIAS CARACOL