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La atención se centró equivocadamente en la continuidad del técnico Eduardo Lara después del papelón en el reciente Suramericano. Debe ir más lejos, desde luego. Porque el “profe” es lo que llaman la cabeza de los “pelados”, sí, pero hay otras lumbreras detrás de él que también deben avergonzarse un poco, aunque sea de vez en cuando. Porque esto literalmente es un equipo. Directivos, técnicos, utileros y hasta ‘aguateros’ acompañan a los futbolistas en el intento de conseguir objetivos. Si falla el equipo, todos pierden. Los integrantes deberían corresponder a esa premisa. No seguir aprovechándose del refugio que permiten a veces los escritorios. Luis Bedoya, presidente de la Federación Colombiana, ya jugó y perdió con Jorge Luis Pinto y Lara en las Eliminatorias al Mundial de 2010 (había dicho que si no se clasificaba a Sudáfrica, se iba). Después ganó en su valoración gracias al apoyo que le dio a la Sub-20 y perdió puntos con los que la selección de Lara no ganó en la cancha. Ahora Bedoya tomó, junto con el cuerpo directivo de Colfútbol, la trascendental decisión de continuar con Lara a meses de empezar el evento deportivo de mayor importancia que se vaya a realizar en la historia de Colombia: el Mundial Juvenil, que va del 29 de julio al 20 de agosto. Un nuevo papelón de esta selección, sin importar quién sea el técnico, también debería traer consecuencias para aquellos que van manejando el barco, es decir, los directivos. Aquí no vale esperar a ver si clasificamos o no al Mundial de Brasil de 2014 con “Bolillo” Gómez. Al final de cuentas, cuando Colombia pierde, perdemos todos. Y también ganamos, si es el caso. En este partido no hay empate y como tal se debe asumir y pagar. Que los de corbata lo entiendan y dejen de jugar a las marionetas. Apostaron por Lara en el Mundial, muy bien. Que recojan las ganancias o se vayan para otro casino si sucede lo contrario. En Twitter: @javieraborda
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La caída ante los campeones mundiales es una lástima. Se puede cuestionar con válidos argumentos de qué sirve jugar bien si se pierde, pero para nosotros, que buscamos un camino hace tiempo, este partido es un aliciente. Hubo amor por la camiseta, hubo pundonor. Las caídas así, aunque injustas, no duelen tanto. Son diferentes. Dejan, eso sí, un sinsabor que dura unos cuantos días, un sentimiento de frustración, un grito de gol atragantado en el cuerpo. Selecciones con jerarquía no pasan esto por alto. Hay que anotar, por Dios. Hay que castigar al rival, por favor. Resulta increíble seguir padeciendo este mal de la ineficacia. Se debe evitar la metástasis pronto a punta de psicólogos, entrenamientos y lo que sea necesario. No importa el personaje: Dayro, Rodallega, Ramos, Moreno, Armero, Falcao (lesionado en esta oportunidad) y demás están con los ojos tapados para convertir en el conjunto nacional. Por demás, resulta admirable tener un capitán como Yepes, quien jugó a diferencia de sus palabras y no disputó un “partido más” sino una final. Es gratificante su esfuerzo, su enjundia. A pesar de “jugar como nunca y perder como siempre”, hay un colofón prometedor en esta historia. Queda demostrado que Colombia puede luchar por un lugar digno en Suramérica. Será así si se lo propone, si la mentalidad de los jugadores (y de los que mandan) no cambia para jugar contra equipos como España o contra otros de menor voltaje. La confianza renace. No dejar marchitar esa pequeña flor será la tarea de “Bolillo” y Leonel de ahora en adelante. Su proceso debe producir cosecha en la Copa América. Después, empezará el trabajo real para conseguir la llave que abre la puerta al Mundial y que nosotros extraviamos hace años. Perder un amistoso no es trágico. Lo será no clasificar a Brasil 2014. En Twitter: @javieraborda
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A pesar de lo que muchos creen, España corre más riesgo en este partido amistoso ante Colombia. Lo más lógico es que el campeón del mundo pise a placer a una selección que se ha caracterizado por su insipidez. Cualquier otro resultado será milagroso y, a la vez, una completa catástrofe para los europeos. Un empate para ‘Bolillo’ y su equipo será, en cambio, “ganar un poco”. La victoria española tiene muchas más probabilidades de sucederse. Es lógico. Lo es por calidad individual, por conjunto y por mentalidad. Incluso el hecho de jugar en el Santiago Bernabéu le da otra estela de superioridad. Por eso, el riesgo de Colombia no es caer. Eso sería normal frente a un equipo superior. El mayor problema, allende de un resultado “normal”, es decir, sin una goleada en contra, es que otra vez se evidencie la pobreza ofensiva, la falta de ideas y de atrevimiento, aunque no de respeto. Nadie espera que Colombia salga a atacar desenfrenadamente desde el primer minuto. Sería un suicidio. Esperamos simplemente una presentación decente. Ser un obstáculo difícil de superar. Y, por qué no, un partido y una escuadra que despierte verdaderas esperanzas de cara al futuro, que es nada menos que la Copa América y las Eliminatorias. Se ha criticado siempre la programación de amistosos contra conjuntos mediocres. Esta vez, y después de mucho tiempo, es diferente al 100%. Un aplauso para la Federación porque esta sí es una prueba de verdad. No es un partido más, como dijo Yepes. Jugamos contra los monarcas del planeta, hecho con varios hombres del Barcelona, club sinónimo de fútbol espectacular para la posteridad. Ojalá que el viaje de la selección de vuelta a Colombia sea con la cabeza en alto. Que no asomen más fantasmas ni vergüenzas. En Twitter: @javieraborda
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Antes de que Colombia cayera 1-3 contra Argentina en Bogotá por las Eliminatorias al Mundial del 2002, el “Chiqui” García aseguró que no estaba angustiado ni preocupado por el partido. El entonces técnico de la selección dijo algo así como que el ‘fútbol hay que disfrutarlo, no sufrirlo’. Ese comentario revive hoy para mí porque hace rato el país se está enfermando con el rendimiento de sus selecciones. La última disculpa para una adversidad la pronunció Eduardo Lara y enojó a muchos, con razón. Se dio a entender que el empujón para la caída ante Uruguay en el Sub-20 lo dio la altura. No se habló de baja producción de los jugadores ni de fallas en la dirección técnica ni de poca gallardía. Es deleznable obligar a alguien a decir lo que uno piensa. Y por eso hay que abrirle cierto espacio a Lara. Si él cree que fue la altura lo que condicionó al equipo, mejor que lo diga abiertamente y con sinceridad. Se valora así su honestidad. Quizás sean verídicas sus respuestas. Lo que causa más molestias es que se esgriman evasivas cuando simplemente se nota que se juega mal. Y no por condiciones hostiles o enemigas. Decir que la altura afectó a los colombianos sólo revalidaría la falta de cosecha en los entrenamientos realizados en Bogotá, que está 265 metros más alto que Arequipa, sede del partido ante los uruguayos. Sería confirmar que se está trabajando mal, que algo está fallando. Ahora no hay más remedio que esperar por Brasil. Las palabras del cantante Rubén Blades también reviven en este momento, como las del "Chiqui": “Escribo cuando estoy molesto, por la cólera que da la injusticia”. Es así. Qué injusto resulta de verdad para los uruguayos no reconocerles que fueron un equipo mediocre ante Colombia y que, aun así, merecieron la victoria. Y nosotros la derrota. En Twitter: @javieraborda Es deleznable obligar a alguien a decir lo que uno piensa. Y por eso hay que abrirle cierto espacio a Lara. Si él cree que fue la altura lo que condicionó al equipo, mejor que lo diga abiertamente y con sinceridad. Se valorará así su honestidad. Quizás sean verídicas su respuestas.
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¿A qué estamos jugando? O mejor: ¿Qué le están enseñando los técnicos a los futbolistas menores de nuestro país? No hay visos de que se esté creando o ratificando una identidad. Seguimos en lo mismo. Es decir, nos falta gol. Algo así como ir siempre a la cama sin hacer el amor. Uno puede jugar mal cualquier tarde y eso le ha pasado a la selección sub 20 de Colombia en el actual Sudamericano. Eso preocupa cuando se hace recurrente, pero es más inquietante que se carezca de una idea para el futuro, que es lo que importa. Tenemos problemas de verdad en la cabeza, más que en las piernas. Nadie se atreve a nada. Y la culpa le corresponde, sobre todo, al cuerpo técnico. ¿En qué sentido? Esperamos la adversidad (el 1-0 en contra) para atacar, para proponer un estilo. En un país violento, tenemos miedo de patear simples pelotas al arco contrario. Nos pasamos la granada de un lado a otro, con lentitud. Y el gol casi nunca explota. La sub 15, vale decirlo, ganó hace poco un torneo en Bolivia. ¡Felicitaciones! La Sub 20 puede y debe mejorar, sobre todo porque se avecina el Mundial. El equipo de mayores continúa mientras tanto en un proceso silencioso que no despierta optimismo ni pesimismo. Está ahí como en el limbo, a poco de jugar un amistoso contra el campeón del mundo, España. Retumban ahora las palabras de Eduardo Lara y la idea de que todas las selecciones Colombia propendan por “una unificación de conceptos, con el 'profe' 'Bolillo', con el 'profe' 'Pacho' (Maturana) y ahora con Leonel (Álvarez)”. Lo están logrando, sin duda. Para mal, por supuesto. Lo que se está unificando es una mentalidad conformista y poco ambiciosa. El camino, afortunadamente, se puede recomponer. Pero se debe conocer de verdad la meta a la cual se quiere llegar. No necesitamos eso que llaman garra ni velocidad porque sí para triunfar en unos cuantos partidos. Tenemos que descubrir -o recuperar- una manera de jugar que corresponda a nuestros sentidos. Una que nos haga ver y ganar bien. Una que nos clasifique a Olímpicos y mundiales y que nos encauce a un río de títulos. Una manera de jugar que al menos nos ilusione y nos haga prender radios y televisores. En Twitter: @javieraborda
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1. No oír más en cualquier tipo de transmisión cosas como: “Equipo táctico”; “Así es el fútbol”; “El que no los hace los ve hacer”; “Extraordinario marco de espectadores”; “Equipo partido (en alusión al desequilibrio)”; “¿la clave del partido?”;¿su balance del partido?”; “nuestro torneo es emocionante”; “justo campeón”; “esta vez se clasificará con x puntos” y, entre muchos otros lugares comunes, que cualquier jugador colombiano es “figura” en el exterior por anotar unos cuantos goles intrascendentes. 2. Ver una extraordinaria participación de Colombia en la Copa América. Si sucede una tragedia, que el ‘Bolillo’ y sus rémoras acepten los desatinos y dejen de decir ante la mediocridad que todo es un proceso rumbo a las Eliminatorias. 3. Por favor, que no pase nada de nuestra triste cotidianidad antes o durante la disputa del Mundial sub 20. Es decir, ningún escándalo de corrupción (boletas perdidas o revendidas, por ejemplo); que no estalle ningún carro bomba ni se presente alguna andanada de las FARC o el secuestro de un dirigente. Tampoco triunfalismos baratos y sí una digna competencia. 4. Que dejen de decir que Luis Bedoya es el mejor directivo del fútbol nacional. No lo es, aunque tenga cualidades. Basta que alguien mire desde afuera cómo está de malo el campeonato local y la situación administrativa y legal de varios equipos para darse cuenta de tal inverosimilitud. 5. Quisiera contar el primer castigo real a un hincha o hinchada violenta. Que algún “barra brava” sea encerrado en la cárcel un buen tiempo por sus actos vandálicos. Es eso porque pedir que dejen de ser violentos no sería retribuido. 6. Que los dueños de las transmisiones y del negocio del fútbol dejen de decir frases que no quieren u omitan las que sí piensan. Una cosa es cuidar la inversión y otra muy diferente es mentirle a la gente alabando imperfecciones. 7. Calma ante las supuestas “chivas”. Es decir, que a nuestros mejores futbolistas no los transfieran falsamente al Real Madrid, Barcelona o Liverpool, por decir algo. Ojalá fuera cierto. Pero no. Eso de “suena” para tal equipo o “le interesa” o “está en carpeta” es otra falacia común en nuestro medio ambiente. 8. Un deseo simple: volver a ver un equipo colombiano disputando una final continental. Ya es hora. 9. Extinguir de tajo las imitaciones al periodismo deportivo argentino, que algunos creen una panacea. Dejar de copiar formatos y estilos es una necesidad para crear identidad. Los gritos exacerbados, por si acaso, pasaron de moda hace rato. 10. No programar más partidos los viernes en la noche en Colombia. Mucho menos si en el menú se vienen “clásicos” como Itagüí vs. Envigado. 11. Es suficiente con 30 y 40 años de ver los mismos gurús en la radio, prensa y televisión. ¿Será difícil entender que la palabra júbilación proviene de júbilo, de alegría? Pido eso humildemente, el retiro ajeno, con especial devoción. Si no, que llegue más paciencia. 12. Por último, algo más personal: que nunca me falte el espacio para seguir escribiendo. Es un privilegio y lo aprecio como tal. En Twitter: @javieraborda
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La FIFA, avarienta, tuvo la gran idea de acabar la Copa Intercontinental en 2004 por un Mundial acomodado y hecho a la medida de los equipos suramericanos y europeos. Esta vez, por fin, se paga caro la injusticia. Sao Paulo vs. Liverpool; Internacional vs. Barcelona; Milan vs. Boca; Manchester vs. Liga de Quito y Barcelona vs. Estudiantes fueron las más recientes finales del Mundial de Clubes. Y todas fueron en general atractivas, gracias al poder de los rivales. Sin embargo, esta vez la inclusión, como venía sucediendo anteriormente, del representante europeo y suramericano directamente en semifinales no fue suficiente. Todo porque el ignoto TP Mazembe Englebert de Congo, que antes había sacado al Pachuca, eliminó al Internacional de Brasil y peleará por el título en Emiratos Árabes Unidos, lo cual representa un desatino total a las expectativas. Se esperaba el duelo del Inter de Milán contra Internacional de Porto Alegre. La nueva final con el Mazembe de por medio se antoja precaria, pobre y hasta aburrida a primera vista, pero representa a la vez una conquista de franca lid. Eso es tranquilizante y no tiene nada de malo, salvo para los intereses comerciales y de audiencia de la FIFA y sus negocios. Ha llegado así el merecido a la desigualdad, que sigue faltando en otras latitudes. Si se analizan un poco los hechos, los malabares de este tipo también son muy comunes en la Conmebol, que ha cambiado repetidamente los sistemas de la Copas Libertadores y Sudamericana, siempre pensando en finales entre brasileños y argentinos. Aunque excluyente, se recuerda con mayor agrado la Copa Intercontinental y no un Mundial de Clubes disfrazado para que ganen los mismos. De lo contrario, puede ocurrir que un equipo al estilo Mazembe vuelva a ganar bien en la cancha y dañe todos los planes. Allá en África desde luego habrá fiesta con el logro. Es merecido. Naturalmente, el fracaso de unos siempre será el éxito de otros. Esta vez el chasco es para la FIFA y sus geniales ideas. En Twitter: @javieraborda
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- ¿Y esa voz ronca por qué, “Pecoso”? ¿De tanto gritar en el partido contra Cúcuta? - (Risas) No, qué va… Pues sí grité un poco, pero estoy más maluco porque jugamos un ‘picado’ con los jugadores y no me pasaban la pelota… Eso me tiene fregado hace rato. Fernando Castro (suena raro llamarlo así no más, sin el apodo) se ha expresado en alaridos toda la vida. Los primeros seguramente retumbaron hace mucho tiempo cuando una máquina troqueladora arruinó uno de los dedos de su mano. Como jugador, un recio defensor, “Pecoso” era pícaro, pero no fiel a una picardía como de la que habló el presidente Santos en su campaña. Era más astuto. Hijo de la escuela de Bilardo, aprendió muchas mañas. Les untaba vaporub en los ojos a sus rivales o los chuzaba con alfileres cuando llegaban al área para aprovechar un córner o un tiro libre. Era una caspa. Esa era su estrategia para evitar goles. Como técnico ha actuado un papel parecido, sin ser corrupto. Nunca se ha callado, al menos no por mucho tiempo. No sería él. Inolvidables son, por ejemplo, sus airadas reprimendas, con decenas de ‘hijueputazos’, a Jaír “Chigüiro” Benítez o a Édison “Guigo” Mafla cuando los dirigía en Santa Fe. También es memorable cuando empezó una terrible gresca al jalarle las mechas al argentino Claudio Hussaín (Ver video). Aquel hecho fue visto en todo el continente, así como la eliminación de River a manos del América en cuartos de final de la Libertadores 2003. La vida después pondría al pobre “Pecoso” contra las cuerdas y casi lo tumba. Dirigió otra vez a Santa Fe y lo sacaron por meter al “Bolillo” Gómez tras una campaña liderada por uno de los personajes más detestados del periodismo deportivo y que, por si acaso lo duda, trabaja, ya de salida, en la principal competencia de Caracol. Antes de eso, el D.T. había desencantado en Once Caldas. No le iba bien para nada. “Pecoso”, triste un poco, ya se estaba planteando el retiro. Pero le apareció una propuesta indeclinable, claro, teniendo en cuenta las circunstancias. Convertido sin saberlo en un gran personaje de nuestro fútbol, aceptó dirigir a un paupérrimo Quindío que apenas acumulaba un punto de 30 posibles en el primer torneo del año y que era una miseria. Iba a un conjunto que no tenía plata en absoluto y sí muchas deudas. El temple del técnico de inmediato hizo reaccionar a una plaga de jugadores insípidos. Fueron 14 puntos valiosos, aunque insuficientes para sacar al conjunto de Armenia del último lugar. Sin embargo, comenzando de cero en el segundo campeonato, “Pecoso” hizo 26 unidades y clasificó a los cuadrangulares. Todo un hito. Salvó al Quindío del descenso. Lo logró con una pintura de Botero llamada Léider Preciado, con el mismo desgarbado de Elkin Murillo y el viejito de Carlos Rodas. Vaya trío. Eso es suficiente para que “Pecoso” reciba una mención, un grito de reconocimiento. Con lo poco que tenía, hizo demasiado. La Gazzetta dello Sport anticipó que el mejor técnico del año será Vicente del Bosque. A él quisiera verlo dirigiendo a un equipo como el Quindío. No podría. Y viceversa. “Pecoso” está hecho para el fútbol colombiano y con los equipos a su semejanza. Aquí les gana esta vez a Diego Umaña, Juan Carlos Osorio y Néstor Otero. Sólo Hernán Torres, si acaso, podría espantarlo como el mejor del 2010. En Twitter: @javieraborda
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Rusia se ha vuelto un pequeño país para conseguir resultados en el fútbol y muy grande en otros sentidos. Basta con decir que su población se acerca a los 142 millones de habitantes repartidos en una inmensa superficie de 17.075.400 kilómetros cuadrados. Es un mercado muy atrayente para la FIFA, para los negocios. Hay dinero por doquier. Rusia se vende como una nación nueva. Es la “unión entre Oriente y Occidente”. Allá se jugará el Mundial de 2018. Inglaterra, España, Portugal y Holanda, países con mayor tradición y desarrollo futbolístico, perdieron sus candidaturas al vigesimoprimer Mundial de la historia. No hubo premio a los inventores de este deporte para que recibieran el certamen otra vez, luego de salir campeones en casa en 1966. Tampoco al actual campeón y subcampeón del Mundial. Es una lástima, por gusto. Justo sí en torno al concepto de un fútbol para todos los rincones del planeta. ¿Por qué no Rusia? No hay porqués verdaderos. Rusia, potencia en varias disciplinas olímpicas, tiene cómo organizar un torneo de este calibre. Rusia (para los casos pertinentes Unión Soviética) ganó la Eurocopa de 1960 y fue subcampeón en 1964, 1972 y 1978. Ha jugado nueve veces en los mundiales (1958, 1962, 1966, 1970, 1982, 1986, 1990, 1994 y 2002). En el del ´62, siendo de peso en el balompié, enfrentó a Colombia en el recordado empate a cuatro tantos, incluido el gol olímpico del barranquillero Marcos Coll a uno de los mejores arqueros de todos los tiempos, Lev Yashin. Famosa la estampa de la camiseta que dejaba leer “CCCP”, acrónimo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en ruso. Para nosotros fue: "Con Colombia Casi Perdemos". El Mundial de 2022 será en Catar, por desgracia para Australia, Corea del Sur, Estados Unidos y Japón, los otros aspirantes a organizar el campeonato. El país árabe apenas tiene un millón de habitantes y 11.000 kilómetros cuadrados. Es casi tan grande como Jamaica. No tiene mucho que ver con el fútbol que conocemos. En realidad, nada. No ha aparecido en los mundiales. Diga un equipo de fútbol de ese país y un estadio. Difícilmente lo logra. La FIFA, que hizo la elección de sedes cuando aún suenan escándalos por corrupción de sus funcionarios, lo eligió porque debajo de ellos está su valor. Petróleo y gas por montones prometen construcciones de estadios espectaculares. El balón rodará en medio de edificaciones megalómanas, suntuosas. El mundo verá fútbol de “lujo” y tribunas llenas de islámicos. Toda una novedad. Sin embargo, también estará vigente la ley sharía. Si un Mundial en Inglaterra permitiría borrachos a cualquier hora, en cualquier lugar, no será así en Catar. La homosexualidad se considera una falta grave y las mujeres muy destapadas no son bien vistas en Oriente Medio. No como aquí. Será difícil encontrar entonces a otra Larissa Riquelme con mucha silicona y promocionando un desodorante en los pechos. El Mundial ya estuvo en Sudáfrica. Irá en 2014 a Brasil y luego tendrá dos escenarios extraordinarios. Cada vez se hace más global en conquista de nuevos hinchas, pero también de más dinero. El fútbol, queda claro, es un negocio muy rentable que busca más suscriptores tipo pague por ver. En Twiiter: @javieraborda
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Tengo algo grabado en la mente: Colombia jugaba ante Argentina en Barranquilla en las Eliminatorias al Mundial de 1998 y en el noticiero entrevistaban a dos amigos costeños en las tribunas del estadio Metropolitano. Uno tenía la camiseta de Colombia y la cara pintada con amarillo, azul y rojo. El otro vestía la de Argentina y le hacía fuerza al equipo extraño a su cultura, a su linaje. No lo aceptaba; no lo entendía. Barcelona acaba de golear 5-0 al Real Madrid y hay muchos colombianos que se enorgullecen con la paliza, con el baile. También hay cientos de seguidores del Real que están tristes con la humillación que no quiso reconocer Mourinho (el mismo que se escondió de la lluvia en el Camp Nou a pesar de que una tormenta blaugrana caía sobre su equipo). Un niño que haya visto ese histórico superclásico a la distancia fácilmente podría hacerse hincha del Barca o de cualquier otro cuadro que le atraiga. Simplemente porque le gusta lo que ve. Encantarse con Messi no tiene ‘Lío’. Tampoco con los colores del estadio, si se quiere. Es una elección individual y, por lo tanto, irreprochable. Pero cuesta entender que alguien se precie de ser hincha de algo que solo ve en televisión. Resultado esto, tal vez, del desmedro del fútbol que se vive en carne propia en otras latitudes, como en Colombia. ¿Enamorarse de un equipo como Barcelona puede ser mejor que volverse un ‘fanático’ de la mediocridad? Seguramente no. Pequeñas conquistas traen grandes felicidades. El título del Cúcuta, por ejemplo, agradó a muchos en su tierra. Eso parece más real, un poco más honesto consigo mismo, que ver a un guajiro con la camiseta del Chelsea. Que le guste, víctima o beneficiado de la globalización, es diferente. Hay quienes se consideran hinchas de un conjunto de Colombia, de River, de Manchester, del Inter, del Bayern, del Barcelona... De todos a la vez. ¿Es eso creíble? ¿De cuántos equipos se puede ser hincha? ¿Existe un número máximo? Tres ya es mucho. Hace poco, Palmeiras quedó eliminado increíblemente en la semifinal de la Sudamericana. Mientras esto sucedía, en las tribunas un niño de ocho años llamado Dudu lloraba con envidiable dolor. Mostraba el sentimiento verídico de la derrota, puro, noble, sin excesos ni medida. El club lanzó una campaña para encontrarlo. Y lo hizo. Lo reunió después con el equipo y le regalaron una camiseta con su nombre y el número 30 a su espalda (Ver video). Fue el premio a la fidelidad. Uno no se la puede pasar llorando por diez equipos a cada rato. Ni gozando. En Twitter: @javieraborda