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La vida de Jhon Fredis Rodríguez Sandoval cambió para siempre el 28 de junio de 2023. Ese día, durante una protesta en la Universidad Nacional de Bogotá, una papa bomba le explotó en el rostro mientras cumplía con su deber como patrullero del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad). Recién había cumplido 31 años y ya acumulaba 15 felicitaciones y cuatro condecoraciones en la Policía Nacional. Tras la tragedia, su vida y la de su familia dieron un giro irreversible.
El equipo de Los Informantes habló con la familia del joven, hoy de 33 años, quien quedó con graves secuelas tras la explosión. Su vida quedó en pausa, atrapada en un limbo incierto. Este es el conmovedor testimonio de sus padres, quienes dejaron todo para poder cuidarlo.
“Muchas veces he soñado viendo a mi hijo levantarse de esa cama, estar en familia con nosotros como lo hacíamos cada vez que tenía la oportunidad”, contó su padre, Fredis Rodríguez.
Jhon Fredis Rodríguez tiene 33 años y desde niño soñó con ser policía. Mide 1,75 metros, pesa 65 kilos, disfruta del mote de queso y siente un profundo amor por su pueblo natal, Ciénaga, Magdalena. Pero tras aquel fatídico día, hace dos años y tres meses, no volvió a hablar, moverse ni comer por sí mismo.
El joven era patrullero del Esmad y, aquel 28 de junio, acudió a las manifestaciones por el Día del Estudiante Caído. Llegó con su uniforme de protección para reforzar la seguridad en la Universidad Nacional.
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Los padres del joven, Fredis Rodríguez y Piedad Sandoval, vivían con el corazón en la mano, temiendo que el sonido del teléfono fuera presagio de malas noticias. “Estar en esa área es muy difícil. Es muy difícil porque uno siempre como padre vive con el corazón en la mano... Varias veces que me llamaron indicándome que si yo era el papá de él, mi corazón se me salía, porque yo siempre me imaginaba lo peor”, recordó su padre.
Jhon vivía en Bogotá, mientras sus padres y hermanos permanecían a más de mil kilómetros, en Ciénaga, Magdalena. Llevaba ocho años en la Policía y, durante todo ese tiempo, nunca dejó de comunicarse con su familia. “Tengo en mi mente todavía la frase con que siempre terminábamos de hablar, la cual tengo la esperanza de volver a escucharla, y, es decir, padre, los amo”.
El día de los hechos, Jhon y sus compañeros estaban formados frente a la entrada de la calle 26 y avanzaron hacia la universidad, en Bogotá. A las 11:28 de la mañana, una papa bomba lanzada por un encapuchado desde el interior de la Universidad Nacional explotó en su rostro.
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A las 2 de la tarde en su casa en Ciénaga, los Rodríguez recibieron la llamada que más temían. “Yo estaba en la cocina y yo vi la noticia. Alcanzo a escuchar es ‘disturbio en la Universidad Nacional y un patrullero herido’ y se fue la luz y no alcancé a ver toda la noticia”, recordó su madre, Piedad Sandoval.
La situación de Jhon era crítica: sufrió tres paros respiratorios y permaneció siete minutos sin signos vitales. Los médicos del Hospital de la Policía lograron reanimarlo, pero presentaba un trauma craneoencefálico severo, el pulmón derecho colapsado por la explosión, fracturas en la región cervical y graves lesiones en la mandíbula y en los tejidos blandos.
“El médico me dijo: ‘Voy a ser sincero, tu hijo puede morir, pero ten esperanza. Él está joven y puede salir adelante’”, dijo Fredis.
Pasó 22 días en coma y los médicos tuvieron que practicarle una traqueotomía y una gastrostomía para mantenerlo con vida. El diagnóstico fue devastador: encefalopatía hipóxico-isquémica severa, un daño cerebral que lo dejó sin la capacidad de hablar, moverse o valerse por sí mismo.
“La neurocirujana me dijo que tres partes de su cerebro estaban totalmente dañadas y que mi hijo podía quedar en estado vegetativo”, contó su padre. Sin embargo, la familia se aferra a la fe y a la esperanza de un milagro.
Un año y once meses después de la tragedia, Jhon salió del hospital y volvió a estar bajo el cuidado de sus padres. La familia tuvo que vender su casa y abandonar sus empleos para dedicarse por completo al cuidado de su hijo.
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Actualmente, Fredis y Piedad viven junto a sus hijos en un apartamento de dos habitaciones que la Policía Nacional les prestó por dos años. Está ubicado en el barrio Puerto Rico, en la localidad de Rafael Uribe, en Bogotá.
“24 horas al día permanecemos con él acá”, explicó su padre sobre la jornada diaria de la familia. Desde entonces, los días de los Rodríguez comienzan temprano, con rutinas de alimentación, baños, ejercicios de movilidad y terapias.
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No lo desamparan ni de día ni de noche. Han diseñado un plan de alimentación que siguen al pie de la letra, licuando sus comidas favoritas para complementarlas con las proteínas en polvo que lo mantienen nutrido.
"El Señor nos ha dado una sabiduría para cuidar a nuestro hijo. Su padre siempre es el que está haciéndole los masajes, está pendiente de todo. Y el amor, el amor que es lo más importante, el amor que tenemos hacia nuestro hijo”, afirmó Piedad Sandoval.
Aunque la ciencia no les ofrece esperanzas de recuperación, ellos siguen aferrados a la fe y a la posibilidad de un milagro.
“La ciencia o los médicos nos quieren seguir vendiendo el mismo panorama de que mi hijo está en estado sin conciencia. Eso no es 100% real, porque vemos que mi hijo nos entiende algunas cosas, no todas”, aseguró su padre.
Asimismo, explicaron cómo logran comunicarse con su hijo, ya que una pequeña respuesta, como un pestañeo o un gesto, es suficiente para mantener viva la esperanza de esta familia.
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“Él pestañea mucho, pero cuando queremos un sí, mantiene sus ojos cerrados. Eso lo asumimos como un sí. Eso lo vemos nosotros”, dijo Fredis.
El 6 de julio de 2023, Diego Fernando Perilla, alias Pirulo, de 18 años, fue capturado en un apartamento en Kennedy. No era estudiante de la Universidad Nacional, pero ese día estuvo allí únicamente para fabricar y arrojar artefactos explosivos contra la Policía.
Según la Fiscalía General de la Nación, fue condenado por tentativa de homicidio a 10 años y 6 meses de prisión. Además, deberá pagar una indemnización a la familia del patrullero Jhon Fredis Rodríguez.
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Aunque el agresor nunca les ha dado una explicación ni ha pronunciado una palabra sobre lo ocurrido frente a la puerta de la Universidad Nacional, a esta familia solo le quedan preguntas sin respuesta.
El próximo 14 de noviembre vence el plazo para devolver el apartamento en el que viven actualmente. La familia espera que la pensión de invalidez de Jhon permita encontrar una vivienda adecuada para continuar con su cuidado.
Mientras esperan un milagro, estos padres siguen aferrados a la vida y a Dios. “Verlo hablar, comer por su propia boca… ese es mi sueño. Quisiera que el Señor me lo levantara de inmediato, pero sé que no es en nuestro tiempo, sino en el tiempo de Dios”, dijo su madre con la voz entrecortada.
“Él estaba cumpliendo con su deber. Él no lo hacía por gusto y a nosotros nos dañó la vida por completo”, concluyeron sus padres, quienes sienten un profundo dolor por lo ocurrido aquel día y porque a su hijo le truncaron los sueños.
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Aunque la vida de Jhon Fredis cambió para siempre, sus padres siguen a su lado, cuidándolo con devoción y aferrados a la esperanza de un milagro.