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Hace 40 años, entre el 6 y el 7 de noviembre de 1985, Colombia experimentó uno de los sucesos más violentos de su historia reciente: la toma del Palacio de Justicia. Un grupo de 35 guerrilleros del M-19 irrumpió en el recinto exigiendo que se realizara un juicio contra el presidente de la época por el supuesto incumplimiento del proceso de paz. En la toma y retoma al menos 94 personas murieron.
Entre las víctimas de aquella tragedia estaba Libardo Durán, quien a sus 27 años se desempeñaba como escolta del presidente de la Corte Suprema de Justicia, Alfonso Reyes Echandía. Hoy, cuatro décadas después, su madre, Nelly Durán, habló en Los Informantes y contó la lucha por justicia y reconocimiento que ha marcado la mayor parte de su vida. A sus 90 años, ella ruega porque el tiempo le alcance para ver que se haga justicia en memoria de su hijo.
Doña Nelly vive en una finca apartada en medio de las montañas del Huila, un lugar al que se llega después de un recorrido de tres horas desde Neiva, transitando por una carretera que solo permite el paso de vehículos 4x4. En ese ambiente, ella crio sola a cinco hijos después de enviudar. Libardo era el mayor de sus hijos, su compañía y la figura paterna de sus hermanos menores.
Nelly Durán nació en esa misma finca en Huila. Libardo creció allí, pero tomó la decisión de irse a Bogotá a los 15 años. Su objetivo era culminar el colegio y encontrar un trabajo para poder ayudar económicamente a su familia. Libardo ingresó a la Policía Nacional porque “le gustaba la cuestión de ser policía y como decían que a los pocos años se pensionaban", afirmaron sus familiares en Los Informantes.
Libardo se convirtió en el principal apoyo para su madre y sus hermanos. Doña Nelly, cuya familia se sostenía con el ordeño de “unas cuatro vaquitas”, recibía la colaboración económica de su hijo, no solo le enviaba dinero, sino cartas en fechas especiales. Ella conservó estos objetos como tesoros, incluyendo un calendario que Libardo le envió en 1983. "Él me mandaba siempre para Navidad y para el Día de la Madre. Siempre me mandaba tarjeta”, recordó.
Libardo tenía 27 años cuando fue asignado al esquema de seguridad del presidente de la Corte Suprema de Justicia, uno de los hombres más respetados y poderosos del país en aquel momento. Él había llegado a ese puesto delicado por sus méritos en la Policía, pues, según Manuel Santos, tío de Libardo, “iban sacando como a los mejorcitos para esas cuestiones delicadas”.
El país estaba sumido en el terror, especialmente tras el asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, ocurrido en abril de 1984. El proceso de paz entre el Gobierno del presidente Belisario Betancur y la guerrilla del M-19 había fracasado. El riesgo en el trabajo de Libardo era evidente y las amenazas contra el presidente de la Corte Suprema de Justicia eran constantes.
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Libardo le había comunicado a su familia la dificultad de su labor. Un tío le preguntó en una visita que cómo le iba, a lo que contestó: “Esto es cruel porque uno tiene que estar pendiente este señor y pues es de cuidado. Me tiene con vaina y es que a nosotros en el carro que andamos nos dejan mucho sufragio. Casi todos los días nos mandaron un sufragio”, dijo.
La mañana del 6 de noviembre de 1985, Nelly Durán se enteró de la noticia de la toma del Palacio por la radio. Ella manifestó que, en ese momento, se sentía tranquila, pues Libardo no le había informado que estaba asignado allí, con el fin de no causarle preocupación.
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A las 2 de la tarde de ese día, el caos se apoderaba del edificio, con columnas de humo saliendo de las ventanas debido a los enfrentamientos entre la guerrilla y la Fuerza Pública. Libardo se encontraba en el Palacio junto al magistrado Reyes Echandía y su compañero guardaespaldas, el sargento Jaime Benítez. El presidente de la Corte intentó comunicarse con el presidente de la República para pedir un cese al fuego que nunca fue atendido.
La declaración radial de Reyes Echandía dio cuenta del horror vivido: “Estamos aquí rodeados de personal del M-19. Por favor, que cese el fuego inmediatamente, es urgente, de vida o muerte. Estamos con varios magistrados, un buen número de magistrados y de personal subalterno, pero es indispensable que cese el fuego inmediatamente”.
Tras la masacre, la familia Durán enfrentó la entrega de los supuestos restos de Libardo. A Manuel le fue entregada una bolsa que contenía lo que se presumía eran restos calcinados que dificultaban la identificación.
“¿Usted no pudo reconocer nada? Sí, eso un pedazo como de carne ahí quemada ahí. ¿Y por qué le dijeron que era él? Dijo ‘este reloj estaba ahí al pie de Libardo’”, recordó el tío de la víctima.
Debido a las dificultades en las comunicaciones de la época en el Huila, Doña Nelly salió de su finca dos días después de la entrega de los restos y se enteró de la muerte de su hijo mientras viajaba hacia Bogotá. El dolor se intensificó al no poder verlo: “Cuando llegamos a Bogotá ya lo habían enterrado, yo no lo pude ver, no lo vi”. Este suceso fue, sin duda, el día más amargo de su vida.
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A partir de ese momento, Nelly Durán y su familia visitaron y lloraron sobre esa tumba durante 32 años. La incertidumbre y el dolor acompañaron a la madre durante esas cuatro décadas. “Vienen recuerdos a uno de cómo fue la tragedia de él, cómo fue el sufrimiento que él tuvo, con la incertidumbre de qué fue lo que sucedió allá, cómo fue que murió él”.
En 2018, la herida de la familia se reabrió de la manera más devastadora y dolorosa. La Fiscalía General de la Nación solicitó a Doña Nelly una muestra de sangre. El análisis de ADN concluyó que los restos que la madre había llorado y visitado en el cementerio durante 32 años no pertenecían a su hijo Libardo.
Los restos enterrados correspondían, en realidad, a dos de los guerrilleros del M-19 que habían participado en la toma del Palacio de Justicia y que murieron en la masacre: Alfonso Jacquin y Noralba García.
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Para Doña Nelly, este fue devastador. “Lo revolvieron todo otra vez de nuevo. Porque pues imagínense uno enterrar a los que lo mataron a él, a dos guerrilleros. Y después que mi hermano aparecía en una fosa común”, contó Henry Durán, hermano de Libardo.
A pesar de que han transcurrido 40 años desde el suceso, Doña Nelly Durán sigue manteniendo viva la memoria de su hijo. Ella mantiene la fotografía de Libardo enfrente de su cama y le ora a él todos los días al amanecer, mientras reza el rosario.
En todo este tiempo, Nelly ha afirmado que no ha recibido apoyo psicológico ni compensación alguna del Estado colombiano. Se siente completamente olvidada, al igual que muchas otras víctimas en el país, que deben enfrentar el dolor. “Ese dolor es muy muy grande. No se lo desea uno a nadie”, dijo la madre de Libardo.
En las tardes, desde su finca, Doña Nelly encuentra algo de paz contemplando el paisaje y orando. El proceso legal por la responsabilidad del Estado colombiano en la muerte de Libardo Durán se mantiene en curso. En 2023, el caso fue fallado en primera instancia a favor de Doña Nelly. Sin embargo, el Ministerio del Interior apeló esta decisión, por lo que la familia Durán se encuentra actualmente a la espera de un fallo definitivo, que debe ser emitido por el Tribunal Contencioso Administrativo de Cundinamarca.
“Todavía yo pienso que él está vivo. Yo voy a alguna parte y a mí me parece que yo me encuentro con él”, agregó. A sus 90 años, Nelly Durán cree que le queda poco tiempo de vida y solo espera que esta le alcance para lograr ver que se haga justicia en memoria de su hijo.