Tras el naufragio su cuerpo quedó tendido allí, en una playa turca ante la mirada impotente de autoridades y turistas, acostumbrados a las tragedias de aquellos que cruzan el Mediterráneo huyendo de la guerra y del hambre.
Solo el hecho de que una reportera gráfica captara su pequeño cuerpo allí tumbado no permitió que su historia fuera una más. Tenía 3 años y su padre los había embarcado a él, su madre, y su hermano mayor en un bote con el sueño de llegar a Grecia.
De la tragedia solo se salvó el padre, que repetía con lágrimas dolor como Canadá no le había aceptado la petición de asilo y cómo el mundo le estaba dando la espalda a las familias que, como la suya, no tenían a dónde ir.
Luego de que la imagen se volviera viral hubo llanto, recriminaciones, homenajes y un asilo tardío y vacío para el padre.
Aylan Kurdi no solo representa lo único que deja la guerra y el fundamentalismo: muerte y destrucción. También es la imagen de unos civiles que quedan en medio del fuego en su país y la impotencia, y a veces indiferencia, de los gobiernos ante un drama humanitario de proporciones gigantescas.
Aylan no será olvidado. Su imagen, sobre la arena con shorts azules y camiseta roja, será el recuerdo de cómo el mundo le falló a Siria.
Updated: diciembre 28, 2015 05:09 p. m.