Juan Manuel Ballestero emprendió una aventura casi escapista, de más de 8 mil kilómetros, hacia el sur del planeta para llegar sin contratiempo a celebrar el Día del Padre.
El 24 de marzo zarpó desde Porto Santo en su velero, buscando que el viento lo llevara lo más rápido posible en medio de las vastas aguas del océano Atlántico para cumplir su cita.
Aislado y solo en su velero, no muy diferente a lo que vivía la humanidad bajo la pandemia, la única conexión con el mundo, que sucumbía ante la enfermedad, era un radio que transmitía malas noticias.
“Entonces con esa radio más o menos podía escuchar las noticias del mundo que tampoco eran muy alentadoras porque escuchaba en la radio Nacional de España y en ese momento eran 1000 muertos y otros 1000 muertos. La verdad que las noticias bastante duras para escuchar ahí”, cuenta.
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Con un carácter templado por las turbulencias de la vida, pero a la vez un alma humilde que lo llevó a emprender este viaje, la meta y su recompensa estaban a tres largos meses de espera: Juan Manuel soñaba con abrazar a sus padres en un día especial.
Criado en una familia de navegantes, la travesía valía la pena no solo por su objetivo, sino por todos los esfuerzos que demandan una aventura arriesgada.
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Finalmente, después de 85 días, llegó al puerto de Mar del Plata. Sonriente y agotado, espera que se terminen los 14 días de cuarentena en su embarcación para ir a abrazar a sus padres.