Aunque es un trastorno común, se diagnostica poco, lo que impide darles un tratamiento adecuado. Uno de cada diez menores la padece.
Factores como la preocupación y los miedos excesivos pueden afectar seriamente el comportamiento, el estado de ánimo y la salud física.
Las señales suelen ser muy sutiles y se confunden fácilmente. “Tenemos niños que tienen gastritis, que tienen colitis, que tienen situaciones dermatológicas. Cuando no lo hablamos, cuando no lo conversamos, terminan haciendo somatización”, explica Christian Muñoz, psiquiatra de niños y adolescentes.
Señales como cambios en el apetito (aumenta o disminuye), dificultades para conciliar el sueño o mucho tiempo durmiendo, falta de concentración y preocupación excesiva son solo algunas a las que se debe prestar atención.
Además de las exigencias académicas, sociales y emocionales, los niños y adolescentes se enfrentan a riesgos como el matoneo y la presión del mundo digital, por lo que es clave el acompañamiento de padres y docentes.
“Desde pequeños se les están transmitiendo valores que se traducen en confianza y seguridad. Eso permite que funcionen como esa ‘vacuna’ para que ese niño se adapte mejor a las exigencias de la sociedad”, explica el doctor Muñoz.
Así como se llevan al pediatra, los niños también pueden consultar al psicólogo y al psiquiatra.