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Durante más de una década, el departamento del Cesar fue escenario de una serie de desapariciones preocupantes. Jóvenes mototaxistas salían a trabajar y nunca regresaban. Cuando sus cuerpos eran encontrados, la escena era tan repetitiva como aterradora: sogas amarradas con complejos nudos y signos evidentes de asfixia en las víctimas. Tras una ardua investigación la justicia determinó que el responsable de estos crímenes era Luis Gregorio Ramírez, un hombre que convirtió su habilidad para hacer amarres en un método de tortura y asesinato. Su modus operandi, marcado por la crueldad, lo convirtió en uno de los asesinos seriales más temidos del país. El Rastro conoció su historia en el 2021.
En noviembre de 2007, la muerte de un joven se pensó inicialmente como un suicidio. Junto al cuerpo se halló una nota que decía: “Familia, perdónenme, ya no vuelvo a causarles más problemas”. Sin embargo, la familia del fallecido insistió en que no había señales de depresión ni problemas económicos. Un elemento fue crucial para creer esta versión de la familia: los nudos que amarraban el cuerpo.
La investigación no logró confirmar que el joven se hubiera quitado la vida. Años después, este caso sería reabierto, revelando que no se trataba de un hecho aislado, sino que hacía parte de una serie de asesinatos con un patrón en común.
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No fue sino hasta el 2010, tres años después del primer homicidio, cuando los investigadores comenzaron a reconocer un mismo patrón. “Empiezan a aparecer varios casos con características similares. Lo que nos llevó a enrutar que se trataba de un patrón que era utilizado en todos los casos porque en las escenas se encontraba el mismo tipo de amarre”, explicó Juan Carlos Sánchez, investigador criminal.
Las víctimas, hombres entre los 17 y 35 años, eran halladas con sogas que unían cuello, muñecas y tobillos. Los nudos no eran improvisados: estaban diseñados para que al intentar liberarse se provocara una asfixia inmediata. Además, todas las víctimas eran mototaxistas de contextura delgada y baja estatura, lo que facilitaba su sometimiento.
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Para los familiares, el sufrimiento no solo radicaba en la pérdida de sus seres queridos, sino en la forma en la que fueron asesinados. “A él lo encontraron amarrado, lo encontraron con una soga en la parte del cuello, estaba amarrado con las manos atrás”, relató un familiar. Otro testimonio agregó: “Quedó en una posición como dos con las manos atrás, empezaba en el cuello, en las manos y en las piernas y en las piernas terminaba, era una clase de nudo raro”.
Otro de los casos conocidos fue el de Carlos Alberto Ramírez, de 27 años. Su hermano Álex recordó que Carlos desapareció el 6 de febrero de 2010. “Era un muchacho que no se metía en problemas… Decidió hacer mototaxi para pagarse la carrera. Yo lo había invitado a una fiesta, pero él nunca llegó”.
Cinco días después, su cuerpo fue hallado en una zona rural. “Estaba en descomposición, tenía pertenencias de él y al lado había unos platos desechables con comida, un rosario y nos preguntamos ‘¿quién pudo haberle hecho esto?’”.
Los crímenes no se limitaron al departamento del Cesar. Pronto, casos con las mismas señales comenzaron a aparecer en otros departamentos como Magdalena y Santander. La Policía Nacional conformó un grupo especial para investigar a un asesino serial.
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“Un nudo ubicado en la parte del cuello estaba conectado al nudo de los pies y había otro nudo que estaba amarrado a los miembros superiores, sus manos. Las personas, al tratar de soltarse y bajar los pies templaba la fibra lo que hacía que el nudo del cuello se apretara y esto le causaría la muerte”, señalaron las autoridades.
Los nudos no eran solo una técnica de tortura, también era la firma del asesino. Luis Gregorio Ramírez había aprendido a hacer amarres desde niño, y con el tiempo perfeccionó esta habilidad hasta convertirla en una forma de asesinar.
La investigación logró establecer que el llamado Monstruo de la soga no solo mataba, sino que coleccionaba objetos de sus víctimas: documentos, cascos, licencias de conducción, todo lo guardaba como trofeos.
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“Este tipo de accesorios que guardaba el homicida los utilizaba como trofeos de cada uno de sus crímenes. Algo que le satisfacía, porque con ello recordaba una a una de sus víctimas”, explicó el investigador.
En 2012, una llamada desde el celular de una de las víctimas encendió las alarmas. La línea estaba activa en Medellín. Las interceptaciones telefónicas permitieron identificar al usuario del número: Luis Gregorio Ramírez. Ya tenía antecedentes por desplazamiento forzado y hurto agravado.
Fue capturado el 13 de diciembre de ese año en Santa Marta. En su vivienda, las autoridades encontraron pertenencias de varias víctimas, lo que permitió vincularlo directamente con los crímenes. La evidencia era contundente: el Monstruo de la soga había dejado un rastro físico de cada asesinato.
En octubre de 2016, un juez de Valledupar lo condenó a 30 años de prisión por seis de los homicidios. Sin embargo, debido a sus crímenes la pena se extendió a 60 años, el máximo permitido por la ley. Su historial delictivo acumulaba más de 80 años de condena.
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Se estima que Luis Gregorio Ramírez podría estar vinculado a al menos 36 asesinatos, pero no todos los casos han sido esclarecidos. Actualmente, está recluido en la cárcel de máxima seguridad La Tramacúa, en Valledupar, prisión donde también están otros peligrosos criminales del país.