Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
El 8 de diciembre es una fecha significativa dentro del calendario católico, marcada por la celebración del Día de la Inmaculada Concepción. Esta jornada coincide en Colombia con las preparaciones propias del inicio de la temporada navideña, cuando muchas familias decoran sus hogares y encienden velas como gesto simbólico de fe. La conmemoración invita a reflexionar sobre el papel de la Virgen María y sobre la doctrina que afirma que fue concebida libre de pecado original, una creencia que tiene siglos de tradición.
En distintos lugares del mundo, esta solemnidad se celebra con actos públicos, procesiones y oraciones. A nivel local, muchas personas dedican este día a elevar plegarias y a encender una vela con un significado espiritual particular. Además, la Iglesia recuerda los orígenes históricos del dogma y su expansión a través del tiempo, en una fecha que combina liturgia, tradición y memoria colectiva.
En Roma, el papa encabezó la tradicional visita a la imagen de la Inmaculada Concepción ubicada en el centro histórico, como marca la tradición, y pidió que tras el Jubileo se abran ‘otras puertas de casas y oasis de paz’, se eduque ‘en la no violencia’ y se aprenda ‘el arte de la reconciliación’.
El pontífice llegó a la plaza Mignanelli, junto a la Plaza de España, donde bendijo un ramo de flores blancas con un lazo del Vaticano, que se depositó a los pies de la columna que sostiene la estatua de la Virgen. Allí pronunció una oración en la que destacó la importancia simbólica de la fecha: “Inmaculada, Madre de un pueblo fiel, tu transparencia ilumina Roma con luz eterna, tu camino perfuma sus calles más que las flores que hoy ofrecemos”, expresó León XIV ante la multitud presente.
El papa vinculó su mensaje a la clausura del Jubileo, al afirmar: “Florezca la esperanza jubilar en Roma y en cada rincón de la tierra, esperanza en el mundo nuevo que Dios prepara y del que tú, oh Virgen, eres como la yema y la aurora”. Durante la plegaria agregó un llamado a abrir espacios de convivencia cotidiana: “Después de las puertas santas, ábranse ahora otras puertas de casas y oasis de paz, en las que renazca la dignidad, se eduque en la no violencia y se aprenda el arte de la reconciliación”.
El pontífice también recordó las peregrinaciones de este año litúrgico: “Muchos peregrinos de todo el mundo han recorrido las calles de esta ciudad”, señaló, remarcando que la humanidad, aunque “probada y a veces ‘aplastada’”, continúa siendo “recipiente del Espíritu de vida”. En su oración pidió a la Virgen “inspirar nuevas intuiciones” en la Iglesia tanto en Roma como en las comunidades locales que “recogen las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de nuestros contemporáneos, sobre todo de los pobres y de quienes sufren”.
Publicidad
Antes de concluir, pidió la intercesión de la Virgen por la ciudad y por toda la humanidad, especialmente en tiempos de cambios profundos que parecen dejar a la gente "desprevenida e impotente”. La tradición de esta ofrenda tiene más de un siglo y medio. Según los registros históricos, la tradición papal de la ofrenda de flores se remonta a 1857, tres años después de la definición dogmática de la Concepción Inmaculada de la Virgen María formulada por Pío IX (1846-1878). Ese año el pontífice mandó erigir el monumento de la Inmaculada Concepción en la Plaza España, ante la embajada española, como reconocimiento porque muchas solicitudes de proclamación del dogma llegaron desde España.
Cada 8 de diciembre, los católicos conmemoran la Inmaculada Concepción, una fecha que adquiere un papel central en el calendario litúrgico. En Colombia, además de coincidir con el inicio de las decoraciones navideñas y las reuniones familiares propias del mes, esta jornada motiva a los creyentes a dedicar momentos de oración y a recordar el lugar que ocupa la Virgen María dentro de la doctrina de la Iglesia. La celebración se fundamenta en la enseñanza de que María fue preservada del pecado original desde su concepción, lo que la preparó para ser madre de Jesús.
Publicidad
La importancia de esta creencia se consolidó a lo largo de los siglos y tuvo un respaldo temprano en España, donde comenzó a ser reconocida oficialmente durante el siglo XVII como parte de la vida religiosa del país.
Una de las prácticas más difundidas del día es encender una vela como signo de gratitud. Los colores más utilizados conservan un simbolismo específico dentro de la tradición católica:
Virgen Santa e Inmaculada,
a Ti, que eres el orgullo de nuestro pueblo
y el amparo maternal de nuestra ciudad,
nos acogemos con confianza y amor.
Eres toda belleza, María.
En Ti no hay mancha de pecado.
Renueva en nosotros el deseo de ser santos:
que en nuestras palabras resplandezca la verdad,
que nuestras obras sean un canto a la caridad,
que en nuestro cuerpo y en nuestro corazón brillen la pureza y la castidad,
que en nuestra vida se refleje el esplendor del Evangelio.
Eres toda belleza, María.
En Ti se hizo carne la Palabra de Dios.
Ayúdanos a estar siempre atentos a la voz del Señor:
que no seamos sordos al grito de los pobres,
que el sufrimiento de los enfermos y de los oprimidos no nos encuentre distraídos,
que la soledad de los ancianos y la indefensión de los niños no nos dejen indiferentes,
que amemos y respetemos siempre la vida humana.
Eres toda belleza, María.
En Ti vemos la alegría completa de la vida dichosa con Dios.
Haz que nunca perdamos el rumbo en este mundo:
que la luz de la fe ilumine nuestra vida,
que la fuerza consoladora de la esperanza dirija nuestros pasos,
que el ardor entusiasta del amor inflame nuestro corazón,
que nuestros ojos estén fijos en el Señor, fuente de la verdadera alegría.
Eres toda belleza, María.
Escucha nuestra oración, atiende a nuestra súplica:
que el amor misericordioso de Dios en Jesús nos seduzca,
que la belleza divina nos salve, a nosotros, a nuestra ciudad y al mundo entero.
Amén.
Inmaculada Madre de Dios, Reina de los cielos, Madre de misericordia, abogada y refugio de los pecadores: he aquí que yo, iluminado y movido por las gracias que vuestra maternal benevolencia abundantemente me ha obtenido del Tesoro Divino, propongo poner mi corazón ahora y siempre en vuestras manos para que sea consagrado a Jesús.
Publicidad
A vos, oh Virgen santísima, lo entrego, en presencia de los nueve coros de los ángeles y de todos los santos; vos, en mi nombre, consagradlo a Jesús; y por la filial confianza que os tengo, estoy seguro de que haréis ahora y siempre que mi corazón sea enteramente de Jesús, imitando perfectamente a los santos, especialmente a San José, vuestro purísimo esposo. Amén.
Oh madre Inmaculada, reina de nuestro país, abre nuestros corazones, nuestros hogares y nuestra tierra a la venida de Jesús, tu divino hijo.
Con él, reina sobre nosotros, oh señora celestial, tan pura y tan brillante con el resplandor de la luz de Dios brillando dentro y alrededor de ti.
Lidéranos contra los poderes del mal puesto en arrebatar el mundo de las almas, redimidos a tan gran costo por los sufrimientos de tu Hijo y de ti misma, en unión con él, de ese mismo Salvador, que nos ama con infinita caridad.
Nos reunimos en torno a ti, casta y santa madre, Virgen Inmaculada, patrona de nuestra amada Tierra, decidida a luchar bajo tu estandarte de santa pureza contra la maldad que haría de todo el mundo un abismo de maldad, sin Dios y sin tu amado maternal cuidado.
Consagramos nuestros corazones, nuestros hogares, nuestra Tierra a tu purísimo Corazón, oh gran Reina, para que el reino de tu hijo, nuestro redentor y nuestro Dios, se establezca firmemente en nosotros.
No te pedimos ningún signo especial, dulce madre, porque creemos en tu gran amor por nosotros y depositamos en ti toda nuestra confianza. Prometemos honrarlo por la fe, el amor y la pureza de nuestras vidas de acuerdo con tu deseo.
Reina, pues, sobre nosotros, Virgen Inmaculada, con tu Hijo Jesucristo.
Que su divino corazón y tu casto corazón sean siempre entronizados y glorificados entre nosotros.
Usa tus hijos de América como tus instrumentos de paz entre los hombres y naciones.
Obra tus milagros de gracia en nosotros para que seamos gloria de la Santísima Trinidad, que nos creó, redimió y santificó.
Que tu valiente esposo, San José, con los santos ángeles y santos te ayuda
y a nosotros a “renovar la faz de la tierra”.
Luego, cuando nuestro trabajo haya terminado, ven, Santa Madre Inmaculada, y como nuestra reina victoriosa, condúcenos al reino eterno, donde tu hijo reina por siempre como Rey.
Amén.
LAURA NATHALIA QUINTERO.
NOTICIAS CARACOL DIGITAL.