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A menudo se dice que "el amor prohibido es mucho más apetecido" y aunque para muchas personas este tipo de frases sean parte de su estilo de vida, no siempre puede llegar a ser saludable.
Las relaciones prohibidas, amores clandestinos, vínculos con personas comprometidas o afectos que deben ocultarse, han existido desde hace mucho. Aunque suelen asociarse con sufrimiento, inestabilidad y conflicto moral, siguen repitiéndose con una frecuencia que hace pensar a muchas personas la razón, el por qué hay personas que, aun sabiendo las consecuencias, se sienten especialmente atraídas por este tipo de relaciones.
La psicología puede ofrecer varias respuestas dependiendo de cada caso de las personas, una de las más sugerentes es el llamado síndrome de Fortunata, un patrón emocional que ayuda a comprender esta preferencia por el amor imposible.
Desde una mirada social, las relaciones prohibidas parecen contradecir el ideal moderno del amor sano, compromiso, reciprocidad y estabilidad. Sin embargo, en la práctica, muchas personas se sienten más vivas, más intensas o más “especiales” cuando el vínculo implica obstáculos.
Es decir, lo prohibido añade adrenalina, misterio y una sensación de exclusividad que puede resultar altamente seductora. Pero detrás de esa emoción inicial, a menudo se esconde una estructura psicológica más profunda.
De acuerdo con diferentes portales de psicología, el síndrome de Fortunata no es un diagnóstico clínico oficial, pero sí un concepto ampliamente utilizado para describir una forma desadaptativa de amar. Hace referencia a personas que desarrollan una fuerte dependencia emocional hacia alguien que no está disponible, generalmente porque mantiene una relación formal con otra persona.
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El nombre le debe el origen a la novela Fortunata y Jacinta del dramaturgo y novelista español, Benito Pérez Galdós, donde la protagonista se enamora de un hombre casado y sostiene durante años la esperanza de ocupar el lugar de la esposa legítima.
Quienes encajan en este patrón suelen experimentar un enamoramiento intenso y persistente, incluso cuando la realidad demuestra que el vínculo no avanza. La espera se convierte en parte central de la relación. La persona cree que, tarde o temprano, “algo pasará”: una separación, una revelación, un acto de valentía del ser amado. Esta expectativa mantiene viva la ilusión y justifica sacrificios personales enormes, como relegar proyectos propios, amistades o incluso la autoestima, algo que generalmente, nunca sucede.
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Uno de los síntomas más visibles del síndrome de Fortunata es la idealización extrema. El objeto de deseo es percibido como único e irremplazable. Sus ausencias se explican, sus mentiras se minimizan y sus promesas incumplidas se reinterpretan como señales de dificultad, no de falta de compromiso. Al mismo tiempo, la persona afectada puede desarrollar una relación ambivalente con la pareja “oficial” del ser amado, pues la ve como una rival injusta, pero también como alguien que ocupa un lugar que cree merecer.
Las causas pueden ser muchas, en algunos casos, hay una historia previa de carencias afectivas, baja autoestima o modelos de apego inseguros. Amar a alguien inaccesible puede ser una forma inconsciente de confirmar una creencia del interior, “no soy digno de un amor completo”. También puede existir miedo a la intimidad real; la relación prohibida ofrece intensidad emocional sin la responsabilidad plena de una pareja estable.
Además, la cultura juega un papel importante. El cine, la literatura y las narrativas románticas han glorificado durante décadas el amor imposible, presentándolo como más auténtico y profundo que el amor cotidiano. Bajo esta influencia, algunas personas confunden sufrimiento con pasión y estabilidad con rutina. Así, el dolor se vuelve una prueba de amor y la espera, una muestra de lealtad.
Las consecuencias del síndrome de Fortunata suelen ser dolorosas. La persona queda atrapada en una relación desigual, donde sus necesidades emocionales no son prioritarias. Con el tiempo, pueden aparecer ansiedad, tristeza persistente, aislamiento social y una sensación de vida suspendida. Es una experiencia psicológica que limita el bienestar y perpetúa relaciones tóxicas.
En primer lugar, tomar conciencia del patrón. Reconocer que el problema no es la falta de amor del otro, sino la propia dependencia emocional, es un paso clave. La psicoterapia puede ayudar a identificar las creencias que sostienen la ilusión, como la idea de que el sacrificio será recompensado, y a reconstruir la autoestima. Aprender a poner límites, aceptar la realidad del otro y resignificar el concepto de amor son procesos centrales para salir de este círculo.
En definitiva, las relaciones prohibidas no son solo una cuestión de azar o tentación. En muchos casos, responden a necesidades emocionales no resueltas y a una visión distorsionada del amor.
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El síndrome de Fortunata recuerda que no todo lo intenso es sano y que amar de verdad no debería implicar renunciar a uno mismo. Entenderlo es el primer paso para elegir vínculos donde el amor no sea una promesa futura, sino una experiencia presente y compartida.
HEIDY ALEJANDRA CARREÑO BELTRAN
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