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La lucha por repatriar el patrimonio de San Agustín: "Hubo un saqueo a nuestra cultura"

Hace un siglo, un investigador alemán se llevó para su país una colección de esculturas prehispánicas de la cultura de San Agustín que tiene cerca de dos mil años de antigüedad, un patrimonio arqueológico invaluable que hoy reclama Colombia. Noticias Caracol viajó hasta esa población para reconstruir esta historia.

"Saquearon nuestra cultura": la lucha por repatriar el patrimonio de San Agustín

En las entrañas de las montañas apoteósicas del macizo colombiano, que serpentea todavía tímidamente el río grande de Colombia, el Magdalena, una civilización prehispánica que habitó entre el Huila, Nariño y Cauca en tiempos remotos talló piedras mitológicas y construyó estatuas colosales que desde 1995 son patrimonio de la humanidad. El legado arqueológico del llamado pueblo escultor de San Agustín se esconde en el vórtice de las cordilleras Central y Oriental, y alberga, según la Unesco, el mayor conjunto de monumentos religiosos y esculturas megalíticas de Suramérica, ni más ni menos.

El arte, la fineza y los detalles de estos monolitos milenarios que representan su cultura, dioses y animales sagrados, y de cuya noticia el mundo moderno vino a conocer apenas a mediados del siglo XVIII son sencillamente alucinantes.

Ir al Huila a los parques arqueológicos de San Agustín e Isnos, que reúnen la mayor parte de la estatuaria de esta cultura que floreció hace 5.000 años, es acostumbrarse a caminar con la boca abierta.

Lo mismo ocurre con el monumento La Chaquira, ubicado en un cerro tutelar en el cañón del río Magdalena, una gigantesca piedra esculpida en alto y bajo relieve, con más de 2.000 años de antigüedad, según se calcula, que fue tallada probablemente como marcador para medir la mejor época del año para cultivar.

El sol crepuscular que despunta por el oriente, detrás de unas montañas inagotables, ilumina de frente esta figura deslumbrante en señal de adoración.

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Víctor Hugo Pinzón, arqueólogo y funcionario del Instituto Colombiano de Antropología, lo explica así: “Exactamente este viene a ser un marcador solar que les permitía entender en qué momento del año se estaba, si cerca del solsticio de diciembre o del de junio o de los equinoccios de septiembre y de marzo y eso ¿qué les permitía?, saber por ejemplo que si en cierta temporada hay lluvias, entonces era un momento adecuado para cierta actividad agrícola”.

Según Pinzón, este lugar y un cañón que emula una gran serpiente, uno de sus animales sagrados, fueron espacios de celebración de estos aborígenes.

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“Hay estudios que plantean que el río Magdalena aquí justamente pasa serpenteando por el cañón, emula una serpiente, una gran serpiente, y algunos hablan que es un gran eje cósmico para la cultura prehispánica del alto Magdalena e incluso hay algunos que plantean que es una especie de réplica de la Vía Láctea, un reflejo en la tierra del cielo... San Agustín no es una necrópolis, no es una ciudad de los muertos, sino es un espacio de confluencia de la vida y de la muerte en perfecto equilibrio”, aseguró.

Maravillado por las noticias que llegaban a Europa sobre esta civilización escultora, que ya había despertado el interés de guaqueros y saqueadores, en 1913 llegó a San Agustín para hacer excavaciones el etnólogo e investigador Konrad Theodor Preuss. El entonces imperio alemán le notificó a la Cancillería colombiana de esta expedición en agosto de ese año. La carta aparece reseñada en un documento del Archivo General de la Nación.

Con semejantes credenciales y ya en terreno, en poco tiempo, Preuss logró conseguir una colección significativa de estatuas y otras piezas arqueológicas que quiso enviar a su museo en Berlín al año siguiente, pero en julio de 1914 los mares se cerraron tras el estallido de la Primera Guerra Mundial.

El etnólogo quedó atrapado en Colombia hasta 1919. Ya entonces había trasladado las estatuas que obtuvo, primero a lomo de mula y luego en embarcaciones, desde San Agustín hasta Barranquilla.

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Finalmente, las despachó hacia Berlín en cuatro barcos entre 1919 y 1923. Según registros de la época, Preuss hizo pasar por minerales estas piezas precolombinas para burlar la legislación colombiana.

Ese patrimonio que se llevó Preuss hace un siglo es el que Colombia hoy busca repatriar a como dé lugar. David Dellenback y su esposa, Martha Gil, han abanderado esta lucha desde el territorio hace más de una década.

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Desde su casa en San Agustín, recibieron a un equipo de Noticias Caracol con la convicción rotunda de que esta cruzada es un asunto de elemental justicia histórica y soberanía nacional y de una enorme trascendencia cultural para el país.

Las estatuas se encuentran desde hace unos 5 años completamente, el 100% de las estatuas, en las bodegas”, dijo Martha Gil.

Al constatar este reclamo histórico, en septiembre de 2017, el tribunal de Cundinamarca aprobó un pacto de cumplimiento que obligó al Estado a emprender un reclamo diplomático para repatriar las esculturas de San Agustín. Seis años han pasado ya y el retorno de ese legado sigue en veremos.

En realidad, las autoridades colombianas han establecido en los últimos años, tras algunas visitas oficiales a Alemania, que en Berlín hay en total 133 piezas líticas de la cultura agustiniana, incluyendo las 35 esculturas de las que siempre se ha hablado.

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"Hubo un saqueo, hubo un saqueo a nuestra cultura y un irrespeto a este sitio sagrado, entonces, por lo tanto, nosotros exigimos al Gobierno alemán y exigimos al Gobierno colombiano que se haga un proceso rápido de repatriación de esas esculturas, yo no quiero morirme sin conocer esas esculturas, sin verlas", afirmó Juan Carlos Jamioy, el gobernador del cabildo inga.

Al final de eso tan simple se trata: que esas obras monumentales que hoy están en los sótanos del museo de Berlín, y que ya no están en exhibición por cuenta del pasado turbio que las persigue, puedan ser repatriadas lo más pronto posible. Tal y como ha ocurrido con otras 539 piezas precolombinas que el gobierno del presidente de Colombia, Gustavo Petro, ha logrado recuperar.

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Pero el tiempo sigue pasando y la comunidad de San Agustín comienza a impacientarse. Un siglo es demasiado tiempo, dicen allá.

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