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La vida de Jhon Fredis Rodríguez Sandoval, un patrullero de 31 años del entonces Escuadrón Móvil Antidisturbios, ESMAD, se detuvo el 28 de junio de 2023. Durante una manifestación en la Universidad Nacional de Bogotá, una papa bomba impactó su rostro, dejándolo clínicamente muerto por siete minutos y en un coma de 22 días del que despertó con secuelas irreversibles. Tras más de dos años de la tragedia, su familia relató en Los Informantes la lucha diaria por mantenerlo con vida, aferrados a la fe y a la esperanza de un milagro.
Ese 28 de junio, en el marco de la conmemoración del Día del Estudiante Caído, Jhon Fredis y sus compañeros del ESMAD se encontraban formados frente a la entrada de la calle 26 de la Universidad Nacional. Su misión era reforzar la seguridad en medio de las protestas. A las 11:28 de la mañana, un encapuchado lanzó un artefacto explosivo improvisado desde el interior del campus que explotó directamente en el rostro del patrullero.
La llamada que sus padres, Fredis Rodríguez y Piedad Sandoval, siempre temieron, llegó a su casa en Ciénaga, Magdalena, a las 2 de la tarde. “Yo estaba en la cocina y yo vi la noticia. Alcanzo a escuchar es ‘disturbio en la Universidad Nacional y un patrullero herido’ y se fue la luz y no alcancé a ver toda la noticia”, relató Piedad.
El temor que sentía su padre cada vez que recibía una llamada de un número desconocido se había materializado de la peor forma posible. “Varias veces que me llamaron indicándome que, si yo era el papá de él, mi corazón se me salía, porque yo siempre me imaginaba lo peor”, confesó Fredis.
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Tras la explosión, la situación de Jhon era crítica. El resumen de su historia clínica indicó que llegó al hospital a las 11:35 de la mañana con respiración agónica y sin signos vitales. Sufrió tres paros respiratorios y permaneció siete minutos clínicamente muerto. Los médicos del Hospital de la Policía lograron reanimarlo, pero el panorama era desolador.
El parte médico reveló la magnitud del daño: un trauma craneoencefálico severo, el pulmón derecho colapsado, múltiples fracturas en la región cervical y graves lesiones en la mandíbula y los tejidos blandos. Al llegar al hospital, Fredis, su padre, recibió la noticia más dura de su vida. “El médico me dijo: ‘Voy a ser sincero, tu hijo puede morir, pero ten esperanza. Él está joven y puede salir adelante’”, recordó notablemente conmovido.
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Jhon Fredis pasó los siguientes 22 días en coma, luchando por su vida en la unidad de cuidados intensivos. Para mantenerlo con vida, los médicos le practicaron una traqueotomía para poder respirar y una gastrostomía para alimentarlo. Sin embargo, la explosión y la falta de oxígeno habían causado un daño cerebral severo e irreversible. El diagnóstico final fue devastador: encefalopatía hipóxico-isquémica severa.
La neurocirujana a cargo fue directa con la familia sobre el futuro de Jhon. “La neurocirujana me dijo que tres partes de su cerebro estaban totalmente dañadas y que mi hijo podía quedar en estado vegetativo”, contó su padre. Esta condición lo dejó sin la capacidad de hablar, moverse, comer o valerse por sí mismo.
Tras un año y once meses hospitalizado, Jhon Fredis pudo volver a casa, bajo el cuidado de su familia. Para sus padres, este fue el comienzo de una nueva vida, una que gira completamente en torno a su hijo. Tuvieron que vender su casa en Ciénaga y abandonar sus trabajos para mudarse a Bogotá y dedicarse a él completamente. Actualmente, viven en un apartamento de dos habitaciones que la Policía Nacional les facilitó por un periodo de dos años en la localidad de Rafael Uribe Uribe.
La rutina diaria de la familia es un testimonio de amor y sacrificio. “24 horas al día permanecemos con él acá”, explicó Fredis. Sus días comienzan temprano, con baños que pueden durar hasta cuatro horas, seguidos de terapias de movilidad, masajes y una alimentación cuidadosamente diseñada. Licuan sus comidas favoritas para complementar las proteínas en polvo que lo mantienen nutrido, siguiendo un plan estricto para asegurar su bienestar.
Su madre, Piedad, destaca que el motor que los impulsa es el amor incondicional. “El Señor nos ha dado una sabiduría para cuidar a nuestro hijo. Su padre siempre es el que está haciéndole los masajes, está pendiente de todo. Y el amor, el amor que es lo más importante, el amor que tenemos hacia nuestro hijo”, afirmó.
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A pesar de que el diagnóstico médico no ofrece esperanzas de recuperación, ellos se aferran a la fe y a las pequeñas señales que, según interpretan, Jhon les da. “La ciencia o los médicos nos quieren seguir vendiendo el mismo panorama de que mi hijo está en estado sin conciencia. Eso no es 100% real, porque vemos que mi hijo nos entiende algunas cosas, no todas”, aseguró su padre.
Los padres han desarrollado un código de comunicación propio: un parpadeo prolongado significa sí. “Él pestañea mucho, pero cuando queremos un sí, mantiene sus ojos cerrados. Eso lo asumimos como un sí. Eso lo vemos nosotros”, explicó Fredis.
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El 6 de julio de 2023, las autoridades capturaron a Diego Fernando Perilla, alias ‘Pirulo’, de 18 años, como responsable del ataque. Perilla no era estudiante de la Universidad Nacional; según la investigación, ese día acudió al campus con el único propósito de fabricar y lanzar artefactos explosivos contra la fuerza pública. Fue condenado por tentativa de homicidio a 10 años y 6 meses de prisión y a pagar una indemnización a la familia.
Sin embargo, para los padres de Jhon Fredis, la condena no alivia el dolor ni responde sus preguntas. El agresor nunca ha ofrecido una explicación sobre sus actos. El daño es irreparable. “Él estaba cumpliendo con su deber. Él no lo hacía por gusto y a nosotros nos dañó la vida por completo”, señalaron sus padres, quienes sienten un profundo dolor al ver los sueños de su hijo truncados.
El futuro de la familia está lleno de incertidumbre. El plazo para devolver el apartamento en el que viven vence el 14 de noviembre, y esperan que la pensión de invalidez de Jhon les permita encontrar una vivienda adecuada para seguir cuidándolo. Mientras tanto, el sueño que los mantiene en pie es simple pero, por ahora, inalcanzable. “Verlo hablar, comer por su propia boca… ese es mi sueño. Quisiera que el Señor me lo levantara de inmediato, pero sé que no es en nuestro tiempo, sino en el tiempo de Dios”, expresó su madre con la voz entrecortada.