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Hace aproximadamente 13 millones de años, la región central de Colombia, donde hoy se encuentra el desierto de la Tatacoa, era un lugar muy distinto al que se conoce hoy. En lugar de la aridez actual, el paisaje de esa época se parecía más al Amazonas, caracterizado por ríos, mucha vegetación y animales depredadores gigantes.
En este entorno prehistórico, existía una clara jerarquía. Mientras que el agua estaba dominada por el Purussaurus, un cocodrilo que podía medir más de diez metros, en la tierra el jefe era el temible ave del terror, un animal de tres metros de altura.
Durante décadas, se tenía evidencia de su existencia solo en lugares como Argentina y Norteamérica. Por ello, encontrar pruebas en la Tatacoa cambió la concepción histórica sobre dónde se ubicó realmente este animal hace 13 millones de años.
La confirmación de la presencia de un ave del terror de tres metros en Colombia no provino de una expedición académica, sino del trabajo de un habitante local.
El responsable de este hallazgo paleontológico es César Perdomo, un campesino de 45 años oriundo de la Tatacoa, quien ha dedicado más de 40 años de su vida a coleccionar el patrimonio fósil de estas tierras. La intensidad de su pasión lo llevó a llamar a su centro de exhibición, un museo pequeño, La Tormenta. Perdomo explicó en Los Informantes que el nombre refleja las adversidades que ha enfrentado, afirmando que su vida "sigue siendo un tormento, me imagino hasta que me vaya a este mundo. Si duro 90 años más, 90 años me voy a atormentar buscando fósiles".
Perdomo ha desarrollado un profundo vínculo con las más de 5.000 piezas que ha recolectado y que considera su "familia". "Uno lo quiere como cuando uno carga el hijo de uno pequeño y usted lo carga el alzado, así son fósil para uno, si toca arroparlo con la cobija, con la camisa, con el sombrero, con lo que sea", señaló sobre esta pasión.
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Su vocación comenzó desde niño. A la edad de cinco años, recogió su primer fósil, una vértebra de cocodrilo. Al ver cómo las expediciones extranjeras se llevaban las piezas de la zona, Perdomo comenzó a guardarlas, con la esperanza de que algún día los investigadores volvieran para compartir su conocimiento.
El fósil que confirmaría la existencia del ave del terror de tres metros, un fragmento de la pierna, había permanecido más de 15 años en el museo de Perdomo, mezclado entre miles de piezas sin clasificar. Para encontrar y marcar los sitios de excavación en el desierto, Perdomo, sin usar GPS, utilizaba métodos empíricos como "puntos de piedras", recordó.
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La identificación de esta pieza crucial, que cambió la historia conocida de la Tatacoa, fue el resultado de la colaboración con el biólogo colombiano Andrés Link. Link, que regresó al país tras sus estudios doctorales, se asoció con Perdomo. El descubrimiento se formalizó cuando Link invitó al museo a Rodolfo Salas, un experto mundial en cocodrilos. Salas, al revisar la pieza, notó inmediatamente lo importante que era: "Esto no es un mamífero, esto tampoco es un reptil". Tras un análisis más profundo, propuso la hipótesis que cambiaría lo que se creía hasta el momento habitó el país: "esto va a ser un ave del terror". Este análisis confirmó que este depredador, que antes solo se había encontrado en Argentina y Norteamérica, también habitó la Tatacoa. Al entender la magnitud de su hallazgo, César Perdomo expresó con orgullo: "Aquí está mi fósil famoso para la humanidad".
El fragmento óseo no solo sirvió para identificar a la especie en Colombia y confirmar su impresionante tamaño. La pieza también reveló una historia violenta ocurrida hace casi 13 millones de años, con dos perforaciones que indican un ataque o un hecho de depredación.
A pesar de ser el depredador terrestre más temido, el ave del terror pudo haber sido atacado por el Purussaurus, el cocodrilo gigante. El biólogo Andrés Link comentó que resulta muy interesante pensar que una "ave de esas también pudo haber sido ya sea depredada por un cocodrilo o que se hubiera muerto por algún motivo, pero que el cocodrilo hubiera podido acceder a ella". Las marcas observadas en el hueso confirmaron que el ave no se recuperó de las heridas. Los científicos concluyeron que este evento marcó "el último momento de ese ave del terror porque no se sanaron esas heridas".
Este descubrimiento histórico consolidó una colaboración científica poco común entre el conocimiento de campo de Perdomo, quien no usa computador y trabaja de forma empírica, y la experiencia académica de Link. La alianza resultó tan efectiva que Perdomo fue reconocido formalmente: Link aseguró que su aporte fue "mejor dicho fue una participación científica como la de cualquier otro coautor".
El campesino que soñó con que los científicos regresaran, hoy trabaja hombro con hombro con ellos. Esta dupla ya se encuentra preparando otra publicación científica.
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*Este texto fue realizado con colaboración de un asistente de IA y editado por un periodista que utilizó las fuentes idóneas y verificó en su totalidad los datos. Cuenta con información y reportería propia de Los Informantes.