
Sam Thomas tenía 23 años, una vida en ascenso y un principio claro: no bebía. Era abstemio por decisión propia, en una cultura y en un círculo social donde lo habitual era perderse en la borrachera. Sin embargo, todo cambió la noche en que su mejor amigo le vertió vodka en la Coca-Cola “como una broma”. Aquella traición disfrazada de chiste marcó el inicio de una espiral descendente que lo llevó a perder el control, poner en riesgo su vida y enfrentarse cara a cara con el alcoholismo antes de los 30.
Actualmente Sam tiene 39 años y está sobrio desde noviembre de 2019. Su historia es testimonio del poder destructivo de la adicción, pero también de la fuerza de voluntad, la recuperación y la necesidad urgente de hablar sobre el consentimiento, la salud mental y el consumo de sustancias.
Así comenzó su problema con el alcohol
Sam, criado en los años 90 y 2000 en el Reino Unido, había probado el alcohol solo un par de veces y lo detestaba. Había construido una vida sólida a los 21, incluso fundando su propia organización benéfica sobre trastornos alimentarios. Decidió mudarse a Brighton, donde conoció nuevas amistades, entre ellos un “fiestero empedernido” que sería la chispa de su caída.
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“Una noche me puso vodka en la Coca-Cola. A los 30 minutos ya sentía los efectos y me dejé llevar”, contó The Mirror. Lo que siguió fue una escalada rápida: salidas semanales, copas nocturnas y luego consumo en soledad. Al principio pensó que no era tan grave entrar al mundo de la fiesta, el que había evitado en sus primeros 20 años, pero su intención de "recuperar el tiempo y las experiencias perdidas".
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Sin embargo, cada vez eran más copas y más tragos sociales. Cuando su madre falleció de cáncer, el dolor no procesado se convirtió en un “detonante importante” que lo llevó a beber en casa cada noche. A los 26, se tomaba una botella grande de vino diariamente, aislado, sin darse cuenta de lo que ocurría.
“Era un bebedor funcional”, recordó. Seguía yendo al gimnasio, mantenía su imagen, pero por dentro estaba roto. “El vino me anestesiaba. Adormecía mis sentimientos, no sabía ni qué pensaba". Pese a las múltiples señales —visitas a urgencias, detenciones policiales, ingresos psiquiátricos—, Sam no pensaba que tenía un problema grave. “Era ingenuo. Pensaba que se necesitaban años de consumo para que el alcohol dañara la salud. Yo era joven, ¿cómo iba a estar enfermo?”.
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Su primer intento de dejar el alcohol fue abrupto y peligroso. Sufrió fiebre, sudores y temblores, por lo que fue diagnosticado con síndrome de abstinencia varios episodios después. Así comenzó un ciclo de desintoxicaciones fallidas y hospitalizaciones, una de ellas en un centro psiquiátrico por pensamientos suicidas.
La recuperación completa
Su recuperación definitiva llegó tras su cuarta desintoxicación médica en noviembre de 2019. “Tuve tres ensayos generales. Aprendí lo que podía esperar: los antojos, los temblores, el insomnio. Por eso recaemos: no sabemos a qué nos enfrentamos”. Después de años de trabajo terapéutico y un diagnóstico de trastorno por estrés postraumático (TEPT), Sam ha reconstruido su vida. Ha vuelto al gimnasio, descubrió su amor por la naturaleza, y sobre todo, encontró nuevas formas de habitar el mundo sin alcohol.
Sam ahora insiste en que el primer paso es reconocer que hay un problema. No hace falta resolverlo de inmediato, pero sí hablarlo con alguien. “La adicción crece en el aislamiento. Si lo compartes con una persona, ya estás rompiendo el patrón".
Su historia también pone en evidencia otro problema creciente en el Reino Unido: el uso de drogas en bebidas sin consentimiento. La organización Spike Aware UK advierte que muchas veces se hace como “una broma”, sin considerar las consecuencias. Según una encuesta de CounterSpike, 6,6 millones de británicos han sido víctimas de este tipo de "juegos", donde los agresores rara vez enfrentan consecuencias legales.
MARÍA PAULA GONZÁLEZ
PERIODISTA DIGITAL DE NOTICIAS CARACOL