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Policías cambian sus fusiles de mentiras por dulces, en un intento de acercarse a la comunidad y transformar las vidas de quienes sufren la violencia.
“Juegan para entender la realidad y relacionarse con otros”, dijo la subdirectora del ICBF, quien anotó que el mismo fenómeno se aprecia en otros países.
En medio de la algarabía de los pequeños, que se tercian tablas de madera del cuello como si fueran fusiles, arriba la Policía. El silencio invade la calle y los niños salen despavoridos hacia sus casas.
Sin embargo, la labor de los uniformados no es perseguirlos. Los agentes brindan dulces a los pequeños a cambio de sus armas de mentiras. Sin embargo, la tarea del Estado es transformar el abandono en oportunidades.
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