Ese día, a sus 30 años, conoció una ‘olla’ que la hundiría en la adicción. Ahora vive en la calle, lejos de sus hijos. Impactante testimonio.
La conocen como ‘la Rola’, pero en realidad se llama Jennifer Andrea Jiménez. Fue ama de casa, trabajadora y madre. Tenía un hogar y cualquiera pensaría que, por su edad, era imposible que cayera en las drogas. Pero cayó y lo perdió todo: lleva diez años consumiendo bazuco.
Su horrible viaje inició en Bogotá, un 25 de diciembre…
Como en muchos barrios de Colombia, se celebraba la Navidad en las calles. Un vecino alegrón la sacó a bailar “un merengue pegadito” y ahí vino la escena de celos de su violento esposo.
Empezó como una discusión, fue subiendo de tono y terminó en una paliza que dejó herida a Jennifer. Le dolió el cuerpo entero, pero también el alma y el corazón.
Golpeada, asustada, confundida, tomó una cerveza y un paquete de cigarrillos y salió a la calle en la madrugada. A unas pocas cuadras estaba una olla, así se le conoce a los expendios de droga.
“Como estaba golpeada, quería compañía. Pero fue la peor decisión porque les dije que me dejaran entrar y que les regalaba todo el paquete de cigarrillos. Al entrar, me dieron la pipa, pero no me acuerdo porque estaba borracha. Consumí demasiado, seguí la rumba”, narra.
Fumó bazuco, pasó la noche allá y luego regresó a su casa. “Me dieron otra pela”, cuenta. Es decir, su esposo le volvió a pegar.
Pero no solo eso: el sujeto comenzó a preguntarle qué había consumido y no quiso quedarse con la duda. Quince días después, cuando les pagaron, fueron juntos a la olla. Ese día, él probó bazuco por primera vez. Ya nada sería igual.
“Ahí empezó el infierno de nuestras vidas”, reconoce ‘la Rola’ en un video difundido por la fundación El Banquete del Bronx, que ayuda a los habitantes de la calle.
Su adicción los llevó a vender todos los electrodomésticos, perdieron el trabajo y, peor aún, los golpes se multiplicaron. En ese punto, de violencia y locura, incluso llegaron a dejar a sus dos hijos sin desayuno. Las criaturas pagaban los platos rotos.
"Perdí mi empleo, mi hogar, mis hijos", se lamenta, sentada en un andén, expuesta al hambre y el frío.
Han pasado diez años. Ángela ya no vive en Bogotá, sino que pasa sus días debajo de un puente en Ibagué. Recicla y pide limosna, y no ha dejado de consumir.
Aunque estuvo tres años en un proceso de rehabilitación, como muchos, volvió a caer en las drogas. Salir de ese infierno no es tan fácil como entrar.
En su cara no solo se reflejan las secuelas de las calles sórdidas, también se dibuja el dolor de no ver a sus pequeños de 14 y 10 años.
Por ellos se le aguan los ojos y pide volver a Bogotá…
“El bazuco es lo peor que puede haber”, concluye y espera que su historia sirva para que otros y otras, de cualquier edad, no tienten al diablo.