Dicen que allí se siente más cómodos y seguros que en la calle. Camas improvisadas en los parques también son comunes en esta ciudad.
“Cuando cae la noche pues me subo al árbol, guindo mi hamaca y las cosas que tengo. El bolso y esas cosas las coloco en un sitio que no se me vaya a caer”, dice Richard Álvarez, extranjero que lleva viviendo así desde hace cinco meses.
Afirma que el dinero no le alcanza para arrendar una habitación y en lugar de dormir en parques o andenes, donde puede ser víctima de ladrones, prefiere hacerlo en las alturas.
Ante la falta de recursos, muchos otros venezolanos convirtieron canchas y parques en dormitorios. Sostienen que no encuentran una oferta de albergues, lo que los lleva a desarrollar todo tipo de estrategias.
Mientras tanto, en la ciudad se empieza a evidenciar el retorno de los migrantes que salieron hacia su país por las festividades de diciembre.
Alrededor de 25 mil caminantes y migrantes en condiciones de vulnerabilidad ha atendido la Cruz Roja de Bucaramanga en los últimos meses.