
En un escenario de guerra como el de la región del Catatumbo, los niños siempre pagan los platos rotos. Por esa razón, una brigada médico-quirúrgica llegó al territorio con el fin de ayudar a niños víctimas de todos los fuegos, incluido el de la violencia.
Antes de entrar al quirófano, tres jóvenes que sufrieron quemaduras cuando eran niños o adolescentes contaron sus historias marcadas por el olvido y por el fuego en una zona que está dejando infancias desfiguradas por la guerra.María Salomé Páez Pabón
"Mi historia es un poco triste y lamentable a la vez. Yo tuve un accidente antes de los 4 años, me quemé con brea", cuenta esta joven que ahora tiene 19 años y un bebé de 7 meses que es su razón de vivir. Nació en el corregimiento de San Martín de Loba.
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Recordó que el día de su accidente "estábamos haciendo un desfile entre mis primas, un desfile de princesas. En ese momento llegó mi papá y dijo que teníamos que irnos para abajo, para la finca. Me pegué en la moto y nos fuimos. Él se puso a preparar lo de la brea para arreglar un corral. En ese momento ocurrió un apagón de luz y me dio curiosidad y yo me puse detrás de él, y él no se dio cuenta. En ese momento él le dijo a mi hermano que fuera por la gasolina. Él no sabía que se preparaba con ACPM y dejaron la gasolina destapada, y la gasolina bota un humo y llegó a la candela y esa vaina se prendió. A lo que se estalló, el momento en que él corrió, él se enredó conmigo. Entonces quedamos los dos ahí en el estallido. Me acuerdo de que me cayó la brea en la cara, los dos brazos, la pierna”.
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Buscaban desesperadamente cómo apagar el cuerpo de la niña y decidieron meterla a una piscina de cachamas, donde “yo misma me arrancaba los pedazos de brea y me quedaba la cara como una máscara. Me quedaban los pedazos de la carne, de la piel, entre la brea”, narró. En medio del dolor escuchaba “los gritos de mi mamá, sé que pedía auxilio”.
Sufrió quemaduras en el 40% del cuerpo.

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Javier Leandro Suárez
Según su relato, "empecé a escuchar la historia que yo me moría y que yo no sobrevivía". Nació en Tibú, región del Catatumbo. Su familia fue desplazada en la ola de violencia de 2002 y logró establecerse en San Cristóbal, estado de Táchira, en Venezuela. Cuando la situación económica se complicó su hogar entró en crisis y se dividió. Regresó con su mamá a Colombia para terminar sus estudios.
Tenía 16 años el día que se quemó. Salió a la carretera a pedir el acostumbrado aventón para llegar a la finca donde trabaja su mamá, a unos 20 minutos del pueblo. En el vehículo transportaban “un poco de pipetas y yo lo veo algo normal porque siempre es algo así que se ven pasar en esas camionetas. Yo pensé que era gasolina y resultó que eran químicos, y yo le dije a mi tía ‘móntese adelante y yo voy atrás’”, relató.
"El chofer perdió el control y mi tía se alcanzó a tirar, pero en la parte de la camioneta donde iba, en el platón, había un poco de lazos y yo me enredé con esos lazos. Y la camioneta rodó por un barranco, yo creería como unos 100 metros. Yo me asusté porque yo vi que eso como que estaba echando humo, yo dije ‘esto se va a prender’”, dijo. Se quemó con ácido clorhídrico, usado para el procesamiento de cocaína.
Su padrastro lo llevó al pueblo más cercano, pero no había ambulancia y cuando pudieron lo remitieron a Cúcuta, de donde fue trasladado de urgencia en helicóptero a Bogotá.
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"Cuando me vi estaba en un cuarto y estaban echándome agua. Dure en ese cuatro como unas 4 horas, que para poderme quitar el ácido, el PH de la piel. Yo vi que me restregaban y me quitaban algo negro, yo no le paré bolas, yo medio abría los ojos”, describió. Permaneció siete meses ingresado en el hospital, tres de ellos en cuidados intensivos y lleva las marcas de sus quemaduras en el 60% del cuerpo. “Hasta el momento llevo 35 cirugías”, agregó.

Yoan Camilo Delgado Meléndez
Es un campesino de Ábrego, uno de los 13 municipios del Catatumbo. En sus montañas se cultiva el café y se hace minería de carbón, una zona de dominio histórico de los grupos armados ilegales. A los 6 años aprendió a ser un pequeño topo en los socavones de las minas de carbón para ganar dinero. A los 15 estaba saliendo de la bocamina cuando recibió la peor de todas las noticias: "Se acabó de morir Yeyo, el primo. El chino para mí fue como un hermano porque nos criamos".
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Se volvió un manojo de nervios. Sabía que tenía que terminar de hacer los pitillos de pólvora o cordones detonantes, pero "a lo que me senté sentí la explosión; o sea, los pies los tenía metidos en la pila del clorato. Con el impacto me votó a las hojas de zinc. Perdí el conocimiento 5 o 10 segundos, ahí grité: ‘¡Diosito mío, ayúdame!’".
Cogió la puerta del cambuche a puñetazo limpio y así logró salir convertido en una antorcha humana, hasta que "un compañero me apagó, ahí me agarraron los vecinos, llegó bastante gente, me empezaron a echar aceite, huevo, y eso fue lo que más me afectó parte de la piel”, recordó.
También lo sacaron en moto hasta el pueblo más cercano, donde le prestaron los primeros auxilios. Posteriormente, fue remitido al Hospital Erasmo Meoz de Cúcuta. "Yo me entré yo mismo y me dijeron que por dónde yo me entré”, a lo que él solo decía “denme agua, y no me podían dar agua. Mi hermana me dice ‘todo va a estar bien’”, detalló.
Tenía quemaduras de tercer grado en el 80% del cuerpo. Su rostro, como por un milagro, no recibió el fogonazo. Entro en coma inducido por 22 días en el Hospital Internacional de Bucaramanga, a donde fue remitido. "Los doctores a mi mamá le decían que estaba más allá que acá. Me ponían segundos para morirme, tenía todos los órganos sancochados", dijo.
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Sus manos quedaron destrozadas y tres años después desarrollaron una deformidad conocida como mano de garra. Ha aprendido a manejar su condición y, valerosamente, las obliga a moverse con destreza.

“Se burlaban de mí, me decían caremapa”
Yoan, Salomé y Javier tienen en común haber nacido y crecido en una región apartada del país como el Catatumbo. Fueron niños víctimas de accidentes provocados por entornos no seguros que no solo dejaron heridas físicas, sino heridas emocionales profundas que marcan su autoestima.
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Yoan admite que la primera vez que se vio en un espejo "me quedé como asombrado. Me dice una doctora que estaba ahí todo el tiempo conmigo ‘si vamos a llorar, lloremos los dos’. Y me empieza a dar consejos, me empieza a decir que todo cambiará, que todo va en su proceso con operaciones, cirugías”.
Javier comenta que a él lo “llevaron en una en una silla de ruedas para un espejo (…) y yo cuando me miro sí me dio duro, me desanimé mucho. No me reconocí, no era yo”. Afirma que "yo no quería ni estudiar. Dure un tiempo encerrado y pues que no quería salir, y si salía era forrado, con camisa larga, el tapabocas y el gorrito, solo que se me miraran los ojos".
Salomé recuerda que “sufrí mucho de bullying, de mí se burlaban, me quedaba encerrada en mi casa” porque “me decían caremapa, mapamundi, porque tenía mis quemaduras”. Dice que con "tanta depresión que sufrí a tan corta edad, yo misma busqué un psicólogo porque no me sentía bien conmigo misma, no me arreglaba. No salía de mi zona de confort, que era estar en mi casa, encerrada. Ya me acepté tal como soy. Una persona espectacular, con un gran corazón. Incluso tengo un hijo”.
Ahora sueña "con tener mi casa, mi negocio, ser independiente, darle una vida estable a mi hijo, tener mi estudio fotográfico”, recalca.
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Hace dos meses, los tres se apuntaron a una lotería humanitaria de reconstrucción y la ganaron. Serán sometidos a una cirugía reconstructiva gratuita. La Fundación del Quemado realizó una brigada quirúrgica para reconstruir a 16 jóvenes que fueron quemados y marcados por la violencia social. Tiene como misión humanitaria cambiar las cicatrices del olvido por rostros de esperanza en el Catatumbo.
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