
Tras contar en Noticias Caracol cómo sufrieron graves quemaduras en el rostro y cuerpo, María Salomé Páez Pabón, Javier Leandro Suárez y Yoan Camilo Delgado Meléndez, que viven en el Catatumbo, se prepararon para someterse a nuevas cirugías. Su deseo, recuperar habilidades perdidas por las heridas y también recuperar su autoestima.
Los tres hicieron parte de un grupo de 16 niños y adolescentes que fueron intervenidos de manera gratuita por los especialistas de la Fundación del Quemado.
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La doctora Linda Guerrero, fundadora y directora de la Fundación del Quemado, recalca que lo primero que hacen “es que miramos hacia dónde vamos a ir. Hacemos un presupuesto inicial y tenemos que conseguir los recursos, que eso es importante”.Lo que los tres esperaba tras sus cirugías
Cada uno pasó dos horas en la sala de cirugía. María Salomé ansiaba que corrigieran una lesión de la nariz y “que traten como de reconstruir el párpado”. En el quirófano, la doctora Guerrero dice “creo que lo logramos”. Un mes después volvió al control, para que los médicos vieran su recuperación. La joven cataloga el resultado como una maravilla, porque “ya puedo vocalizar más”.
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Javier había pasado por 36 cirugías y con esta ya completó 37. Esperaba “que me arreglen por lo menos la parte del ojo que se ve un fastidio, se está retrayendo el ojo y se siente como el fastidio. La oreja y si se puede también el pelo para tener otra vez la ceja”. Al entrar a cirugía, lo someten a la reconstrucción del párpado que se ha ido cerrando, afectado su visión. También pidió que le eliminaran la contractura de su boca, que le impide comer y hablar correctamente. Tras el control, afirma que está “demasiado feliz porque es un gran cambio que hay en la cara”.

Yoan soñaba con recuperar la movilidad de una de sus manos. “Me dicen los doctores que tal vez alcance a cerrar un 50% la mano, pero no va a ser mucho, y me dicen que son varias operaciones”, contó. Ya en la sala, retiran buena parte de piel del abdomen para que se pueda recubrir el defecto que dejó la profundidad de la quemadura que parecía irreparable. Un mes después del procedimiento, el joven cuenta que “los dedos los tenía negros y que los iba a perder, y mi mamá dijo que no iba a permitir que los amputaran”. Ahora debe trabajar para poder estirarlos y cumplir su deseo de recoger café.
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La gratitud de los tres se refleja en sus rostros.
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