Creyó que el animal estaba muerto cuando lo encontró bocarriba en la pequeña isla mexicana de Cozumel, pero un movimiento cambió su destino.
La tortuga, totalmente inmóvil, sangraba junto a un desagüe. Steve Booker la vio y pensó que había llegado tarde. Un parpadeo, sin embargo, alertó al hombre de que el animal seguía con vida.
Decidido, se acercó y con todas sus fuerzas le ayudó a poner el caparazón en su lugar.
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El deseo del animal de alcanzar el mar hizo que se moviera con dificultad, pero también con paso seguro.
Casi dos minutos después, las olas recibían a esta tortuga que desapareció ante la mirada del buen samaritano que hizo su obra del día.
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