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En medio de los escombros de la Franja de Gaza, la búsqueda de sobrevivientes se ha convertido en una escena cotidiana de dolor incalculable. Cada pila de cemento y metal oculta la tragedia de una familia, y cada grito que surge de la ruina es un corazón que se rompe. La guerra, que se extiende por dos años, ha dejado una herida abierta cuyo costo más alto lo pagan los civiles, especialmente los niños.
Los ojos de Nidal Daloul reflejan una negación que se aferra al último resquicio de esperanza. Su niña, su única hija, se convirtió en una víctima más de los ataques aéreos. Daloul buscaba desesperadamente a su pequeña Noor, de tan solo 5 años, bajo un cúmulo de piedras y restos de un edificio residencial alcanzado por un ataque israelí. Su súplica, mientras se golpea las rodillas en el suelo, es el eco del desgarro: "Tráeme a Noor, tráeme a Noor. En siete años, solo la he tenido a ella. No tengo a nadie más que a ella. Noor está bajo los escombros. ¿Dónde está Noor?". Aunque la ambulancia llegó, ya era demasiado tarde.
El mundo también se detuvo para otra madre palestina a la que le entregaron a su bebé sin vida. Su tía, Um Khaleel, cuestiona la brutalidad de los ataques indiscriminados: "Lo que pasó es que una madre estaba durmiendo con sus hijos y cayeron cohetes sobre ellos mientras dormían. Los cohetes que caen sobre una madre y sus hijos, ¿no está esto prohibido?".
Para quienes han logrado escapar de los bombardeos, la supervivencia en Gaza es una batalla diaria contra las condiciones infrahumanas. Los desplazados se hacinan en refugios donde la vida es una amenaza constante. Una investigación publicada por la revista británica BMJ, que recopila las experiencias de 78 trabajadores humanitarios, registró más de 23.700 lesiones traumáticas y cerca de 7.000 heridas por armas en adultos y niños entre agosto de 2024 y febrero de 2025.
La desplazada Iman Asaliya, de Jabalia, describe el riesgo que representa el colapso de la infraestructura sanitaria y de vivienda: "Si llueve, las alcantarillas se inundarían sobre nosotros. Esto es diferente a los insectos, y los niños tienen granos, fiebre y alergias debido a las aguas residuales. Este no es un lugar para que humanos y niños vivan".
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El terror domina, sea de noche o de día. Para Abd Abu Al-Jubain, su sufrimiento se centra en su nieto, a quien rescató de los escombros tras perder a sus padres: "Encontramos a mi hija, a su marido y a sus hijas en pedazos, y sacamos a este niño de un pilar entre los escombros. Tu padre y tu madre se fueron y te abandonaron, querido".
Los niños que sobreviven cargan con la cruz de las heridas físicas y emocionales. Según la ONU, la guerra ha dejado a 21 mil menores con alguna discapacidad, muchos de los cuales han tenido la "suerte" de recibir tratamiento en el exterior. Karim Al-Shayyah, un niño evacuado, cuenta con la claridad descarnada de su edad cómo la guerra irrumpió en su vida: "Bombardearon el lugar contiguo a nosotros... La metralla voló hacia nosotros y yo fui a esconderme en el barril, pero la metralla me alcanzó".
A pesar de la devastación, la resiliencia palestina brilla en historias como la de un niño que, ante la falta de recursos, construyó una prótesis con un simple tubo de plástico. Su tío recuerda el momento con orgullo y tristeza: "Recuerdo cuando hizo la prótesis por primera vez y la usó, estaba tan feliz, diciéndome: '¡mira tío, me arreglé la pierna!'”. Hoy, con una mirada al pasado y al futuro incierto, cientos de palestinos lloran sin consuelo a sus muertos, aquellos que fueron sorprendidos en su propia casa sin tiempo de luchar por un destino diferente.
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