Ayer estaban en manos de traficantes violentos y sin escrúpulos, mañana su futuro dependerá de una Europa de la que no saben nada. Hoy, 385 migrantes están a bordo del "Aquarius", navío humanitario que los rescató.
En el puente del barco fletado por SOS Mediterráneo y Médicos sin Fronteras (MSF), las miradas se ensombrecen y la rabia emerge cuando se evoca el paso por Libia. Algunos estuvieron algunas semanas, otros intentaron ganarse la vida ahí durante años.
"Ahí, no eramos hombres", "Libia, eran secuestros, prisiones, violencia", "Nos golpeaban todos los días, golpeaban ante nosotros a nuestras mujeres", "Violan a mujeres, sodomizan a los hombres", relatan los migrantes.
"Libia, es un viaje sin retorno. Sólo puedes acabar en el mar: ¡o es Europa o es la muerte!" afirma Inés, una camerunesa de 24 años que siguió a su marido, que creía haber hallado un trabajo decente, pero ambos fueron tratados "como perros" por el patrón.
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Los médicos de MSF confirman: en consulta, algunas mujeres relatan historias espantosas, mientras que al quitarse la camiseta un hombre exhibe cicatrices de golpes y torturas, que han provocado fracturas aún no curadas.
Como una alegoría de esta nueva vida que los migrantes esperan, una mujer embarazada de ocho meses empezó a sentir, en medio de la noche, las primeras contracciones.
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El pequeño Destiné Alex --este segundo nombre en honor del capitán bielorruso del "Aquarius"-- nació pocas horas después. Al retornar al puente tras el parto, el padre fue cariñosamente aplaudido.
Pero la esperanza no está exenta de inquietud. Durante todo el día, todos hacen, obsesivamente, la misma pregunta: "¿Qué va a ocurrir ahora con nosotros?".
Para los más pequeños --hay 26 niños de menos de cinco años-- la respuesta no es complicada: "Yo quiero ir a Italia", asegura el pequeño Raoul, orgulloso de su nueva camiseta rosa.
Entre los migrantes rescatados el martes por el "Aquarius", algunas decenas vienen de países como Eritrea, Sudán del Sur o Somalia, a los que Italia otorga fácilmente el asilo.
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Pero la mayoría son de Camerún, Costa de Marfil, Gambia o Guinea, y seguramente tendrán más dificultades en obtenerlo.
En Italia, muchos de sus compatriotas reciben la orden, nada más llegar, de dejar el país, otros esperan entre 18 meses y dos años para recibir un hipotético asilo, antes de sumar las filas de los clandestinos, a los que se paga una miseria para recoger tomates o naranjas.
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