
Durante meses, Andy Hampton creyó que su mundo personal se estaba desmoronando. Pensaba que su esposa lo engañaba, sentía que sus recuerdos se desvanecían y una profunda confusión mental lo empujaba al límite. Nadie, ni siquiera él, imaginaba que detrás de sus síntomas no había una crisis emocional, sino un tumor cerebral del tamaño de una mandarina que terminaría por arrebatarle la vida.
Andy tenía 55 años, era agente inmobiliario desde hacía más de dos décadas y vivía en Sturminster Newton, en Inglaterra, junto a su esposa Gemma, de 37 años, y sus cuatro hijos: Finn (26), Alisha (23), Isabelle (5) y Henley (3). En mayo de 2023, comenzó a experimentar olvidos, fatiga extrema y episodios de paranoia. Como muchos hombres de su edad, asumió que estaba enfrentando una crisis emocional y su entorno también lo creyó así.
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"Pensé que Andy estaba pasando por una crisis de la mediana edad o un colapso mental. Su paranoia le hacía creer cosas falsas", contó Gemma. Incluso llegó a sospechar que ella le era infiel. Aunque sabía que sus pensamientos no eran reales, no podía detenerlos. “Decía que sabía que todo era producto de su imaginación, pero no podía evitarlo”, recordó.
¿Cuál era el verdadero diagnóstico?
En un principio, su médico de cabecera le diagnosticó una infección, pero los síntomas empeoraron. Andy desarrolló fuertes dolores de cabeza que lo hacían vomitar. Solo entonces fue remitido al Hospital del Condado de Dorset, donde una tomografía computarizada reveló la verdad: había una masa ocupando buena parte de su cerebro.
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Fue trasladado de inmediato al Hospital General de Southampton para una resonancia más precisa. La imagen fue clara y devastadora. Andy tenía un glioblastoma multiforme de grado 4, el tipo más agresivo de cáncer cerebral. El tumor medía 7,5 x 8,1 cm. Le dieron tres meses de vida.
“Fue un shock. Nos quedamos sin palabras. En cierto modo, fue un alivio saber que todo no era una ruptura emocional. Estábamos decididos a luchar”, dijo Gemma. El 31 de mayo de 2023, Andy fue sometido a una cirugía que logró extirpar el 95% del tumor. Luego vino la radioterapia, la quimioterapia y una recuperación que, aunque complicada por convulsiones faciales e infecciones, les dio una luz de esperanza.
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Durante varios meses, Andy se sometió a controles regulares. Las ecografías no mostraban actividad del tumor, pero en diciembre de 2024 algo cambió y su comportamiento volvió a tornarse errático. En enero de 2025, un nuevo escáner mostró que el tumor no había crecido, pero el líquido acumulado en su cerebro estaba afectando su personalidad.
En febrero fue operado nuevamente para colocar una derivación y aliviar la presión, pero su salud ya estaba colapsando. Una convulsión de tres horas lo llevó de nuevo al hospital. La resonancia reveló una hemorragia cerebral, dos nuevos tumores y coágulos en los pulmones. “Fue entonces cuando todo mi mundo se derrumbó. Sabía que lo estaba perdiendo. Fuimos ingenuos al pensar que, porque le habían extirpado la mayor parte del tumor, Andy estaría bien. Estábamos terriblemente equivocados”.
Andy falleció el 6 de mayo de 2025. Tenía 55 años. Su esposa y sus hijos lo recuerdan como un hombre fuerte, lleno de energía, que debía estar disfrutando de una etapa plena como padre. Pero el glioblastoma no da tregua. “No da tiempo a las familias, les roba el futuro”, sentenció Gemma.
Tras el fallecimiento, Gemma y sus hijos decidieron canalizar su dolor en una causa: este año participarán en la Caminata de la Esperanza, una iniciativa que busca recaudar fondos para la investigación de tumores cerebrales y presionar al gobierno británico para que aumente la financiación. Gemma insiste: “Personas como Andy merecen más que una sentencia de muerte. Necesitamos una esperanza real”.
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MARÍA PAULA GONZÁLEZ
PERIODISTA NOTICIAS CARACOL