
La muerte sigue siendo un tema rodeado de miedo, tabú e incertidumbre. Camilo Jaramillo la sintió de cerca cuando se convirtió en uno de los tres únicos sobrevivientes de la masacre de Oporto, en Medellín. El 23 de junio de 1990, un grupo de hombres encapuchados irrumpió en el bar y asesinó a sangre fría a 25 personas que se encontraban allí.
En Los Informantes relató cómo vivió esas horas de horror, lo que ocurrió aquella noche y cómo esa experiencia marcó un giro radical en su vida: dejó la carrera de Administración de Empresas, pasó por el Diseño Gráfico y se dedicó por completo a la tanatopraxia.
La decisión de estudiar tanatopraxia
Camilo Jaramillo aseguró que desarrolló una profunda empatía que le permite comprender el dolor que atraviesan las familias cuando pierden a un ser querido. Además, recuerda que en su infancia su abuelo solía llevarlo a visitar a un amigo, dueño de una de las funerarias más tradicionales de Medellín, una experiencia que, sin saberlo, sembró en él una conexión temprana con ese mundo.
Después de graduarse como diseñador gráfico, decidió viajar a Estados Unidos para especializarse en el embalsamamiento de cuerpos. “La carrera es Licenciatura en Ciencias Funerarias, Mortuorias y Dirección Funeral. Tiene varias variantes y un componente que es embalsamiento, que es una base médica que incluye anatomía, bioquímica, biología, técnicas de restauración”, relató.
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Para su familia fue difícil aceptar el nuevo rumbo que tomó, algunos creyeron incluso que todo eso se debía a un trauma luego de lo sucedido en Oporto. Sin embargo, Camilo enfatizó que “yo no trabajo con muertos, yo trabajo con los vivos, yo trabajo con las familias, yo trabajo con la gente. Hago labores de preservación de las personas sin vida para presentarlos, pero todo mi trabajo se centra en los vivos”. Aun así, reconoce que trabajar con la muerte requiere una verdadera pasión.
¿Qué pasa con el cuerpo cuando muere?
Este experto explicó que su trabajo no se limita a coordinar servicios funerarios y acompañar los rituales de despedida. También dicta clases de tanatopraxia y, a pesar de sus múltiples responsabilidades, nunca ha dejado de realizar embalsamientos.
Trabajar con la muerte le ha permitido derribar varios tabúes y comprenderla como una parte esencial de la vida. Además, explicó que cuando una persona fallece, comienza “una serie de cambios físicos y químicos” en el cuerpo propios del proceso natural.
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“El estancamiento de la sangre, entonces hace que en el cuerpo aparezcan lividez, o sea, manchas donde la sangre se gravita. El cuerpo empieza a generar rigidez. No es que el cuerpo por sí solo se enfríe, si no que el cuerpo ajusta la temperatura al medio donde está”, aseguró.
Además, agregó que: “El cuerpo se puede mover por esa rigidez, porque estuvo en una posición incómoda, por decir, quedó un brazo apoyado y de pronto lo suelto y hay mucha rigidez, entonces por la presión hace que se levante. Ver eso asusta”.
Mientras trabajaba en la funeraria, Camilo Jaramillo conoció a su esposa, quien también es técnica en tanatopraxia. Juntos tienen un hijo de 9 años.
La noche de la masacre en el bar Oporto
La noche del sábado 23 de junio de 1990, Camilo Jaramillo, de 21 años, salió a compartir con sus amigos en el bar Oporto, en Medellín. Ese mismo día, la selección Colombia había perdido un partido decisivo en el Mundial de Italia 90.
Al lugar llegaron al menos 15 hombres encapuchados y armados con fusiles. En un principio, muchos creyeron que se trataba de un secuestro, pero en cuestión de minutos todo se transformó en una tragedia. “Sentimos una mano de disparos afuera... nos tiramos al fondo del local, que Juan Diego (el hijo del dueño) nos dijo ‘por aquí’, por la parte de atrás que había como un cuartico y por ese cuartico había una calle que daba a la parte posterior de la de la taberna, pero cuando se logró abrir la puerta había ya un tipo al otro lado con un arma”, recordó Camilo sobre uno de los momentos que marcó su vida para siempre.

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Esa noche, los atacantes sacaron a los asistentes del bar, separaron a hombres y mujeres, y obligaron a los primeros a tenderse boca abajo en el suelo del parqueadero de la discoteca. En medio del horror, las balas retumbaban en sus oídos. Camilo recibió nueve impactos de bala en el cuerpo y permaneció inmóvil, hasta asegurarse de que los asesinos se habían ido.
“Entre un disparo y el siguiente yo sentía como si pasara una hora, yo pensaba como ‘estoy vivo, ese no fue’...Yo me hice el muerto, yo tenía la cara llena de sangre de los que mataron al lado”, contó a Los Informantes.
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La investigación por la masacre de Oporto prescribió. Aunque extraoficialmente se señaló a Pablo Escobar como autor intelectual, versiones más recientes apuntan a miembros del Bloque de Búsqueda de la Policía Nacional como presuntos responsables.
Aquella noche, Camilo no solo sintió el miedo de morir, también perdió a sus amigos. Hoy, en el lugar donde ocurrió la masacre, no hay una sola placa en memoria de las víctimas, y la justicia colombiana nunca actuó.