Detrás de cada lista y cada número que produce elCOVID-19 está el nombre y el rostro de los que voluntariamente cuentan cómo, en segundos, su vida pendió de un hilo.
Ejemplo de ello es Marcelina Caamaño Ardila, una chef profesional de 58 años. El virus actuó rápidamente en su cuerpo.
“La verdad perdí el conocimiento cuando estaba en la ambulancia. Ya estaba en la UCI en coma inducido, me pusieron un ventilador artificial, me dolía mucho el pecho. Yo quedé inconsciente por 15 días”, recuerda Ardila.
Marcelina entró con un deterioro avanzado en su sistema renal, cardíaco y cerebral. “Yo iba a quedar prácticamente como un vegetal, no iba a caminar, no iba a hablar”, cuenta.
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El pronóstico de Marcelina luego de permanecer 15 días en cuidados intensivos no era para nada alentador, sin embargo, se recuperó sin ningún tipo de secuelas.
“La gente que cree que esto es un juego… yo tampoco creía en este COVID-19 hasta que tocó mi puerta”, dice.
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El sacerdote Ernesto Díaz Cuenca, de 64 años, está registrado como uno de los casos más complicados: duró dos meses hospitalizado.
Relata: “A los ocho días comencé a tener fiebre intensa, dolor de cabeza impresionante, una tos y ya no podía hablar”. Además, recuerda que el cuerpo no le respondía, por lo que a los cuatro días fue sedado.
“Yo soy un milagro de Dios, de eso no existe duda. Estuve a 0,2 de la muerte y ni siquiera los médicos de la clínica daban un peso por mí”.
El médico especialista en oftalmología Luis Escaf fue otro caso de lucha permanente contra el coronavirus, pues batalló por 20 días.
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“Empecé con síntomas como si fuera una gripa, con dolor, un poco en el cuerpo y dolor en general y febrículas en la noche”, afirma Escaf.
Además de los síntomas de la enfermedad, su cerebro también le dio una dura batalla: “Durante el momento de entubación, el celebro sigue igualmente funcionando y puedes tener alucinaciones, pesadillas, pero cuando uno despierta le dicen: ‘todo lo que usted vio y pensó no existe’”.
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Salió sano y salvo, hoy se recupera lentamente, aún sin saber cómo se contagió.
No importa la edad. Tanto jóvenes como mayores son potenciales víctimas de un enemigo invisible que a todos nos ronda.