
En un mar de juegos de granja que reciclan una y otra vez las mismas fórmulas, Gaucho and the Grassland se presenta como una propuesta diferente: un homenaje jugable a las tierras del sur de Brasil y del noroeste argentino, envuelto en una atmósfera folclórica llena de tradición, calidez y magia.
La historia parte de una premisa sencilla pero encantadora. Tras la muerte de tu padre, su espíritu te entrega su sombrero de gaucho, marcando así el inicio de tu viaje como protector de las Pampas. Guiado por sus enseñanzas, tu misión será devolver el equilibrio a tres regiones afectadas por el caos climático y la desaparición de sus guardianes espirituales.
Aunque la narrativa no pretende ser compleja, logra construir un mundo coherente, teñido de mitología sudamericana, criaturas místicas como el Boitatá y un trasfondo que le da alma al juego. No se trata de salvar el mundo con una espada, sino de sanar la tierra a través de actos de bondad cotidiana.
Jugabilidad simple, pero con corazón
La mecánica central de Gaucho and the Grassland gira en torno a la ayuda comunitaria. En cada región que visitas, deberás completar al menos siete misiones para avanzar. Estas tareas varían desde arreglar cercas, encontrar animales perdidos, apagar pequeños incendios, hasta mediar disputas locales. No todas son igual de interesantes: algunas son repetitivas y otras presentan problemas técnicos, como el mal funcionamiento del perro Cusco al excavar ciertos ítems.
El juego incluye elementos de crafting, construcción y recolección de recursos, pero de forma superficial. Aunque puedes construir estructuras y traer animales a tu granja, no existe una recompensa clara por invertir tiempo en mejorar tu homestead. Esta falta de incentivo genera una disonancia con las expectativas del jugador que entra esperando una experiencia rica en gestión agrícola.

Una de las mecánicas más destacadas es el uso del benevolómetro: solo ayudando a los demás desbloqueas las zonas importantes del mapa, como los laberintos espirituales. En estos escenarios se introduce una dinámica más mística y atractiva visualmente, donde se deben reparar tótems y evitar al monstruo para liberar a los guardianes. Son momentos de mayor tensión, bien acompañados por una banda sonora que eleva la atmósfera.
Una experiencia visual y culturalmente inmersiva
Donde Gaucho and the Grassland brilla con más fuerza es en su ambientación. Los paisajes, paletas de colores y arquitectura están inspirados en el folclore y los biomas del sur brasileño y del norte argentino. El resultado es un mundo vibrante y acogedor, con playas, llanuras, montañas y una dimensión espiritual alucinante.

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La dirección artística apuesta por un estilo caricaturesco, cozy y familiar, más cercano a Stardew Valley que a simuladores de corte realista. Sin embargo, esta estética también tiene sus tropiezos. Por ejemplo, Pingo, tu fiel caballo, tiene una animación y diseño que podrían haberse trabajado mejor. Fallas como la imposibilidad de acariciarlo o personalizar completamente su equipo restan a la experiencia emocional que otros juegos han sabido aprovechar, como Red Dead Redemption 2 o The Legend of Zelda: Breath of the Wild.
En cambio, Cusco, el perro, sí ofrece una interacción un poco más rica (aunque limitada por bugs), y ambos animales pueden personalizarse con skins desbloqueables. Esta inclusión también aplica al personaje principal, que puede ser mujer, lo cual fue especialmente celebrado por jugadores jóvenes.
Pensado para relajarse, no para correr
Uno de los mayores aciertos del juego es su ritmo. No hay presión. Podés tomarte tu tiempo para explorar, recolectar, completar misiones y simplemente disfrutar del entorno. Para jugadores adultos puede resultar muy sencillo, pero en familia –o para quienes buscan desconectar del frenetismo actual de la industria– puede ser justo lo que necesitan.
El juego dura unas 4 horas si vas directo a la historia, aunque se puede extender si te detenés a explorar y decorar tu base. No hay sistema de amistad, niveles ni relaciones complejas entre personajes, pero sí una agradable sensación de progresión basada en hacer el bien.
Una joya sencilla que merece atención
Gaucho and the Grassland no es un título revolucionario. No tiene profundidad en sus sistemas ni complejidad mecánica, pero lo que sí tiene es corazón. Se nota que sus creadores, Epopeia Games, quisieron construir una experiencia amable, accesible, y llena de elementos propios de su cultura. Y lo lograron.

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Es cierto que presenta fallos, como bugs de IA, repetitividad en las tareas y una falta de incentivos en algunas mecánicas, pero en conjunto ofrece un viaje agradable, ideal para compartir con niños o para relajarse después de un día pesado.
Es también una llamada de atención para otras regiones de Latinoamérica: hay espacio para contar nuestras historias desde la ternura y el realismo mágico, más allá del terror y los FPS que dominan el mercado indie regional.
Conclusión
Si te gustan los simuladores de granja con bajo nivel de estrés, si te interesa una estética sudamericana genuina o si estás buscando algo que puedas compartir con tu hija, sobrino o pareja sin necesidad de ser un experto gamer, Gaucho and the Grassland es una muy buena opción. No es profundo ni desafiante, pero su calidez y diseño amable lo hacen destacar como una experiencia acogedora y entrañable.

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