El 7 de febrero del año 2003, Jairo Iván Ramírez cenaba con unos amigos en la taberna del club El Nogal, en Bogotá, cuando la edificación se convirtió en un infierno.
Las FARC detonaron un carro bomba en el lugar, matando a 36 personas y dejando heridas a 200 más.
Han pasado doce años pero con cada paso que da, es evidente que este odontólogo vive con las secuelas de la guerra.
“Llevo 7 cirugías y voy para la 8”
Perdió movilidad, pero sobre todo, perdió seguridad. Por eso, si pudiera tener a sus victimarios frente a frente, ya sabe qué les preguntaría.
“Quisiera saber del operativo como tal. Si eso era lo que se buscaba o si buscaban afectar a dos o tres (…) de golpe caí ahí por casualidad no porque me estuvieran buscando a mí”, cuenta.
Pero con el caso de Iván, no paran los dramas.
Berta Lucía Fries también estuvo presente en ese fatídico atentado y por culpa de una pared derrumbada, duró ocho años incapacitada por una fractura de columna.
“Queremos saber por qué nos pusieron la bomba, ¿a quién iba dirigida? En el momento que el DAS diga: tuvimos la información y no hicimos nada y pedimos perdón y eso genere reparación, ahí habrá perdón”, dice Berta.
Estos sobrevivientes viven con traumas físicos y emocionales, pero con la voluntad de transformarlos.
Por lo pronto, hay una herida de guerra que exige honestidad para poder sanar.
Updated: octubre 01, 2015 10:32 a. m.