Ignorancia de advertencias, ausencia de determinación en el momento clave y la rapiña a todos los niveles marcan la peor tragedia de la historia colombiana.
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Sin reponerse aún del holocausto del Palacio de Justicia, Colombia enfrentó la peor tragedia natural de su historia, el 13 de noviembre de 1985.
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Esa noche, la explosión del cráter Arenas en el Nevado del Ruiz causó el desbordamiento del río Lagunilla. Bastaron 15 minutos para borrar del mapa a la población de Armero, la segunda ciudad más próspera de Tolima en ese entonces.
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Las reiteradas advertencias no fueron suficientes. De la actividad volcánica se tenía conocimiento desde diciembre de 1984.
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Incluso, 15 días antes de la catástrofe se informó, con amplio despliegue nacional, de un ciento por ciento de probabilidades de la erupción.
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El despertar del llamado león dormido terminó en un bramido de piedras y barro, que acabó con la vida de unas 25.000 personas en la llamada ciudad blanca.
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Cien millones de metros cúbicos de lodo sepultaron todo el horizonte, dejando a la vista un valle desolado de unas 3.300 hectáreas.
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Además de Armero, la población de Chinchiná, en Caldas, fue azotada por el desbordamiento del río Molinos. Más de mil personas desaparecieron.
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La tragedia, la peor de toda la historia colombiana, dejó además cerca de 20.000 damnificados.
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La erupción tuvo lugar a las nueve de la noche, pero la primera alerta para Armero fue una hora antes. La mala nueva la llevó Fernando Barrios, coordinador de socorrismo de la Cruz Roja en el municipio, quien deambuló sin fortuna por todas las dependencia
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Varios de los sobrevivientes dijeron estar convencidos de que si las autoridades no hicieran caso omiso a la advertencia el tiempo para escapar del desastre habría corrido a su favor.
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¿Qué impidió que el alcalde de Armero de ese entonces, Ramón Rodríguez, que vaticinó la tragedia, no urgiera a sus habitantes a desalojar el pueblo? ¿Por qué el Gobernador del Tolima, Eduardo García Alzate, hizo oídos sordos a los clamores de evacuación?
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En medio del vacío de poder, el párroco de la población, Augusto Osorio, es señalado de haber repartido instrucciones de permanecer en la calle y taparse boca y nariz con un pañuelo mojado para soportar el embate de la ceniza. El religioso lo negó y atri
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Las palabras finales del alcalde Ramón Rodríguez, quien paradójicamente pasó los últimos días alertando sobre la inminente tragedia, fueron dichas a la Cruz Roja en radiocomunicación: "Se nos entró el agua".
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Y fue la hecatombe.
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La confirmación nacional de la tragedia tuvo lugar en la mañana del día siguiente.
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Desde un helicóptero, Leopoldo Guevara, voluntario de la Defensa Civil de Venadillo, comunicó al país que Armero había amanecido como un “mar de lodo”. Y allí, describía, en medio de ese playón de devastación se veía a los sobrevivientes como mudas y desn
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La cara de la tragedia fue la más impactante: la de una niña que luchó con todas sus fuerzas por sobrevivir. Su nombre, Omaira Sánchez.
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La pequeña de 13 años falleció tras una agonía de tres días, aprisionada en los escombros de su vivienda. Serena, Omaira incluso alentó a los socorristas que luchaban por salvarla. “Váyanse a descansar un rato y después vengan y me sacan de aquí”, les dij
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Omaira fue una de los cerca de cinco mil menores de edad que murieron en la tragedia. Hoy, en su honor, se levanta una modesta sepultura, lugar de peregrinación para miles de creyentes que le atribuyen poderes milagrosos.
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Una vez terminadas las penosas labores de rescate y atención a los sobrevivientes, en medio del luto, pocos días después de la hecatombe, llegaron 'los valancheros' que saquearon lo que quedaba: vehículos, cajas fuertes con dinero, alhajas y cualquier obj
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Luego llegaron los politiqueros con las promesas de que Armero reconstruido sería una pequeña “Brasilia”, y con ellos arribaron las falsas víctimas y avivatos que se sumaron a la rapiña de las ayudas.
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Como si fuera poco, en medio de la tragedia se registró la desaparición de al menos 250 niños sobrevivientes. Los pequeños, huérfanos o separados de sus familias por el desastre, fueron entregados en muchos casos sin pruebas de ADN.
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La rapiña no terminó allí.
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Tres décadas después, ni las osamentas del cementerio han tenido descanso. Todo, por cuenta de los ladrones de tumbas que vagan por la ahora selvática necrópolis.
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Así, del esplendor y la pujanza del llamado paraíso tolimense, hoy no queda el menor rastro.
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Tras seis meses de la tragedia, el colectivo jurídico Armero Vive presentó la primera de una larga serie de demandas, en total 900, en contra del Estado por su responsabilidad. Sin embargo, ninguna prosperó.
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El argumento central de la sentencia del Consejo de Estado fue que la institucionalidad no podía responder por hechos producidos por fuerza mayor y que la tragedia, aunque previsible, "fue irresistible".
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En medio de las ruinas se erigió una enorme cruz blanca, venerada por el papa Juan Pablo II en 1986.
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EN ESTE LUGAR ORO EL PAPA JUAN PABLO II EL 6 DE JULIO DE 1986, SIETE MESES Y 23 DIAS DESPUES DE LA TRAGEDIA..(COLPRENSA- LA PATRIA)
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