La cancha del barrio La Luz, que vio surgir a grandes figuras del fútbol colombiano como Iván René Valenciano, ‘Pachequito', Álex Comas y Bernardo Redín es hoy territorio vedado por cuenta de la violencia.
Anochece y la zozobra asalta el lugar, ubicado al suroccidente de Barranquilla. "A las nueve de la noche no debe haber ni la sombra", corean como cotorritas los niños del lugar, quizás repitiendo las constantes diatribas de sus padres.
"Está solo esto, ¿verdad?", dice uno de los niños que salen al paso del Expreso Caracol. "¿Cuándo sale esto?", pregunta otro. "Mis papás dicen que no nos vayamos lejos", riposta el más chiquitín más allá. En sus expresiones está el reflejo de una inocencia perdida prematuramente.
Solo la aparición de un modesto balón en medio del campo les borra la angustia del rostro y parten tras de él en medio de la algarabía.
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Radiografía de un drama
Esta suerte de ley marcial se desató tras la muerte del niño Carlos Andrés Cabarcas, de tan solo 6 años. Su crimen sintetiza el lastre de la violencia que arrastra buena parte de los habitantes de la capital atlanticense: pandillas, abandono y maltrato intrafamiliar.
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Era lunes, a las 9:45 p.m. y Carlos Andrés se trasladaba al interior de un taxi ‘zapatico' (pequeño) por las calles del barrio. Estaba apenas a escasos metros de su vivienda cuando dos presuntos delincuentes, alias 'Cuqui' y alias 'el Gordo', arremetieron a bala contra el vehículo, creyendo que a bordo se encontraba otro pandillero, alias 'el Panadero'.
Sin embargo, al interior del automotor estaba solamente Carlitos (como lo llamaban sus amigos) y sus padres. Según el reporte médico, el proyectil que impactó al menor de edad, entró por la nuca, en la región occipital.
De inmediato los testigos llamaron a la red de atención médica, pero la asistencia tardó más de una hora en llegar, según denuncian varios vecinos. Cuando la esperanza se agotaba, llegaron dos ambulancias cuyos encargados, mientras el menor agonizaba, se dedicaron a negociar el precio del traslado. Mientras unos exigían 500 mil pesos, otros se ofrecieron por 300 mil pesos.
El tiempo perdido entre la demora en el arribo y el regateo fue la diferencia entre la vida y la muerte de Carlitos.
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Cuando por fin el niño llegó al Hospital Universidad del Norte, sus esperanzas eran casi nulas. Los médicos hicieron todo lo posible: lo entubaron, le hicieron reanimación cardiopulmonar, le aplicaron adrenalina, líquidos endovenosos para compensar la pérdida de sangre y se le dio apoyo ventilatorio artificial. Todo fue en vano.
El epílogo de esta tragedia se dio una semana después, cuando Tony Cabarcas, padre del difunto niño, fue apresado por la Policía por denuncias de la mamá del menor Shirly Divina Escorcia. Ella lo denunció, porque en presencia del niño, intentó asesinarla con un cuchillo de cocina el 29 de julio de 2013.
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En los hechos, la mujer recibió seis heridas a la altura del cuello, otra más en el pecho y múltiples cortes en sus manos, por lo que debió ser internada una semana en el Hospital General de Barranquilla. Por la agresión, señalado de intento de asesinato, Tony Cabarcas responde ante la justicia. Al duelo por la pérdida de su hijo ahora se suma el estar preso.
Un territorio del miedo
La fiesta del fútbol se aguó para cientos de niños. En medio de las duras condiciones, no pueden vivir la pasión del año del Mundial. Ya no juegan descalzos a ser tigres como Falcao, ni toritos como Arzuaga. Los referentes en estas calles polvorientas parecieran ser otros: sicarios como 'Cuqui', 'el Gordo' o 'el Panadero'.
La cancha, decenas de veces reparada con el apoyo de los vecinos, hoy está desolada. Las piedras que componían las tribunas han sido levantadas una a una. Los hierros de las mallas han sido desmontados para reducirlos en mercados de reciclaje.
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El territorio es hoy copado por pandilleros que se asientan en lo que queda de las graderías, para dedicarse al consumo de drogas. Los padres deben ejercer con firmeza la autoridad con sus hijas para que no salgan a la calle. Los niños buenos, en este humilde sector de Barranquilla, deben irse a la cama temprano.