En medio de verdes montañas y un camino lleno de dificultades se llega a La Palma, en el noroccidente de Cundinamarca.
En el pueblo conviven dos generaciones marcadas por la guerra y la paz: la primera la encarnan quienes sufrieron el conflicto armado. “Fue difícil porque aquí mandaba casi la guerrilla, después mandaron los paracos”, dice Samuel León, un labriego expulsado de su vereda.
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En la generación de la paz están los más pequeños, nacidos casi todos en el nuevo milenio.
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Este ambiente de perdón y reconciliación que se tomó La Palma no sería posible sin las ideas de la profesora Astrid Mahecha.
“Yo le pongo el alma a trabajar por mis niños y niñas de la escuela normal de La Palma para que sean gestores de paz”, dice la educadora.
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La docente fundó la Escuela de Comunicación y Paz, un programa que involucra a toda la comunidad y trabaja en talleres, una revista y espacios de convivencia para resolver sus conflictos.
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“A través de este proceso hemos logrado que se sienten, que dialoguen, que se amisten y que construyan fraternidad”, dice Mahecha.
Pero no solo eso, la magistral clase de esta docente saltó de las aulas a un estudio de radio. Ecos de paz es un espacio que gira en torno al posconflicto. La escuela de comunicación y paz ya tiene un lugar en los hogares del municipio. Diariamente se escucha el programa a través de la emisora local.
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El Ministerio de Educación y el Banco Interamericano de Desarrollo premiaron el proyecto, que ahora se piensa replicar a otras instituciones y otros municipios.
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La visión pacifista de esta comunidad ha permitido trazar un camino de reconciliación y tender lazos entre antiguas y nuevas generaciones.