Este flagelo ha echado raíces especialmente en la región Pacífico, donde la falta de oportunidades ha empujado a la comunidad a esta práctica.
"Trae tu batea que el oro se va y que los dueños del monte dejen de pelear", hasta las nuevas canciones populares lo dicen, la minería ilegal se ha convertido en epicentro de problemas en Colombia, un fenómeno que envenena sus ríos y alimenta de nuevo la violencia.
El Pacífico no ha sido ajeno a esta problemática. En esta zona hace años empezaron a aparecer yacimientos auríferos que, en lugar de convertirse en una bendición económica, parecen haber despertado una antigua maldición.
Un círculo vicioso que ha comenzado a tejerse. Una práctica que contamina los ríos con cianuro y mercurio, lo que genera miedo en la población a comer pescado contaminado.
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Ante la reducción de las ventas muchos pescadores acuden a la minería en busca de un sustento para sus familias en una región en la que las oportunidades son escasas y envenenan todavía más los ríos, según comenta un vecino que prefiere mantener oculta su identidad en Guapi, Cauca.
Junto con el Chocó, el Valle del Cauca y Nariño, en este departamento hay una máxima en común: el miedo. Es el que genera una cámara o un micrófono y que está infundado desde los fusiles de aquellos 'dueños del monte' que también controlan los cultivos de coca.
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Desembarco en Bajo Cauca de fuerzas especiales contra el narcotráfico y la minería ilegal El defensor del Pueblo, Carlos Negret, manifiesta que la coyuntura ahora es clara, por lo que es preciso elegir entre el oro o daños graves al medioambiente en la zona.
"Las gentes de todos estos territorios siempre vivieron de la minería sacada artesanalmente, razón por la cual no se justifica que por sacar más rápido el oro estemos dañando al medio ambiente", señala el funcionario.
Para Negret, la situación es clara, a "los ríos en Colombia, en estas zonas de todo el Pacífico, les estamos todos los días inyectando cianuro y mercurio".
Según los datos con que cuenta el defensor, a esta región han llegado cerca de un centenar de máquinas pesadas, las llamadas ‘amarillas’, que trabajan en una zona que desde el aire parece un tapete verde. "Eso es supremamente grave porque le hace un daño al medio ambiente", destaca.
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La gran pregunta es cómo pueden llegar las máquinas hasta estos pueblos, que arrancan sus territorios a la selva virgen y a los que sólo se puede acceder por los ríos que les dan la vida y que reciben, a cambio, el veneno del cianuro.
La respuesta evidente es que, además de la complejidad de su control, debe existir una corrupción mayor o menor que permite su paso. Nadie habla de ella de forma directa bajo la ley del silencio, pero siempre despierta sonrisas irónicas de asentimiento entre los habitantes.
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"Aquí comemos pescado si no tenemos alternativa", explica un líder social que también prefiere tener su identidad oculta.
En esa frase resume el miedo que ha engendrado la minería en unos territorios en los que cada vez se ven obligados a importar más productos alimenticios.
Golpe contra la minería ilegal: destruyen millonaria maquinaria durante operativo en Cauca La falta de alternativas también pesa sobre quienes acaban abocados a la minería y Mario Tovar, líder comunitario de López de Micay, en el Cauca, explica que muchos recurren a ella porque no consiguen encontrar a quien vender sus productos agrícolas.
Sin embargo, cualquier vecino que consiga "sacar diez gramos de oro tiene plata en el bolsillo", porque lo compran "en cada esquina".
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"La minería ilegal está creciendo, eso daña el medio ambiente y a la gente le toca. Yo he visitado minerías y hay más de 200 personas", comenta Mario trabajando junto a las retroexcavadoras.
La desesperación, incluso, lleva a algunos de ellos a "tratar de defenderla cuando hay posibilidad de que la van a prender", porque entienden que de esas máquinas depende su sustento.
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La última pregunta, esa que todos evitan, es a quién pertenecen las máquinas y las minas, quiénes son esos 'dueños del monte' de la canción. Pese a la dificultad de encontrar una respuesta sobre el terreno, por el control de la zona combaten disidencias de las FARC, grupos herederos del paramilitarismo y el ELN.
Un panorama nada alentador del conflicto armado que se nutre cada vez más de la minería, aunque no se haya olvidado de la coca y amenaza con extenderse a todo el país.