En 1889, nació el Ferrocarril de la Sabana de Bogotá que operaba entre la capital y las poblaciones cercanas a la ciudad. Junto con otros ferrocarriles que funcionaban de manera separada, el país entró en una era de desarrollo.
Con el paso de los años, los ferrocarriles se unieron en una sola bandera y tuvieron su época de oro.
Sin embargo, 100 años después, la unión de todos los ferrocarriles fue liquidada, pero algo de ese glorioso pasado queda hoy: la ruta de la sabana aún funciona, gracias a Eduardo Rodríguez, el soñador del Turistren, el único tren turístico del país.
"Todas las máquinas las compramos como chatarra, las rehabilitamos, compramos 9 locomotoras a vapor; de esas, solo 5 ya están en servicio" relató Rodríguez.
En los 14 vagones que tiene el tren, viajan 590 pasajeros que disfrutan de un recorrido por la sabana y pueden visitar lugares turísticos como la Catedral de Sal de Zipaquirá y la mina de Nemocón.
Eduardo es un ingeniero especializado en ferrocarriles en Inglaterra, Francia y Japón, y le ha puesto el alma a los ferrocarriles por más de 50 años.
En el año 2012 recibió el premio Gonzalo Jiménez de Quesada por la contribución a la conservación del patrimonio de la Nación.
"En el tren uno va muy tranquilo, no hay sobresaltos ni problemas, va mirando el paisaje, puede ver toda la sabana y a Colombia", relata Rodríguez.
El tren de la sabana viaja a una velocidad de 40 kilómetros por hora y necesita un poco más de cinco toneladas de carbón para hacer el recorrido desde la estación de La Sabana, hasta la estación de Cajicá y regresar.
Las palabras de afecto le dan larga vida al tren y fuerza a Eduardo Rodríguez, el hombre que de la chatarra salvó el recuerdo de la Bogotá del siglo XIX.