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El 30 de noviembre de 2020, Diana Serna salió a trabajar a los cafetales del municipio de Salgar, en Antioquia. No tenía idea de que ese lunes se cruzaría con un hombre que hoy las autoridades vinculan con una serie de crímenes violentos contra mujeres. En una charla para el podcast Conducta Delictiva, Diana recordó que ese día las cosas no iban bien desde temprano: el terreno estaba liso por la lluvia y, como no llevaba las botas puestas, decidió devolverse a casa antes de tiempo. Fue en ese camino de regreso donde, según sus propias palabras, le "salió el mal".
Diana caminaba por una carretera, hablando por celular con una amiga, cuando un hombre salió de la nada. Ella solo alcanzó a decirle que la había asustado, pero la respuesta del hombre fue una sentencia que se le quedó grabada para siempre: "Es que hoy es el día que usted se va", recordó.
En su testimonio, cuenta que intentó reaccionar, pero todo pasó muy rápido. "Intenté girar y ahí mismo de una me dio el garrotazo", relató Diana sobre el golpe que le propinó con un palo y que la dejó prácticamente sin conocimiento. El agresor la arrastró hasta una cuneta, donde abusó de ella y la siguió golpeando. Diana siente que el hombre la dejó ahí porque estaba convencido de que ya no respiraba. "El man ya pensaba que yo estaba muerta porque yo ahí tirada y él haciéndome todo lo que me estaba haciendo y yo no hacer nada, el man ya pensaba que yo estaba...", confesó en el podcast.
Lo que salvó a Diana fue una casualidad trágica. Mientras el sujeto la atacaba, pasó por el lugar Luz Marina Cano, una vecina de la zona que iba para el pueblo a una cita médica. Al parecer, el agresor se dio cuenta de que lo estaban viendo y decidió soltar a Diana para irse detrás de la otra mujer. Diana cree que, de no haber sido por la aparición de Luz Marina, ella no estaría hoy contando su historia.
El ataque terminó con Diana en el caudal del río. Según la investigación de Séptimo Día, el presunto victimario la arrastró unos 150 metros para deshacerse del cuerpo lanzándolo al agua. Sin embargo, la resistencia de Diana fue asombrosa. Horas después, unos vecinos que escucharon gritos de auxilio la encontraron en una situación que parece de película de terror. El hombre que la rescató le contó después que la vio "aferradita de un palo boca abajo" en medio del río.
Cuando la sacaron, Diana no podía ni abrir los ojos. "Yo no veía porque yo era como como con los perritos cuando nacen con los ojos cerrados pegados porque estas venitas que uno tiene acá se reventaron", explicó sobre las secuelas de los golpes en su cara. Mientras a ella la llevaban de urgencia al hospital de Salgar y luego a Medellín, las autoridades encontraban en el mismo río el cuerpo sin vida de Luz Marina Cano.
Gracias a lo que Diana y otras sobrevivientes contaron, las autoridades pudieron empezar a armar el rompecabezas. Resulta que el sospechoso, identificado como Carlos Andrés Rivera Ruiz, ya tenía un historial. Séptimo Día mostró cómo este hombre habría atacado a varias mujeres bajo un mismo método: buscaba víctimas solas en zonas rurales, preferiblemente de madrugada, y las agredía con palos u objetos contundentes.
La lista de víctimas que se le atribuyen es larga. En Ciudad Bolívar, Antioquia, se le vincula con las muertes de Jennifer Alexandra Sánchez, María Teresa de Jesús Penagos y Luzmery Mejía. De hecho, fue un teléfono celular robado a una de estas mujeres lo que terminó delatándolo, pues el señalado le puso su propio chip y activó una señal que lo ubicó en Salgar el mismo día del ataque a Diana.
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A pesar de que su foto estaba en los carteles de los más buscados y se ofrecía una recompensa millonaria, el hombre logró esconderse durante un buen tiempo usando nombres falsos y trabajando en diferentes fincas cafeteras. Su carrera criminal solo se detuvo en mayo de 2024, cuando fue capturado en Tabio, Cundinamarca, tras ser señalado por el asesinato de la comerciante Cecilia Santana.
Aunque el presunto agresor ya está tras las rejas en una cárcel de máxima seguridad, la vida de Diana sigue siendo una batalla diaria. En el podcast, ella fue muy clara al decir que el daño psicológico es enorme y que siente que el Estado la dejó sola. "Ya yo de solo imaginarme que voy a estar en un cafetal y saber que hay alguien detrás de mí... siento que alguien me está siguiendo", confesó con tristeza.
Diana ya no puede trabajar recolectando café, que era lo que amaba, porque el monte le genera pánico. Ahora vive en el pueblo, tratando de salir adelante con un pequeño negocio de ropa que le ayudó a montar su hija desde España. Sufre de crisis de ansiedad, pesadillas constantes y le cuesta confiar en los demás.
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Lo que más le duele a Diana es sentir que su caso se quedó estancado. "Yo lo que quiero es justicia... que no se olviden de nosotras, que nosotras también somos seres humanos", pidió. Para ella, la captura del señalado feminicida no es el final de la historia; es solo el comienzo de una lucha para que ninguna otra mujer tenga que pasar por el horror que ella vivió en un río de Antioquia.
*Este texto fue realizado con colaboración de un asistente de IA y editado por un periodista que utilizó las fuentes idóneas y verificó en su totalidad los datos. Cuenta con información y reportería propia de Séptimo Día.