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Colombia ha sido testigo de crímenes que desafían la comprensión humana, historias donde la crueldad y la maldad se manifiestan de formas inimaginables. Dos de estos casos, investigados por el programa El Rastro, revelan las mentes de dos hombres que, bajo justificaciones de brujería y celos, cometieron actos atroces que dejaron una cicatriz imborrable en las comunidades de Risaralda y Antioquia. Estas son las macabras historias de John Fredy Ortiz, ‘El Hierbatero', y Jaime Iván Martínez, conocido como 'El Monstruo de Guarne'.
En 2007, un forastero llegó a Belén de Umbría, Risaralda, presentándose como un hombre con capacidades divinas. Se trataba de John Fredy Ortiz, un "hierbatero" que afirmaba tener "un don de sanación" otorgado por Dios. "Dios me hablaba y me enseñaba cómo sanar a esta gente", aseguró Ortiz. Su fama creció rápidamente y entre las personas que lo buscaron se encontraba Marta Luz Echeverry, una madre soltera de 20 años que luchaba por sacar adelante a sus dos hijos, Lisbey, de 10 años, y Juan Pablo, de 8.
Marta, quien había tenido una vida difícil y había criado a sus hijos sola porque ninguno de los padres respondió por ellos, buscó a Ortiz por un problema en la piel de su hija. Sin embargo, la consulta derivó en una relación amorosa. "Desde ese entonces se enamoraron (...) me fui a vivir con ella a los días", relató Ortiz.
A pesar de que algunos vecinos la veían como una madre cariñosa, la llegada de Ortiz a su vida marcó un cambio drástico. La familia de Marta desconfiaba del forastero; su hermana Dora lo describió como "un hombre morboso, de un hombre que da fastidio". Pero Marta, enamorada, decidió mudarse con él y sus hijos a una finca aislada en el municipio de Mistrató.
En febrero de 2010, la familia se instaló en una casa en el corregimiento de San Antonio del Chamí. Pronto surgieron problemas con vecinos y ocurrieron hechos extraños, como un incendio en la vivienda y una herida de bala que sufrió Marta, lo que alertó a sus familiares. El tío de los niños, Omar, llegó a manifestarle a la Policía que "los niños estaban en peligro", pero sintió que no se tomaron acciones.
La tragedia se desató el 15 de abril de 2010. John Fredy llamó a Omar para informarle que los niños habían desaparecido, sugiriendo que la guerrilla se los había llevado. Al día siguiente, la pareja reportó oficialmente la desaparición, alegando que los menores se esfumaron en media hora mientras arreglaban una manguera. La actitud de ambos levantó sospechas. Ortiz afirmaba que uno de los niños se le aparecía en sueños para decirle que "no lo buscara más porque estaban descansando en el río". La madre, por su parte, mantenía una calma desconcertante. "Hablaba como con una tranquilidad que uno se queda aterrado", recordó su hermana Dora.
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Tras una intensa búsqueda, el 18 de abril fue encontrado el cuerpo de Juan Pablo en la orilla de un río. Presentaba múltiples heridas de arma blanca y un machetazo en el rostro. Su tío Omar lo reconoció. Al día siguiente, hallaron el cuerpo de Lisbey, completamente desnudo, con una cortada de 30 centímetros en un brazo y cuatro dedos desprendidos en una mano, como si hubiera intentado defenderse.
Las autoridades encontraron rastros de sangre en la casa de la pareja, que ellos justificaron diciendo que eran "del animal que habían sacrificado para la cena". La pasividad de ambos y una revelación clave de un testigo llevaron a la Fiscalía a ordenar su captura el 21 de abril.
En los juzgados, John Fredy Ortiz aceptó los cargos y fue condenado a 55 años de prisión. Su confesión, grabada por El Rastro, es escalofriante. Ortiz admitió haber asesinado a los niños porque, según él, practicaban brujería y le "ocultaban el oro" que extraía del río. "A mí eso que se me metió por dentro (...) me hacía entender de que había que matarlos porque ellos iban a hacer daños como los que hacen las brujas y los hechiceros", declaró.
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Con una frialdad absoluta, describió los crímenes. Sobre Juan Pablo dijo: "Yo lo maté con mis pies y con una macana de chonta, lo reventé". De Lisbey, recordó sus últimas palabras: "‘No me mate, no me mate’, fue lo que me dijo y puso la mano y le bajé cuatro dedos". Según él, lo hizo porque era “necesario para que se purifique porque usted es una hechicera". Un psiquiatra que analizó su perfil lo ubicó dentro del "espectro psicopático".
Marta Echeverry, por su parte, fue a juicio. La Fiscalía la acusó por omisión, argumentando que una madre debe proteger a sus hijos y ella no lo hizo. A pesar de que su defensa alegó que era una víctima más, manipulada por Ortiz, el juez determinó que su pasividad la hacía responsable. Fue condenada a 55 años de prisión como coautora del homicidio de sus propios hijos.
A principios de 2016, en Guarne, Antioquia, Luis Carlos Cuervo inició una búsqueda desesperada. Su sobrina, María Gladis Arango, una campesina de 51 años, había desaparecido el 18 de enero. "Yo le prometí a mi hermana y a mi sobrina María Gladis que la encontraba viva o muerta donde fuera", afirmó Cuervo.
Con tenacidad, empapeló el pueblo con afiches y recopiló pistas en un cuaderno. Pronto, un nombre comenzó a repetirse: Jaime Iván Martínez Betancur, un hombre reservado con fama de mujeriego con quien habían visto a su sobrina. Luis Carlos lo ubicó y comenzó a seguirlo, disfrazándose para no ser descubierto.
El caso dio un giro cuando Luis Carlos recibió un mensaje de WhatsApp desde el celular de su sobrina que decía: "Hola tío, no se preocupe que yo estoy bien". Sin embargo, la Fiscalía determinó que la tarjeta SIM de María Gladis estaba siendo usada desde otro teléfono. Para mantener la línea activa y permitir su rastreo, Luis Carlos le hacía recargas de 5.000 pesos. Esta estrategia funcionó: las autoridades rastrearon la señal hasta la vereda Hojas Anchas, justo donde vivía Jaime Iván Martínez.
El 13 de junio de 2016, cinco meses después de la desaparición, las autoridades allanaron la finca donde Martínez trabajaba como mayordomo. En la vivienda encontraron joyas y el celular de María Gladis. Mientras tanto, perros especializados en la búsqueda de restos óseos marcaron un punto en el terreno donde la tierra parecía removida.
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Cuando los forenses se preparaban para exhumar el cuerpo, Martínez hizo una confesión que heló la sangre de los investigadores: "Yo quiero poner de presente que además del cuerpo de María Gladis ahí van a encontrar otros tres cuerpos", reveló a las autoridades. Se trataba de su expareja, Natalia García Gil, y los dos hijos de ella, Mariana, de 5 años, y Nelson, de 8.
La exhumación, que tardó dos días, confirmó la masacre. Martínez había usado hábilmente el celular de Natalia para enviar mensajes a su familia, haciéndoles creer que se había ido a vivir a otro lugar. El hombre de 44 años fue presentado ante los medios como 'El Monstruo de Guarne’ y condenado a 42 años de prisión.
En una entrevista desde la cárcel, Martínez narró a El Rastro sus crímenes con una crudeza impactante. Contó que su relación con Natalia se deterioró por celos y una supuesta infidelidad. Una mañana, cegado por la ira tras una discusión, la asesinó. "Cogí una cuerda y la tomé por el cuello y la estrangulé. (...) Puedo dar fe de que no dura más de 40 segundos", relató fríamente.
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Luego, mató a los niños para que no lo delataran. Sobre Nelson, de 8 años, dijo: "llegamos, cogí una cuerda igual, ... el niño tenía 8 años". Después asesinó a Mariana, de 5 años, y los enterró junto a su madre.
Dos meses y medio después, citó a María Gladis en la finca con el pretexto de tener relaciones, pero su objetivo era interrogarla sobre el supuesto amante de Natalia. Una respuesta de ella lo enfureció y usó el mismo método para matarla: "Usó la misma cuerda y cuando llegamos de igual manera al cuarto útil lo vi como buen método".
Cuando se le preguntó por su apodo, Martínez respondió: "Ese apodo sinceramente me queda demasiado grande, porque el hecho de que un ser humano cometa un error no lo lleva a que (...) lo cataloguen como monstruo". Sin embargo, sus actos y la frialdad de su relato lo definen como uno de los asesinos más crueles de la historia reciente de Colombia.