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El río Orinoco, una de las maravillas naturales de Suramérica, no solo es reconocido por su riqueza hídrica y biodiversidad, sino también por ser escenario de historias humanas extraordinarias. A diario, 316 niños y jóvenes venezolanos cruzan en lancha todos los días para asistir al colegio Antonia Santos, en el corregimiento de Casuarito, en el Vichada colombiano.
Estos niños, golpeados por la crisis educativa de su país, encontraron en la escuela un refugio. Cada día se embarcan para llegar a clases, enfrentando los riesgos de uno de los ríos más caudalosos del mundo, pero aferrados a la esperanza de un futuro mejor.
El viaje no es nada sencillo: los niños navegan entre 30 y 40 minutos por el río Orinoco en lancha, enfrentando el temor a los animales y a los cambios del clima “Venimos a estudiar así llueva, truene o relampaguee, uno viene para acá, las clases siguen normales. Si hay cinco estudiantes con esos se realizan las actividades académicas”, afirmó Mirialfri Carvajal, estudiante de 16 años, en Los Informantes.
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Desde Puerto Ayacucho, en el estado Amazonas de Venezuela, hasta el corregimiento de Casuarito, en el Vichada colombiano, donde viven apenas 800 personas, llegan alrededor de 512 estudiantes para recibir clases; más de la mitad son venezolanos.
El colegio Antonia Santos funciona con tan solo 25 docentes y personal administrativo. Allí se imparten clases de primaria y bachillerato, y en los grados superiores los jóvenes acceden a formación técnica gracias a un convenio con el SENA.
El trasfondo de esta migración forzada está íntimamente ligada a la crisis educativa en Venezuela. Según la Federación Venezolana de Maestros, cerca del 80 % de las escuelas públicas del país funcionan de manera parcial o con jornadas reducidas. Desde 2015, alrededor de 200.000 docentes han abandonado las aulas, dejando a millones de estudiantes sin clases regulares.
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Según el Ministerio de Educación, actualmente más de 600.000 niños, niñas y adolescentes venezolanos están matriculados en colegios de Colombia. “Si yo me hubiese quedado estudiando allá, creo que no estuviera, así como estoy ahorita. En el barrio muchas niñas se dedican a lo que es la prostitución, hay muchas madres a temprana edad”, relató Mirialfri Carvajal, al describir la difícil situación que atraviesan los jóvenes en su país.
El Orinoco no es cualquier río. Nace en la sierra de Parimá, a más de 1.000 metros de altitud, y recorre 2.140 kilómetros hasta desembocar en el Atlántico. Es el cuarto río más caudaloso del mundo, después del Amazonas, el Congo y el Ganges.
En sus aguas albergan más de 3.000 especies de peces, incluidos delfines rosados, rayas y pirañas. Pero también es el hábitat de los caimanes del Orinoco, que pueden alcanzar los 7 metros de largo, convirtiéndose en uno de los depredadores más temidos del continente.
“El Orinoco es de respeto, es uno de los ríos caudalosos. En la parte donde nosotros estamos ubicados prácticamente en los raudales de mayor cuidado en Venezuela que tenemos“, contó el rector del colegio, Pedro Fernández.
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“Hoy en día pasar una cantidad de niños, 500 personas, hay que usar como dos lanchas y a cada lancha se le meten 30, 40 niños. Eso tiene que ser con un protocolo muy bien hecho porque en temporadas de invierno, de aguas altas es muy peligroso y tiene muchos remolinos, tiene muchas piedras”, explicó el lanchero Luis Alejandro Rodríguez.
En el corregimiento de Casuarito, las crecientes convierten las calles en canales y el puesto de salud apenas cuenta con una enfermera para atender a la comunidad. En medio de esa precariedad, lo que más resalta es el colegio Antonia Santos, un edificio pintado de amarillo con techo verde que se erige como el refugio educativo de cientos de niños.
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“’¿Vale la pena todo ese esfuerzo?’ Sinceramente, vale la pena”, concluyó Mirialfri Carvajal, quien cada día cruza el imponente Orinoco convencida de que la educación es el único camino para alcanzar sus sueños y dejar atrás las dificultades de su entorno.
Entre raudales y pizarrones, entre caimanes y cuadernos, estos niños han transformado su travesía diaria en el aula más grande de América. Porque si algo han aprendido estos pequeños navegantes es que, al igual que las corrientes del Orinoco, el conocimiento siempre encuentra su cauce.