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Cabezote Los Informantes

La balada alegre de Melodía: el payaso que desafía a la muerte entre tumbas y risas

Melodía, un payaso con nariz roja y traje colorido, se mueve entre las tumbas del Cementerio Central. Aunque podría parecer un chiste macabro, su presencia es una balada alegre que desafía a la muerte.

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En una de las crisis más duras de Bogotá, Antanas Mockus se acordó de un dicho lituano que dice que ‘cuando todo está perdido es hora de sacar a los payasos’, entonces sus mimos empezaron a dirigir el tráfico en la capital. Unas cuantas alcaldías después un payaso tomó nota y entre el hambre y la muerte que dejó la pandemia salió a revivir a los más desesperanzados. Los Informantes acompañó a Melodía al cementerio para espantar a la muerte.

Yo llegué al circo espontáneamente por necesidad porque vivía en la calle, porque el circo es un sitio donde se salvaba mucho, se ha salvado muchas personas que no tienen un futuro, que de pronto hay algo que las protege y no las deja entrar a la delincuencia, a las cárceles o a los malos hábitos, entonces el circo es una universidad, una escuela”.

En medio del Cementerio Central, de las calles más calientes del centro de Bogotá y una zona de tolerancia por la que deambulan trabajadoras sexuales y habitantes de calle por igual, vive un personaje lleno de colores que le da serenatas a los muertos.Aquí ya llevamos cinco años cantándole a las personas que se van, tratando de las personas que están descansando aquí”. El que canta con su sombrero de mariachi remendado y su cara de payaso triste se llama Jorge Luis Mina, pero en el barrio Los Mártires, de Bogotá, lo conocen como el payaso Melodía y cantándole a los muertos ha logrado ganarle la pelea a esa vieja a muerte que a sus 66 años bien vividos lo acecha a cada paso.

Este hermoso lugar me ha permitido ganar el pan, me ha permitido acabar con las deudas y me ha permitido surgir”. La historia de Melodía es la historia de muchos niños abandonados a su suerte, la historia de los desposeídos, de los nadie, de todos los que huyendo del maltrato infantil encontraron en el circo una tabla de salvación, una forma de hacer reír para no llorar. "Estaban presentando una película de Mario Moreno Cantinflas en la pared de la Iglesia y entonces yo me quedé viendo la película hasta las 8:00 p.m. de la noche. Cuando fui a la casa todo estaba trancado entonces esa vez dormí en la calle, fue mi primer mes y cuando llegué al otro día a la casa me dieron una pela, eso era como si fuera el tipo más malo del mundo. Al otro día yo con mis pantaloncitos cortos y descalzo me fui de la casa, no volví más a mi casa y aprendí a defenderme en la calle, a dormir, a comer, a pedir”.

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Nacido en el Valle, en una familia campesina, hijo de un militar bastante estricto y huérfano desde que tiene memoria, aprendió a los 8 años que el humor era el mejor antídoto contra la violencia y que el circo por más pobre que fuera podía maquillar un mundo abyecto y cruel hasta con los niños. “Uno arrimaba a un restaurante, todo el mundo le ayudaba a uno y una vez pasé yo por un circo y entonces yo fui a entrar y la señora me dijo ‘no, tienes que pagar’, pero es que yo no tengo plata, si quiere yo le hago algún favor, un mandado y me deja entrar a ver el circo. La señora le dio tantas ganas que me dejó entrar, ahí descubrí yo la magia del circo, fue increíble. Yo hacía como 3, 4 años sin reírme y ahí empezó el milagro en mi vida. El circo me absorbió, me hizo grande, me hizo hombre. Yo creo que esa emoción nunca la he vuelto a vivir”.

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