Ser sacerdote, llegar a obispo o ser papable era el sueño de muchos jóvenes, hoy no. Son pocos los elegidos y menos los que llegan a ordenarse. En un país martirizado por pecados capitales como la corrupción o la envidia y la tragedia de los abusos y casos de pederastas en la iglesia , están buscando curas, porque no hay cura para tanta gente.
Hoy es Domingo de Resurrección y muchos deben haber ido a misa, el problema de este país de mayoría católica es que así las iglesias se llenen no hay curas para tanta gente. Las ordenaciones han bajado y los viejos tiempos cuando cada familia quería tener un hijo cura es asunto del pasado. La cura de la iglesia para recuperar la mala fe, la reputación y las vocaciones de hace 20 años.
Con tantos escándalos sexuales, con tantos señalamientos y con tanta sobrecarga por la avalancha de funerales durante la pandemia, la Iglesia puede que tenga cura, pero se está quedando sin curas. No es un invento ni el deseo de un ateo anticlerical, lo dice el mismo Padre Manuel Vega que en plena pandemia se puso a hacer cuentas del número de ordenaciones que hay en el país. De ver porqué se fueron en picada y atraer más jóvenes a la iglesia pese a sus escándalos sexuales contra menores que todavía los persiguen.
El padre Vega fue uno de esos jóvenes a los que inspiró la llegada del Papa Juan Pablo II a Colombia tras las tragedias de Armero y el Palacio de Justicia. Muchos jóvenes se metían en el narcotráfico, pero cuando también un máximo histórico de ordenaciones con 6000 en un solo año y él, ya fantaseaba con ser cura. “Hacia el 2005-2010 empieza a disminuir el tema vocacional en el país tanto que en el 2021 no tuvimos sino 1700 seminaristas en Colombia, de 6.000 en el 90, 30 años después 1.700 seminaristas”.
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Frente al materialismo o la plata fácil que ha llevado a tantos jóvenes a la cárcel, se siguen revelando los pocos seminaristas que se refugian en lugares como el Seminario Mayor de Bogotá, un monumento arquitectónico al que solo tiene acceso los elegidos, al que nos abrieron las puertas para conocer a uno de los pocos seminaristas que deambulan por sus largos corredores, entre el frío de la montaña y el eco de los cantos gregorianos que resuenan a su paso.
El seminarista Juan Camilo Mosquera Martínez es un pan de Dios, uno de esos espíritus raros que en vez de optar por una carrera desenfrenada hacia la fama o el dinero optó por los votos de pobreza y obediencia de quienes entregan a la iglesia en cuerpo y alma y eso que no era el niño más rezandero que digamos. Como le ocurrió al padre Vega, sus papás también fueron su primer obstáculo cuando lo vieron tan entregado a la iglesia. Además de la resistencia de sus papás, Juan Camilo tuvo que lidiar con uno de los mayores obstáculos para las ordenaciones: el celibato.